Más que metáfora: Borrada de Dublín

- Francesca Gargallo Celentani - Sunday, 26 Jan 2020 15:49 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Una aproximación crítica a una novela que plantea, mediante cuatro formas narrativas distintas, el complicado y peligroso transitar de una mujer “sexualmente deseducada”, en el ámbito de la Universidad de Sonora permeado por una misoginia que condona su violación y donde, como en todo el país, la consigna “si no digo que sí es no” por desgracia aún no se comprende.

Para ubicar la novela Borrada de Dublín en la literatura mexicana actual es necesario recordar que su autora, Eve Gil, es una prolífica escritora sonorense que reside en Ciudad de México, con un reconocimiento público que se amplía cuando propone la “novela mánguika” y se restringe cuando toca las venas más sutiles de la injusticia misógina, en sus facetas emotivas, sociales, legales y culturales.

Borrada de Dublín es la cuarta novela que Eve Gil ha escrito sobre una violación donde la frontera entre sexo forzado, relación sexo-afectiva y estupro se desdibuja y confunde con elementos del entorno, como el poder que por admiración una estudiante otorga a su profesor.

Se abre con un símil que se ha escapado a la literatura escrita por hombres, pero que aparece en la denuncia de la normalización de la violencia misógina en los estudios feministas. Eve Gil acomuna el juicio moral, la discriminación y la mirada acosadora de la sociedad libre hacia las personas encarceladas con la revictimización social que sufre una mujer violada en un ambiente propicio al violador. “Altos Estudios”, como en la novela y en el pasado reciente se llamaba la Facultad de Humanidades de la Universidad de Sonora, es el lugar del señalamiento cotidiano y la humillación por haber acarreado el desprestigio a un claustro que no acepta una denuncia de violación a uno de sus miembros.

La protagonista cruza por cuatro formas narrativas, en una de las cuales son otros los personajes que hablan de ella en primera persona, y se presenta de entrada como “la superviviente de una guerra perdida”. Una guerra con muchos frentes y más de una víctima: estudiantes críticos, creadores literarios, un directivo gay y una niña producto de la violación. No son secundarios a la protagonista, la rodean y dan carne y aspecto social a una historia que es voz de denuncia y literatura, crónica, introspección psicológica de un personaje con síndrome Asperger que ha sido deseducado sentimental y sexualmente por madre y abuela.

La novela no avanza hacia un hecho sorpresivo, sino desentraña sus características que lo vuelven ambiguo para la ley patriarcal, sus jueces y verdugos –mujeres y hombres, aunque sólo los segundos sean sus privilegiados y las primeras gocen apenas de las concesiones que éstos les dan a cambio del servicio que les brindan.

La anécdota se reproduce cada día en todas las universidades del país. La deseducación sexual, emotiva, y la imposibilidad de recurrir a aliadas reales y ubicables en el sistema educativo exponen a las estudiantes a enamoramientos, docilidades y confianzas que pueden llevarlas a no saber consentir explícitamente una relación sexual. El abusador, el violador en estas condiciones aduce que las circunstancias y actitudes dan a entender un consentimiento implícito.

Las estudiantes que han tomado la Facultad de Filosofía de la unam hoy lo tienen claro: “Si no digo que sí es no.” La protagonista de Borrada de Dublín (Camelot América, 2019) nunca dijo que sí, aunque el terror al sexo y la expresión violenta del deseo genital le impidieron gritar que no y no y no.

¿Qué provoca el desconocimiento de la sexualidad y las emociones en una mujer mayor de edad que llega a la universidad? Primeramente, la pésima relación familiar entre mujeres: madres y abuelas tradicionalmente sexófobas que en lugar de datos concretos ofrecen prejuicios morales como si fueran conocimientos. Ahora bien,
esa depurada célula de control social que es la familia, debería ser reubicada por la escuela, los servicios sociales, la cultura, las artes, lo cual no sucede porque la entera estructura social es misógina y defiende las enseñanzas ocultas de las familias cerradas, moralistas, anafectivas, señalándolas como su primera organización.

A una mujer sexualmente deseducada la intimidad abruma, pero tiene derecho a una vida libre de violencia y abierta al placer tanto como una mujer que goza del despertar de sus deseos, temblores y expresiones lúbricas. La misoginia difusa facilita la violación de la primera y la criminalización de la segunda.

Borrada de Dublín no es sólo la novela que devuelve su persona a la protagonista, cancelada de la identificación con los personajes y lugares predilectos de las lecturas del maestro y, literalmente, del paso por la institución educativa,
la memoria paterna, la pertenencia a la sociedad de su tiempo. Recupera para la construcción subjetiva de la felicidad femenina la denuncia de la violencia misógina que la ley oculta.

 

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