Evangelización y conquista: dos caras de un mismo proceso
- Antonio Rubial García* - Sunday, 15 Dec 2019 07:55A finales del siglo xix, quienes se dedicaron a la historia del siglo xvi novohispano, como Joaquín García Icazbalceta, hicieron una marcada diferencia entre la conquista armada y la llamada conquista espiritual. La primera fue condenada como sinónimo de esclavización y destrucción, la segunda fue exaltada como un proceso civilizatorio. Católicos fervientes, estos hombres ilustrados veían en los frailes no sólo a los defensores de los indios sino también a quienes introdujeron el cristianismo y con él los valores morales occidentales con los cuales ellos comulgaban. El caso de fray Bartolomé de las Casas se convirtió en un lugar común y su actitud en defensa de los derechos indígenas y sus críticas a los encomenderos se consideró el ejemplo más claro de lo que había sido la posición de todos los frailes frente a la conquista y la encomienda.
No obstante, esta visión de un maniqueísmo tajante debe ser ahora cuestionada o por lo menos matizada. Ni en la conquista armada todo fue violencia y destrucción, ni en la evangelización la armonía y la bondad estuvieron siempre presentes. Conocemos ahora los testimonios indígenas sobre las persecuciones que se dieron contra los sacerdotes de las religiones antiguas y de los caciques que continuaron idolatrando después de ser bautizados. Las denuncias de quienes seguían practicando sus ritos ancestrales y los castigos que se les impusieron, desde azotes hasta la pena de muerte, fueron una de las premisas consideradas fundamentales por los frailes en esa lucha que creían llevar a cabo contra Satanás y sus secuaces. Por otro lado, ayudados por los jóvenes colaboradores indígenas, los frailes implementaron campañas para descubrir “idolatrías” que provocaron denuncias, persecución y rupturas familiares, así como la muerte de algunos de los denunciantes.
Asimismo, los historiadores decimonónicos, influidos por la lectura de las crónicas de los siglos xvi y xvii, vieron la conversión de los pueblos indígenas al cristianismo como un proceso de convencimiento y se dejaron llevar por la idea de una transmisión eficiente de los mensajes cristianos hacia los indios. Ahora sabemos que, salvo frailes excepcionales como fray Bernardino de Sahagún, fray Alonso de Molina o fray Diego Duran, la mayoría de los religiosos tuvieron un dominio muy deficiente de las lenguas indígenas y que la comunicación con sus fieles fue sumamente dificultosa. El cristianismo se impuso en un principio de una manera muy superficial, no sólo por la incomprensión de los códigos culturales del otro por ambas partes, sino también porque, como religión de los invasores, el cristianismo fue rechazado en un principio. Como en otros muchos aspectos de la colonización, los indios aceptaron externamente la imposición pero internamente y en el ámbito doméstico siguieron haciendo lo que les dictaban sus costumbres ancestrales.
Otro de los prejuicios que marcaron nuestra visión del siglo xvi fue el de considerar a los indios como seres pasivos dentro del proceso. La visión negativa del período virreinal y la carga de esclavización y miseria que se le dio en el siglo xix, propiciaron una visión victimizadora y generalizadora de las complejas situaciones que vivieron los pueblos indígenas del siglo xvi. Esas visiones deformantes ocultaron el hecho que muchos nativos participaron como activos colaboradores de los conquistadores y de los evangelizadores y que el éxito de la imposición del sistema español se debió en buena medida a sus actividades de apoyo y colaboración.
Del mismo modo que en la conquista armada, muchos de los logros de los españoles se dieron gracias a los pactos y negociaciones que los invasores hicieron con los dirigentes de los pueblos inconformes con el dominio mexica, los frailes también consiguieron muchos de sus objetivos gracias a sus alianzas con los señores indígenas que veían en el bautismo y en el apoyo de los religiosos un instrumento para fortalecer su preeminencia regional. Los casos de Ixtlixóchitl en Texcoco, de Mazicatzin en Tlaxcala y de Tanganxoan en Michoacán son ejemplo de estas alianzas entre los franciscanos y los más cercanos colaboradores indígenas de Cortés. No es gratuito que los primeros conventos de esta orden fueran fundados en los palacios de Texcoco, Ocotelulco y Tzintzuntzan, y que los primeros que recibieron el bautismo fueran esos señores. Varios de los dirigentes nativos locales aliados con los invasores aprovecharon la conquista y la evangelización como un medio para saldar viejas rencillas, y gracias al apoyo que brindaron a los frailes y a los encomenderos pudieron tener un papel privilegiado dentro del nuevo sistema que se impuso, e incluso se volvieron exploradores y perseguidores de sus coterráneos.
Por otro lado, la idea de unos religiosos que llegaban solos a los poblados predicando y convirtiendo a las masas por miles, sin ninguna oposición y sin conocer las lenguas indígenas, es una visión idílica creada por los cronistas; la mayoría de ellos escribieron sus historias en una época de conflicto entre los frailes y los obispos, quienes pretendían quitar a los religiosos las doctrinas indígenas, por lo cual los religiosos necesitaban enaltecer la labor de los primeros evangelizadores. Ahora sabemos que en sus correrías los misioneros iban acompañados por numerosos contingentes indígenas: tamemes, guías, intérpretes y todo un ejército de colaboradores los acompañaban y les facilitaban los contactos con las poblaciones aborígenes. Una vez asentados los pueblos, hubiera sido imposible el relativo
éxito de su labor misionera sin la colaboración de los jóvenes nobles que se educaban en sus conventos, quienes los ayudaban en las innumerables tareas que llevaban a cabo, desde la escritura y elaboración de textos para la misión, hasta la catequesis, la denuncia y persecución de los “idólatras”, la decoración de sus templos y conventos y toda la gama de las actividades litúrgicas, incluidos los decorados y gastos para las actividades festivas, el teatro evangelizador, la música, el canto y la danza en las ceremonias religiosas, etcétera.
No debemos olvidar tampoco que los frailes llegados en las primeras décadas que siguieron a la caída de Tenochtitlán, fueron enviados como agentes del imperio. En su labor, perfectamente compatible con los planes de expansión de Carlos v, fundaron pueblos, congregaron a las comunidades indígenas y generaron la llamada policía cristiana, es decir, la implantación de patrones urbanos y sociales occidentales como cofradías, hospitales, cajas de comunidad, distribución y concentración de poblados, entre otras. Tal labor no solamente tuvo la finalidad de cristianizar, también facilitó el cobro de tributos y la distribución de la mano de obra entre los encomenderos y posibilitó el mejor control por parte de las autoridades virreinales.
Ciertamente la labor de los frailes como denunciantes de los abusos que cometían los españoles laicos fue innegable, pero no debemos olvidar que muchos de ellos fueron también colaboradores de los españoles, como el caso de los agustinos en Michoacán o de los dominicos en Oaxaca, y que cuando el rey limitó los alcances de la encomienda en 1542 con la promulgación de una serie de leyes que tendían a su abolición, los primeros que defendieron la continuación de dicha institución fueron los provinciales de las tres órdenes, quienes viajaron a España a solicitar al rey la anulación de dichas leyes.
Por último, debemos considerar que el relativo éxito de la imposición cristiana fue una consecuencia de la conquista armada. En otros lugares donde llegó el cristianismo, como China, Japón o India, la misión no tuvo el apoyo de los militares y el cristianismo no se convirtió en la religión de la mayoría l
*Facultad de Filosofía y Letras-unam