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Máquinas, amor y bioética

'Máquinas como yo y gente como vosotros', Ian McEwan, Anagrama, España, 2019.
Carlos Torres Tinajero

¿Cómo acercarse a la novela de un Londres distópico en los años ochenta del siglo xx, cuando la creación de seres humanos sintéticos y la idea de inmortalidad ya son cotidianas? El talento de Ian McEwan, al plantearnos dilemas, se muestra en Máquinas como yo y gente como vosotros, donde Adán, un robot del científico inglés Alan Turing, le sirve para construir un triángulo amoroso —quizá medular en su narrativa— con el objetivo de desarrollar el carácter y las emociones de sus personajes.

Más allá de que el triángulo amoroso defina la interacción social, McEwan lanza una pregunta: ¿qué nos hace humanos, si la tecnología, para efectos de esta entrega literaria, simula la vida? La trama revela las capacidades mentales y relacionales de Adán, quien interactúa con Charlie y Miranda, dos amigos, hasta tejer la tensión en la historia. ¿Adán deja de ser un robot al convivir, con una intención afectiva, con Miranda?

La caracterización robótica cobra sentido por el fino retrato de época —política, social, cultural— de la cual se hace cargo McEwan. Se huía de la muerte y se pensaba reemplazar la noción de divinidad mediante un yo perfecto. Para nuestra sorpresa, esta obra anuncia el futuro: Adán es el prototipo del hombre sintético, inmortal. A pesar de la precisión en la manufactura —las facciones finas son la prueba—, ha de ser incómodo interactuar con un robot.

Mucho más incómodo ha de ser que ese robot carezca de ética y modifique el curso de la relación —intelectual, emotiva y erótica— de Miranda y de Charlie, tensa por sus desacuerdos por la Guerra de las Malvinas —Argentina y Londres se disputaban las islas del Atlántico sur—, la recreación de todo el contexto histórico del libro.

Además de los desacuerdos políticos, hay otro contrapunto. Lejos de la consolidación de pareja —el paso de la amistad al amor, titubeante en ocasiones, entre Miranda y Charlie—, mientras Miranda intimida con Adán, el trato con Charlie se enfría. Por si fuera poco el enfriamiento, Charlie experimenta un cambio psicológico: Adán, de batería recargable, tiene la habilidad de seducir a Miranda —con el mismo ímpetu de un humano—, hecho irrisorio para ella. A diferencia de Adán, Charlie tal vez sería capaz de conmoverla y de moverle fibras internas, no sólo en el plano sexual; ahí, juega un papel fundamental la complejidad de un personaje con sentimientos, pasado, acciones, decisiones y volición, al contrario de Adán; pero está aturdido por él.

La acción dramática, en buena parte de la novela, se mueve a partir de la competencia entre Charlie y Adán por Miranda: el triángulo se convierte en un estímulo sexual, afectivo. Ese vínculo no nada más se transforma por la presencia de Adán; también por las características académicas de Miranda y de Charlie. Las convicciones ideológicas de Miranda se oponen a las de Charlie. Ambos defienden argumentos sólidos; a McEwan le ayudan, en el periodo de la Guerra de las Malvinas, para confrontarlos por sus principios y para agudizar la convivencia habitual.

Hay un detalle en la relación triangular: gracias a la pugna de Charlie y de Adán, desleal por parte del último, McEwan enfrenta a un ser humano y a una máquina para ponerlos a un nivel equitativo, de manera desgarradora. Cara a cara, en medio de la lucha, se revela un brutal secreto en el pasado de Miranda para dar pie a la transformación radical de la interioridad de cada uno.

Impresionante por las implicaciones psicológicas y por su composición, Máquinas como yo y gente como vosotros de Ian McEwan propone un dilema bioético. Una mirada a un Londres distópico, con grandes avances científicos, donde la interacción de los bípedos orgánicos, racionales, con las máquinas, es el catalizador de las acciones. Con este libro, el lector atestigua el trabajo
de un novelista consagrado por su lucidez personal, única, al tramar historias para darle un cauce narrativo —satírico y conmovedor— a las relaciones humanas y a la vida.

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