El "Canto a México" de Ernesto Cardenal

- Marco Antonio Campos - Saturday, 18 Jan 2020 19:56 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Presentación del famoso y extenso poema del entrañable, controvertido, original y genial poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, en el que se comenta con acierto la triple perspectiva que siguió el autor para la realización de la obra y su completa asimilación de los cantos nahuas, por mencionar sólo dos aspectos en los que son evidentes, además de su gran talento, su dedicación y amor a nuestro país.
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Empecé a leer a Ernesto Cardenal desde fines de los años sesenta y me gustaron mucho sus Epigramas y La hora cero y fui uno de los tantos que repetía como una plegaria rota su “Oración por Marilyn Monroe”. Por esos años leí y oí en los discos de Voz Viva de América Latina de la UNAM su poema “Mayapán” y empecé a entender su apego a México. Cuando en 1978 publicó en Siglo XXI su Nueva antología poética lo entrevisté para la revista Proceso, gracias a la mediación de mi querido maestro Ernesto Mejía Sánchez, amigo de Cardenal desde los años juveniles (ambos estudiaron en México en Mascarones), y escribí una reseña sobre dicha antología.

Es sorprendente y conmovedor el fervor de Cardenal por México, lo cual se ve muy particularmente en esta reunión de poemas sobre nuestro país publicada por el FCE (Canto a México). Diría que en un principio el libro se dividiría en dos grandes partes. Una, los poemas que son variaciones y adaptaciones de la poesía de los antiguos mexicanos, y la segunda, poemas directamente vividos por él mismo en la zona maya de Tabasco, Chiapas, Yucatán, o, por otro lado, en Michoacán y Morelos.

Para los poemas del México antiguo, In xochitl in cuícatl, la flor y el canto, Cardenal leyó muy bien los Cantares Mexicanos y los Romances de los Señores de la Nueva España, y en prosa los Discursos de los ancianos, que son también poesía, como los hemos leído todos, es decir, en las traducciones de Ángel María Garibay y Miguel León-Portilla. Cardenal revisó asimismo códices o libros de pinturas y leyó de los cronistas del siglo XVI a Fray Bernardino de Sahagún, entre otros.

Para escribir los poemas lo hizo desde una triple perspectiva: la primera, como si fuera uno más de los poetas del altiplano mexicano y se reuniera, por ejemplo, con Ayocuan, Tecayehuatzin o el desdichado Cuacuauhtzin; la segunda, utilizando imágenes y metáforas de la poesía náhuatl para describir una situación del siglo XX y el siglo presente, y una tercera, la más breve, escrita desde una perspectiva puramente actual. Debe recordarse que en el México antiguo para la perduración de la poesía eran primordiales el oído y la memoria, o si se quiere, el forjador de cantos memorizaba su poema, los decía ante los demás, alguien o algunos lo aprendían de memoria y luego esos poemas se repetían en el Calmécac, para que sirvieran al desarrollo de la sensibilidad y la imaginación, o por otra vía, para el aprendizaje de la religión, la historia y las costumbres de los nobles nahuas.

El recado implícito en las bellas versiones y adaptaciones de los poemas por parte de Ernesto Cardenal es que en esta tierra donde nos toca vivir aquello que debe prevalecer es la paz y no la guerra y que el trabajado conocimiento debe oponerse a la ignorancia. En eso las figuras más exaltadas y representativas para Cardenal, son Quetzalcóatl, como dios benefactor, y Nezahualcóyotl, como hombre. Incluso tiene un poema largo para cada uno. Quetzálcoatl, estrella matinal y vespertina, dios y hombre, que nos dio el maíz, creó las artes, inventó el calendario, propagó el conocimiento, y Nezahualcóyotl, el mayor equivalente del artista italiano del Renacimiento, insigne como poeta, gobernante, legislador, urbanista, ingeniero y arquitecto. A Nezahualcóyotl el nicaragüense Cardenal también lo llama con otro de sus nombres (Yoyontzin), al señorío de Tezxcoco como Acolhuacan y a los tezcocanos como acolhuas. Los otros protagonistas exaltados por Cardenal, además de Quetzalcóatl y Nezahualcóyotl, son, en general, los poetas, los que forjan los cantos, y los tlamatinimes, los maestros del conocimiento, quienes “hacen sabios nuestros rostros”. En algunos códices, pintados con tinta roja y negra, hechos en papel amate, papel de maguey o piel de venado, se podía hacer cantar las pinturas. En suma, para Cardenal, con la paz, la sabiduría y el arte el mundo sería menos desdichado.

Una aclaración: no hay nada que pruebe que entre el asesinato de su padre por parte de los tepanecas de Azcapozalco, en 1418, y la derrota y aniquilación de los tepanecas en 1428 por la llamada Triple Alianza (México-Tenochtitlan, Tezcoco y Tlacopan) haya realizado acciones de lo que ahora llamamos guerrilla. Nezahualcóyotl fue hombre de paz pero también un magnífico guerrero, y las extensiones del señorío de Texcoco llegaban hasta lo que es hoy Tuxpan, Veracruz, o sea, la parte del imperio que le tocaba como miembro de la alianza. Por lo demás, recuérdese que mandó matar al poeta Cuacuauhtzin, para quedarse con Azcaxóchitl, la prometida de éste, y madre de sus dos hijos legales: Tezauhpizintli, a quien mataron los aztecas y los tlacopenses supuestamente por ambicioso, y Nezahualpilli, quien heredó el señorío de Tezcoco y fue un hábil gobernante. Los grandes personajes también tienen sus grandes sombras.

Los aztecas, desde luego, se llevaban del imperio la tajada del león y hasta la llegada de los españoles no dejaron de aumentar su imperio, incluso hasta lo que es hoy El Salvador. Existe un poema de Nezahualcóyotl que está lleno de alusiones cristianas, donde se centra en el Dios único, pero parece dictado mucho más por los misioneros franciscanos, que en Tlatelolco en 1528 hicieron transcribir al náhuatl los poemas del México Antiguo a nobles que estudiaron en el Cálmecac. El gran Señor de Texcoco, muerto en 1472, casi cincuenta años antes de la conquista, si queremos aproximarnos a la verdad, nunca parece haber creído en ese Dios verdadero. Los pueblos del México antiguo no dejaron de ser politeístas y cada pueblo tenía su dios tutelar.

La poesía de lengua náhuatl, que se hablaba en el valle de Anáhuac, tenía un código lingüístico, como en los siglos XII y XIII que tuvieron en Francia los trovadores, en Italia los rimadores del Dolce Stil Nuovo y en Alemania los Minnesänger. En ese código se repetían imágenes, metáforas, palabras, giros… La poesía venía del interior del cielo, la daba el canto del pájaro –por ejemplo el zacuán o el azulejo–, que hablaba por dios, y los poetas eran una flor del dios, o como adapta muy bien Cardenal, eran la flauta del dios. Los cantos se acompañaban del baile y del sonido de los tambores y las flautas.

Cardenal utiliza muy bellamente las metáforas de la poesía náhuatl, para hacer sentir los temas principales: la fugacidad de la vida, la vida como préstamo, la otra vida que quizá sea la verdadera, las bellezas de la amistad y la hermandad de los poetas, la poesía como un puente para que hable por nosotros el Señor del Cerca y del Junto…

Como si Cardenal escribiera también su parte en el solo poema de la poesía del México antiguo, crea, a partir de los poemas de los Cantares mexicanos y los Romances de los señores de la Nueva España, variaciones bellísimas. Leamos algunos versos a los que da Cardenal su sensibilidad y su toque: “Como con manto de quetzal yo me visto de cantos” (…), o cuando habla de Tlalocan: “Aquí tan sólo el sueño./ Se está despierto allá:/ Donde las flores son verdaderas./ ése es el sitio de la vida./ Donde se unen el azul del cielo y el azul del mar es su mansión”. O estos dos: “Las muchachas son prestadas. Mi atabal de tristeza” (…) “Los códices en que pintamos nuestros sueños ¿quedarán?”

Sin embargo, en ese juego de integraciones del México antiguo y la realidad actual, me resulta desproporcionado de su parte llamar al dios del sol de los aztecas Huiztilopochtli-nazi, porque en ese caso nazis serían también Tezcatlipoca y Xipe-Tótec. En eso está muy cerca de pensarse, como lo hicieron los españoles del siglo XVI, que todos los dioses del México antiguo eran demonios, incluyendo Quetzalcóatl y Tláloc. Es difícil aceptar, por lo excesiva, la equiparación de Tata Vasco con Fidel Castro, o de mal gusto llamar a Azcaxóchitl, la esposa de Nezahualcóyotl, como flor pop-corn.

Si Octavio Paz en los poemas en prosa de Águila o sol y Rubén Bonifaz Nuño en Fuego de pobres son los poetas que, a mi juicio, habían asimilado mejor los cantos nahuas, me parece que en las versiones y adaptaciones de Cardenal Canto a México hay una auténtica y completa integración. Y por eso, por su gran amor a nuestro país, por los años en los que estudió y vivió aquí, le damos las gracias y lo sentimos como uno de los nuestros, alguien que pertenece a nuestra hermandad de poetas y que en este libro nos habla o nos responde con flores y cantos.

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