A propósito de la conquista y la Nueva España
- Martín F. Ríos Saloma* - Sunday, 15 Dec 2019 07:54



La disciplina histórica tiene como objetivo fundamental explicar los procesos ocurridos en el pasado, evitando proyectar sobre el ayer los valores, ideas y visiones del tiempo desde el que se escribe, renunciando a la simplificación y evitando, a toda costa, construir una explicación maniquea de los acontecimientos. De la misma manera, la historiografía académica huye de los esencialismos –particularmente de las “esencias patrias”–, pues se interesa por la dialéctica entre transformación y permanencia a lo largo del tiempo y asume que las sociedades contemporáneas no son sino resultado de la interacción entre distintos grupos humanos en el discurrir de los siglos.
Lamentablemente, las explicaciones históricas –que son, en última instancia, interpretaciones realizadas por el historiador a partir de las fuentes de que dispone– en muchos casos se ven opacadas por los discursos nacionalistas que desde el siglo xix deformaron la historia con el fin de crear una lectura particular del pasado –la “Historia Nacional”–, empleando el discurso historiográfico como un elemento legitimador de determinados grupos políticos y sus respectivos proyectos. La historia, en consecuencia, fue manipulada en la centuria antepasada para crear una identidad colectiva y un sentimiento de pertenencia a las jóvenes naciones que surgieron a ambos lados del Atlántico, como consecuencia de la disolución del Antiguo Régimen.
Ello ocurre, en el caso mexicano, con la historia de la conquista de la Nueva España. Considerada al mismo tiempo como un “trauma”, un “genocidio”, una “acción civilizadora”, una empresa “redentora y salvífica” o como el inicio de un período de colonización, dominio y explotación de los indígenas, lo cierto es que, como consecuencia de la difusión de un relato nacionalista a través de los grandes murales de temática histórica realizados durante los años treinta y cuarenta del siglo xx, o de los libros de texto, hoy impera en la sociedad mexicana una visión sesgada y deformada de la conquista, a pesar de los notables esfuerzos que en su día realizaron autores como Edmundo O’Gorman, José Luis Martínez o Charles Verlinden.
Dicha visión no permite comprender ni las lógicas políticas, sociales y militares que se pusieron en juego a partir del desembarco de Hernán Cortés en Veracruz, ni el hecho de que el proceso de reconocimiento, conquista y colonización llevado a cabo por la Corona castellana a partir de 1492 se inserta en una perspectiva histórica de larga duración, en la que es posible constatar la proyección de experiencias de distinta naturaleza y de larga data –iniciadas en el siglo xi– del espacio mediterráneo sobre el espacio atlántico.
Entre las experiencias más importantes pueden señalarse: el fortalecimiento de las monarquías europeas, el desarrollo del capitalismo mercantil y financiero, la búsqueda de fuentes de abastecimiento de metales preciosos y materias primas, la apertura de nuevas rutas comerciales, el dominio y control de los espacios marítimos, el desarrollo de la tecnología naval y militar y, en fin, la definición de Europa como una sociedad cristiana que tenía como misión combatir a los enemigos externos –paganos e infieles– e internos –herejes y judíos– de la cristiandad.
El proceso desencadenado a partir de 1492 fue sumamente complejo y son múltiples las lecturas que pueden hacerse sobre sus diversos sentidos y significados, como múltiples fueron los actores que lo protagonizaron: navegantes marineros, funcionarios reales, empresarios, hombres de guerra, religiosos de las distintas órdenes, mujeres que cruzaron el océano junto con sus maridos, esclavos africanos, grupos indígenas, encomenderos. De esta suerte, para poder hacer una “nueva historia de la conquista” es necesario, primero, acudir de nuevo a las fuentes –como ha hecho en tiempos recientes Carmen Martínez Martínez en sus diversos trabajos sobre Hernán Cortés– y considerar, al mismo tiempo, las fuentes indígenas y las fuentes europeas.
Pero también es imperativo asumir una serie de asertos que contradicen directamente el relato de la historia nacional:
a) México en el siglo xvi no existía como nación ni España tampoco, por lo que estamos obligados a construir un relato en el que los sujetos históricos no sean las naciones contemporáneas, sino los múltiples actores del siglo xvi a los que hacíamos referencia más arriba;
b) “Mesoamérica” tampoco existía, pues éste es un concepto historiográfico acuñado en la década de 1940, y si bien ha sido sumamente útil en la definición de una macro-área cultural original, ha impedido ver, cuando
se trata de la conquista, el variado conjunto de poblaciones asentadas sobre nuestro actual territorio que eran poseedoras de elementos culturales propios; esa misma diversidad es la que explica la variedad de respuestas frente a la presencia de los conquistadores castellanos;
c) la conquista de México-Tenochtitlan fue en realidad el inicio del proceso de conquista y colonización del territorio de lo que sería llamado la Nueva España y en ese proceso participaron activamente diversos pueblos indígenas como los tlaxcaltecas o lo otomíes, como han demostrado los trabajos de los últimos años de Laura Matthews, Michel Oudjik o Raquel Güereca;
d) la enorme mortandad sufrida por la población indígena no fue consecuencia directa de la guerra, sino del desarrollo de las epidemias;
e) los indígenas sobrevivientes fueron considerados jurídicamente vasallos de Su Majestad y eso significaba que en términos legales eran hombres libres, no obstante su explotación económica ejercida tanto por encomenderos castellanos como por los propios caciques indígenas;
f) durante los siglos xvi y xvii la Nueva España no fue una “colonia” de España, sino que poseía los mismos derechos y obligaciones que el reino de Castilla y, por lo tanto, se encontraba en igualdad jurídica –aunque no tuviese representante en Cortes– y se integró plenamente en una monarquía policéntrica y planetaria;
g) la Nueva España contribuyó de manera
significativa al desarrollo de la llamada “economía mundo” y si bien una gran cantidad de metales preciosos fueron llevados a Europa, otra buena parte fue invertida en el propio territorio y ello permitió el florecimiento de las ciudades que hoy articulan nuestro país, de sus conventos e iglesias y de sus élites.
La conquista de la Nueva España no fue ni buena ni mala, pero tuvo consecuencias positivas y negativas para europeos y americanos, como todo proceso histórico. Donde es más evidente ver estas consecuencias es en los aspectos culturales, pues como resultado directo de aquellos hechos el castellano es la lengua mayoritaria de nuestro país y el cristianismo, más allá de la laicidad del Estado, rige nuestra concepción del tiempo y nuestro sistema de valores. Sin embargo, el intercambio cultural ocurrió en ambos sentidos y, como he afirmado
en otro lugar, España –y Europa– no puede entenderse sin América y ésta no puede entenderse sin España. El quinto centenario del arribo de Cortes a la tierra que éste bautizaría como la “Nueva España” es sin duda una magnífica oportunidad para conocer mejor nuestro pasado y reconocernos en él, más allá de filias y fobias. Pero también es una oportunidad para asumir que los males que aquejan hoy a nuestro país no son consecuencia directa de la conquista, sino de nuestra incapacidad para crear una sociedad genuinamente democrática, justa, equitativa y solidarial
*Instituto de Investigaciones Históricas-unam.