Las rayas de la cebra

- Verónica Murguía - Sunday, 26 Jan 2020 16:20 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

La vigencia de 1984

 

 

Hace unos días vi el documental Ícaro (2017) de Bryan Fogel. El corto me hizo pensar que la película abordaría el ascenso y caída del ciclista Lance Armstrong y las formas en que engañó a las agencias encargadas de monitorear el dopaje. Y sí, de eso trata, al menos durante los primeros minutos: después el documental se transforma en el testimonio de cómo Vladimir Putin, siguiendo la tradición política que dominó el deporte en la Unión Soviética, decretó que los atletas rusos debían doparse –secretamente, claro– para lograr el mayor número de medallas y así ayudarlo a consolidarse políticamente.

No es casualidad que después de ganar casi todo en las Olimpiadas de invierno en Sochi (2014) y despertar un enorme entusiasmo nacionalista, Rusia agrediera militarmente a Ucrania. Que los atletas fueran descalificados a posteriori por dopaje no importó: el daño estaba hecho, la popularidad de Putin, quien iba de bajada, se reforzó y cada logro del deporte ruso quedó bajo sospecha.

En medio de esta tormenta, a veces confusa, está la figura de Grigori Ródchenkov, el médico ruso encargado de la logística para llevar a cabo el dopaje.

Una de las cosas que más me interesó de la película –buenísima a pesar de que el protagonista está tan nervioso que hace bolas al espectador– fue la veneración con la que Ródchenkov habla de 1984, la novela de George Orwell. Se sabe que 1984 fue escrita como una crítica a Stalin, pero me impresionó la forma en la que Ródchenkov la lee: como un mapa espiritual, una guía para conservar una mínima porción de verdad en medio del lodazal de mentiras, medias verdades, amenazas y ocultamientos en los que la búsqueda de medallas transformó su vida.

No revelaré cómo termina el documental, pero es desolador. Putin sigue ahí, muchos altos funcionarios deportivos fallecieron súbitamente y todo parece ser parte de la novela de Orwell, cuya vigencia, me temo, aumenta en lugar de disminuir.

Dos días después de ver el documental, encontré otra referencia a la novela en un artículo. En las palabras de una joven de Hong Kong que forma parte de los contingentes de inconformes que buscan para la isla un destino independiente de China continental. En el artículo se describen marchas que han reunido a millones de inconformes que se han enfrentado a una policía cada vez más agresiva. Para Princesita, como la llaman sus compañeros, 1984 es una radiografía de lo que ocurre ahora mismo en China, donde los programas de reconocimiento facial por medio de cámaras han desatado debates (tal vez debate es una palabra demasiado fuerte, pues en China uno no debate con la autoridad) sobre la amenaza que esta tecnología significa para la libertad del ciudadano promedio.

El lector podría pensar que estas sociedades orwellianas son únicamente los regímenes socialistas. Después de todo, la Stasi, la policía secreta de la desaparecida Alemania del Este, es la organización de espionaje doméstico que ha contado con más afiliados en la historia. Pero no. Después de la promulgación del Patriot Act por George Bush en 2001, el gobierno estadunidense se permitió inmiscuirse en la vida de los ciudadanos en grados que hubieran sido inadmisibles en las décadas anteriores. Si a esto le sumamos las “verdades alternativas” que han infestado los, de por sí, incoherentes discursos oficiales en eu, veremos, de nuevo, que Orwell, ese lúcido y desencantado novelista, tenía razón en todo.

Y me lo volví a encontrar. La Biblioteca Pública de Nueva York cumplió 125 años y los bibliotecarios publicaron una lista con los libros que han sido más solicitados en préstamo en este lapso. 1984 ocupa el tercer lugar con 441 mil 770 préstamos.

Creo que debemos leer de nuevo a Orwell. Es más vigente hoy que cuando se publicó en 1949, pues la tecnología ha hecho posible que las técnicas de espionaje del Gran Hermano sean asunto cotidiano. Ya sabe todo de nosotros, lector.

 

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