Chantal Maillard y el augurio de la propia desaparición

- Alejandro García Abreu - Sunday, 09 Feb 2020 07:57 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Chantal Maillard, una extraordinaria poeta de lengua española de origen belga, padeció una terrible enfermedad y se enfrentó a una tragedia, acontecimientos que se reflejan en su literatura.

Chantal Maillard (Bruselas, 1951) transfiguró el dolor en su escritura. La ganadora del Premio Nacional de Poesía en España por Matar a Platón (2004) escribió en Husos. Notas al margen (2006): “Cuéntame tu vida, me escribe S... No la conozco. Hace apenas dos días que encontré la página web de esa organización de duelo. Abrí la página por el ‘tema del mes’. Si esto fuese una novela vendría bien contarlo. Pero no lo es. Así que el guión se debe al eco. A las resonancias. El suicidio era el tema del mes. Colgué, pues, un mensaje en la página: ‘Mi hijo se ha suicidado en abril…’”

En La actitud contemplativa a través de la obra de Chantal Maillard, Nuño Aguirre de Cárcer Girón asevera que la propuesta de la poeta de origen belga y autora de India –volumen en el que ahonda en “los árboles-templo en Benarés, en la creación del observador como método de conocimiento de los diversos planos de la conciencia”– se manifiesta en dos temas graves: el dolor y la muerte, elementos que están presentes en toda su obra pero que en Husos se convierten en resonancias del suicidio de su hijo, del dolor del duelo.

Maillard indaga todas las facetas del sufrimiento, desde el dolor físico hasta el psicológico. En 2000 Maillard padeció cáncer, cuya fase más aguda tuvo lugar entre 2000 y 2001. Una manguera de irrigación la ayudaba a limpiar sus intestinos. En octubre de 2002 dictó la conferencia “Sobre el dolor”. Después, en abril de 2003, su hijo Daniel se suicidó, acontecimiento que propició la escritura de Husos.

En Poemas a mi muerte (2005) se refirió a la propensión al “final ineludible”. La escritora afirma que el poema está dedicado a Daniel de manera póstuma. Modificó el texto para Hainuwele y otros poemas (2009): “En la más densa oscuridad es fácil/ recurrir a las fauces de un león/ y decir ‘He cumplido’. Pero/ acelerar la herida, provocar el final ineludible/ no exime del cuidado/ de crearnos el alma.// Ante el umbral definitivo conviene detener/ el impulso y, atentos,/ sentir clavársenos las fauces/ y hacerse luz la herida.”

Husos es el resultado del desmoronamiento psíquico. Hubo “un ligero conato de suicidio por parte de la autora”, dice Aguirre de Cárcer Girón. En el libro ella confiesa que en la escritura no hay deserción: “Escribo, porque escribir es lo único que cabe hacer cuando ya nada hay que deba hacerse. (No me tomé el Valium que guardo en el armario, antes del agua. La voluntad de espectadora me mantiene, en toda circunstancia, viva para poder decir, para poder decirme, para poder contarme como me cuento los sueños, el dolor de la carne o el de la memoria).”

Para la publicación de Hainuwele y otros poemas, Maillard devolvió a Poemas a mí muerte el orden cronológico original. Pensó mostrar dos concepciones opuestas con respecto a la muerte: “la del Occidente postilustrado, que la entiende como la sombra que nos acompaña, y la oriental –india, en este caso– que la integra en el eterno periplo de la existencia. No obstante, hasta entonces, mi contacto con la muerte había sido poco más que literario. Más tarde, tendría ocasión de averiguar que lo que nos ocurre no es la muerte sino algo peor: la desoladora ausencia de los que nos dejan y el angustioso augurio de la propia desaparición”.

 

Voces en duelo: Daniel

Maillard y Piedad Bonnett (Amalfi, Antioquia, 1951) –autora de Lo que no tiene nombre (2013), relato en torno a la muerte voluntaria de su hijo– presentaron Voces en duelo: Daniel en 2018 en Málaga. Bonnett recuerda que Maillard descubrió coincidencias: ambas nacieron el mismo año, ambas son poetas y, escribe Bonnett, “las dos tuvimos hijos llamados Daniel, que a edades semejantes decidieron abandonar la vida de la misma forma, lanzándose al vacío. En su momento, las dos, sin saberlo, escribimos un mismo poema sobre ese último instante. Descubrirlo nos llevó, por iniciativa suya, a hacer un performance en la ciudad de Málaga: en un escenario, apoyadas en una música bellamente perturbadora, concebida para la ocasión, realizamos lo que Chantal –una mujer austera, de pensamiento riguroso– llamó ‘un Oficio’. ‘A veces ciertos puentes se disfrazan de coincidencia. Éste es uno de ellos. Y había que cruzarlo’, escribió a sus amigos en una invitación colectiva. Voces en duelo: Daniel se presentó así: ‘Un mismo nombre. Dos hijos. Una misma decisión. Un mismo gesto. Dos madres frente a un mismo abismo. Contra el tabú. Por esa libertad. Por el coraje del suicida. Como homenaje’. Y así, con un acto simbólico, a través del arte, nos manifestamos por el respeto a la autodeterminación y a la más definitiva prueba del alcance de la libertad humana.”

A modo de plegaria: “escribir el dolor/ para proyectarlo/ para actuar sobre él con la palabra”, clama Maillard a una deidad fugitiva que alguna vez habitó Benarés.

 

 

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