




La arquitectura como una forma de la biografía
Cinco entrevistas se reúnen en este libro a igual número de arquitectos mexicanos. Algunas resumen una larga serie de pláticas que la autora mantuvo durante años con sus amigos; es el caso de Luis Barragán, Diego Villaseñor y Francisco Martín del Campo; otras, al parecer, fueron realizadas ex profeso para este volumen: Teodoro González de León. Una es singular, porque el entrevistado la estructuró: Andrés Casillas.
Los sujetos de la investigación de Poniatowska, esos seres humanos detrás de los arquitectos en quienes puso la mira, pertenecieron o pertenecen a generaciones diversas, poseen intereses y maneras de entender su trabajo distintos, así como un carácter bien definido. ¿Qué los emparenta además de ser arquitectos y ser los objetos del escrutinio de una de nuestras periodistas más destacadas? Ella dice en el prólogo que su libro: “pretende ser un homenaje a los creadores de muros, casas, edificios públicos y privados […], porque si algo une a los cinco –además de su devoción al arte– es el amor a México, a sus materiales, a sus paisajes, a sus necesidades físicas y emocionales”.
Sin embargo, creo que los eligió también porque tenían algo que decir, no sólo a sus colegas sino a un público general, que a su vez está interesado en entenderlos. A Barragán se le metió hasta la médula. Él, con los brazos cruzados, sus trajes de franela gris perfecta y sus manos de dedos alargados, habló de las aportaciones de la arquitectura vernácula en los pueblos y ranchos de su infancia para, desde la elegancia y el silencio, universalizar lo local. Ella durante años percibió en sus labios “su erotismo velado”, su “espíritu franciscano suave y tenebroso”.
Con González de León, Poniatowska mostró su frustración al reconocer que lo entrevistó “muy tarde en su vida (y en la mía)”. Así, ante el resultado previsible, ironizó: “me habló de las 10 vueltas diarias que le daba a su alberca techada, de cómo cuidaba su salud, del All Bran que desayunaba”. Por lo tanto, decidió balacearlo a preguntas hasta que él no pudo sino suplicarle: “ya, ya…, párale”. Me la imagino con su sonrisa y sus ojos chisporroteantes. Entonces le contestó con humor: “Falta poquito”, al tiempo que continuaba la refriega.
De Villaseñor rescató su formación “contrastada” en la entonces Escuela de Arquitectura de la unam, con maestros como Félix Candela o José Luis Esquerra, frente a sus encuentros con Luis Barragán y Chucho Reyes. En estas pláticas, estos últimos lo sentenciaron o lo advirtieron: “no, pues ya te echaron a perder”. Por fortuna, explicó, tenía cerca a su padre, quien le dio admirables consejos sobre la fealdad de las obras de algunos de sus maestros y sobre temas de “construcción”.
Martín del Campo es en apariencia el más joven de los incluidos en el libro. Un buen constructor y coordinador de un equipo eficientísimo en una empresa enorme de desarrolladores inmobiliarios; es el más técnico y el que más ha mirado al exterior. Ella lo conoció “de recién nacido”; él se explayó explicando cómo ha evolucionado y se ha perfeccionado el conocimiento que tenemos hoy de la mecánica de suelos y cómo los despachos de cálculo estructural mexicanos se han internacionalizado.
Entrevistar a Casillas fue para Poniatowska una delicia y se nota. Con sus ochenta y cinco años es el más joven de los incluidos en el libro. Ella no lo interrumpió, sólo en contadas ocasiones, y lo dejó irse de largo como hilo de media. Él está psicoanalizado. Con una estructura clara narró a su entrevistadora el tránsito hilarante de un jovencito rebelde, atrevido e irresponsable, que al correr sus aventuras llegó a tocar el fondo de su alma, de su vida, de su estructura social, y solo, completamente solo y estando tan lejos como en Isfahán, Persia, cayó en una depresión grave. Ahí empezó a preguntarse: ¿qué hago aquí, de qué y de quién estoy huyendo? Esto, al dar un cambio a la entrevista, de la comedia al drama, hace que el lector pase de la diversión y sorpresa al asombro, tristeza y, por supuesto, al interés por seguir leyendo para descubrir cómo aquel joven inició el cambio de su mantra, o salvó su alma y, con ellas, su vida, para ponerse a proyectar y construir.
En este libro no se hallarán análisis complejos de las obras de estos arquitectos, tampoco revelaciones sobre los distintos componentes de sus proyectos y edificaciones: contextuales, espaciales, estructurales, de habitabilidad, menos aún explicaciones técnicas. Sí, en cambio, un apartado fotográfico, “Fierros en el periférico”, de Graciela Iturbide, y un par de finos dibujos de Alberto Beltrán. Asimismo, una serie de ideas y/o teorías de los entrevistados y, puesto que los arquitectos en un noventa por ciento de los casos las exponen o escriben por dos razones (o son propagandísticas de lo que quieren hacer, o son justificatorias de lo que ya hicieron), aquí se descubrirán más reflexiones del segundo tipo que del primero. Esos arquitectos decidieron enfrentar a su entrevistadora en la arena en que se sienten más seguros: la arquitectura intuitiva, espiritual, del silencio y alejada, en apariencia, de las teorías (Barragán, Casillas); los grandes corporativos, edificios enormes y conjuntos mixtos (González de León y Martín del Campo); las elegantes palapas modernizadas de las playas mexicanas (Villaseñor). Ella, partera socrática (puesto que toda “obra artística es autobiográfica”, decía Barragán en palabras de Emilio Ambaz), ayudó a que cada uno ventilara su vida y la expusiera, así como los empujó a hablar de su trabajo y a explicarlo, no sólo a los arquitectos sino al común de los mortales, para con ello satisfacer nuestro interés y, por tanto, entender mejor su obra, pues muchos a diario la vivimos, padecemos y disfrutamos.