António Lobo Antunes: literatura y tendencias autodestructivas

- Alejandro García Abreu - Sunday, 26 Jan 2020 15:52 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La obra de António Lobo Antunes –el escritor portugués más importante en la actualidad– se caracteriza por diversas aproximaciones a la idea del suicidio. El autor de obras maestras como Fado alejandrino y Las naves afirma que en él hay una parte autodestructiva y que lo persigue el concepto de la muerte voluntaria.

Yo no soy vanidoso, pero pienso que cambié la literatura. Pero qué importancia tiene, me voy a morir. Entonces hay que relativizar todo esto. Quizás el éxito no sea más que un fracaso que llega más tarde. No sé, no me preocupa. La vida no tiene importancia. Son sola

António Lobo Antunes sobre su inclusión en La Pléiade de Éditions Gallimard

 

 

 

Shakespeare, Faulkner

António Lobo Antunes (Lisboa, 1942) piensa en el suicidio como una reformulación de la libertad. Fuma sin descanso y observa una reproducción de Ofelia (1851-1852), óleo sobre lienzo de John Everett Millais. La escena representada es del acto iv, escena vii, de Hamlet, en la que Ofelia, perturbada cuando su padre es asesinado, cae en un arroyo y se ahoga. Tras observar la pieza que apunta al suicidio, el escritor portugués recuerda que el comienzo de El ruido y la furia corresponde a una densa niebla que se disipa. Esa percepción de la novela de Faulkner atañe a algunos libros del propio Lobo Antunes.

¿Por qué ruido y furia?, cuestionó Agostinho de Morais. Respondió con la evocación de Macbeth de Shakespeare: “una historia [...] llena de ruido y furia”. Lobo Antunes confesó: “El ruido y la furia tiene la cualidad de ser una novela que, como la gran poesía, se relee con la maravilla del descubrimiento: a cada paso encontramos detalles que pasaron inadvertidos, en cada página nos emocionamos. He visitado este libro más de treinta veces, y ciertamente continuaré haciéndolo con el mismo entusiasmo.” La triada es clara: Shakespeare, Faulkner, Lobo Antunes.

Un volumen de los Sonetos shakespearianos está siempre al lado de Lobo Antunes, encima de su mesa de trabajo. El escritor portugués recuerda que los suicidas proyectaban sus sombras de manera incesante en la literatura de Shakespeare.

 

Seres saturninos

Sus libros son piezas de un mundo traumático que tiende a la desolación. Condenados por la bilis negra, los seres saturninos son propensos al suicidio. Saturninos, diversos personajes de Lobo Antunes, se inclinan a la muerte voluntaria. La perspectiva del escritor implica una discordia con el mundo. La visión trágica de Lobo Antunes es el destino de quien se siente turbado por los acontecimientos trágicos. “Una historia del suicidio no es más que una historia del dolor”, escribió Ramón Andrés en Semper dolens. Historia del suicidio en Ocidente. “El suicidio está latente en un rincón de nuestra mente, pero también de nuestra cultura”, asevera Andrés. Para Lobo Antunes también es una historia individual y social del dolor, una historia del abatimiento y, simultáneamente, de la resistencia del ser humano.

En una entrevista con Antonio Lucas, Lobo Antunes fue cuestionado sobre la muerte voluntaria y la enfermedad:

 

¿De qué le ha salvado la literatura?

–Probablemente del suicidio. Yo lo he volcado todo en las palabras. Y la idea del suicidio siempre me ha rondado. Es algo que no es ajeno a mi familia. Quizá de eso me hayan salvado los libros.

 

¿Tuvo miedo a la muerte en los días del cáncer?

–¿A qué llamas miedo?

 

Al miedo.

–Hay muchos miedos. Era una mezcla de muchas cosas. Yo no sabía cómo iba a salir. Mi mayor temor era a la noche. Las noches en un hospital son terribles. Pasas las noches mirando a la ventana hasta que llega la mañana. Creía que ver amanecer me impedía morir.

Sobre la soledad afirmó: “Como escritor me siento muy solo. No encuentro compañeros de viaje.” En torno al arte dijo: “La literatura, como la pintura, la música o el cine, son la única manera que tenemos de vencer a la muerte.”

Y en una conversación con Manuel Llorente narró: “Me hice muy amigo de Reinaldo Arenas. Un día me llamó para decirme ‘António, voy a matarme’. Pensé que era una broma porque era un hombre muy teatral. ‘Mátate’. Y se mató.”

 

Repertorio de sombras suicidas

En Conocimiento del infierno “un extenso cortejo de mendigos se acerca a la puerta de vidrios opacos del banco, pretextando imaginarias locuras, extrañas dolencias, suicidios inventados, con la esperanza de una cama”. Hay “incluso quien intenta suicidarse lanzándose con los brazos abiertos sobre su propia imagen”.

Lobo Antunes se aproxima al sufrimiento: “Eran las cinco de la mañana y el suicida acababa de morir después de mucho tiempo de desesperadas convulsiones ante nuestros ojos espantados.” Y presta atención a la mirada, que revela demasiado: “La mirada del suicida, llena de indiferencia y de rencor, perforaba el tabique de la pared y se fijaba en nosotros como el paso leve, oblicuo, atento, de un gato.”

Manual de inquisidores incluye “la respiración de guijarros y cantos rodados del río que mi tío Zé Francisco se empeñaba en que tenía suicidas de muchos años atrás que nos hablaban desde el fondo”, a un “ministro [que] tanteaba los cigarrillos en la alfombra parecido a un ciego que tantea en la acera la limosna que ha perdido, sofocándose en el cuello de la camisa en un suicidio resignado”, y a alguien que “sufría en silencio planeando suicidios, que fueron lo único que jamás proyectó”. Y “escaparates con piernas y brazos artificiales y maniquíes desnudos como suicidas dispuestos para el médico forense en las mesas de piedra” es la imagen vinculada a otro pensamiento en el gesto final: “la señorita Paula, que vivía sola desde que la madrina se suicidó, subió a un banco, colgó una cuerda de la lámpara”.

En El orden natural de las cosas Lobo Antunes escribe: “su solicitud palabrera me empujaría a un suicidio con pastillas, metiendo el cuello dentro del horno de la cocina”. Después se lee: “Me acuerdo, mi amor, del suicida en el cascajo de las traviesas y de mi asombro por su rostro intacto y la paz y compostura de las facciones.” Avanza, precavido sobre el tema de la muerte por agua: “y mi hermana Teresiña No hables de Jorge, no te atrevas a hablar de Jorge, Jorge, que se suicidó en el mar”.

Sobre los ríos que van es la narración de aliento poético de su estadía en el hospital en 2007 para someterse a la cirugía que eliminó el cáncer que padeció. En una conversación con Antonio Jiménez Barca, Lobo Antunes confiesa: “[Me sorprendió] La inmensa dignidad de la gente, de los enfermos de la planta de oncología. Todos eran príncipes. Era un hospital del Estado, así que había gente pobre, portándose con una dignidad de aristócratas, con coraje, nunca les oí una queja, a nadie oí rogar, o pedir ‘sálvame’. La gente aguantaba callada, sonriendo, saludándote, deseándote que mejoraras, muchos de ellos con metástasis por todas partes. Sabías que se iban a morir, y se morían sin quejarse, sin miedo. Yo he visto a gente borrarse de miedo en la guerra. Y el espectáculo de la cobardía es horrible. Vi a un teniente así: todos los oficiales le daban puntapiés y le insultaban, y el tipo no hacía otra cosa que llorar. La cobardía, físicamente, es fea. Te reduces a un ser miserable, despojado de toda dignidad.”

Memoria de elefante contiene un diagnóstico: “El médico leyó en el informe de ingreso ‘esquizofrenia paranoide; intento de suicidio’, hojeó rápidamente la medicación del Servicio de Urgencias y buscó un bloc en el cajón mientras un sol súbito se adhería, jovial, a los cristales.” Vincula el mar con el subcontinente indio como tierra misteriosa y lejana, con la muerte voluntaria y con la niñez: “Todas las estatuas apuntaban el dedo hacia el mar, invitando a la India o a un suicidio discreto, según el estado de ánimo y el nivel del deseo de aventura en el depósito de la infancia.”

La muerte de Carlos Gardel implica el desdén: “y la viuda plantada en el porche, con la familia alrededor, rechazó el ataúd, el ahijado alzaba ante mi tío los puños cerrados, olía a hulla, olía a cerdas quemadas, cavaron una fosa para las ovejas y las vacas, cavaron una fosa para las gallinas, pero no cavaron ninguna fosa para el suicida”.

En Acerca de los pájaros abunda la tragedia: “–El cáncer de la primera mujer y el suicidio del hijo trastornaron mucho a mi marido –dijo la mujer alta y rubia, elegante, agitando una multitud de pulseras que se entrechocaban con un tintineo agudo de metal.” La especulación es inminente: “En lo que concierne a los motivos del suicidio, si tal hipótesis se comprobare conforme a los elementos hasta ahora reunidos y el informe del médico forense así lo deja entrever, la deponente dijo que los desconocía por completo, aun teniendo en cuenta la obvia ansiedad de la víctima y la extraña conducta de las personas en el momento de su estancia.” Y se propone un acto exaltado y grotesco: “El Gran Circo Monumental Garibaldi os ofrece en vivo el número único, no televisado, del suicidio de su principal artista. La dirección recomienda a los cardíacos, a las embarazadas, a los deprimidos y a las personas sensibles en general que abandonen la sala para evitar incidentes emocionales desagradables.”

En Conversaciones con António Lobo Antunes de María Luisa Blanco, el escritor afirma: “en Acerca de los pájaros empiezan a surgir otras voces. En ese libro cuento un suicidio un poco obsesionado, supongo. El abuelo de mi padre se suicidó. Y en la novela contaba un suicidio narrado como si fuera un espectáculo de circo”. También confiesa a Blanco: “Escribir es una tarea muy difícil, también es una actitud frente a
la muerte, escribes contra la muerte. En mí hay una parte muy autodestructiva, eso está muy claro y siempre me persigue la idea del suicidio.”

 

Domingos grises

El escritor lisboeta Carlos Reis recuerda los “domingos grises que destiñen hacia dentro de nosotros” evocados por el autor de Esplendor de Portugal. La escritura de Lobo Antunes, según Reis, es modo de vida. Asimismo, desde otra perspectiva, es tentativa de superación de la muerte.

 

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