Cinexcusas

- Luis Tovar - Sunday, 09 Feb 2020 07:56 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Los académicos

 

El director supo explotar la debilidad de los académicos por la segunda guerra mundial.” La frase, de Daniel Martínez Mantilla –con subrayado cortesía de este juntapalabras–, parecería profética y referirse a Taika Waititi, director de Jojo Rabbit (2019), si acaso esta cinta gana hoy el –dígase otra vez– tremendamente sobrevalorado premio Oscar, ya sea a mejor director o a mejor película. Salvando el detalle de que no se trataría de la segunda sino de la primera guerra mundial, también aplicaría en el muy probable caso de que el ganador sea Sam Mendes, director de 1917.

El aserto puede ser profético no sólo este año sino, con toda seguridad, muchas veces más en el futuro. Para comprobarlo basta con esperar a las siguientes entregas del muñequito hollywoodense, donde más pronto que tarde se reeditará la insuperable debilidad de esos académicos –¿realmente lo son? Mejor dicho, ¿alguien cree honestamente que lo sean?– por el consabido y resobado cuento de los-ejércitos-pero-sobre-todo-los-valores-éticos-de-Occidente-ganando-la-guerra-contra-los-malos, repetitivo y cansino por más alarde formal y apantallante factura técnica que le pongan.

Pero si alguien quiere más pruebas de la tozuda querencia de esos dizque académicos por las alegorías de su “victoria cultural”, échele un breve ojo al pasado: ¿qué fue si no una variante del más obsceno autoelogio –por aquello de que la historia la escriben los vencedores– premiar la burda victimización en que consiste La lista de Schindler (1993) o, todavía peor, la sensiblería insufrible que penetra hasta la médula a Rescatando al soldado Ryan? Desavisados y desmemoriados en general son propensos a creer que hay alguna novedad en este asunto del Oscar, pero nada más falso; el par de costosos y cursis petardos de Steven Spielberg no son sino dos entre muchos otros ejemplos de algo que comenzó con La señora Miniver (1942), de un tal William Wyler, con la que obtuvo su estatuita –y que es la cinta aludida por Martínez Mancilla. De ahí p’al real, durante casi ocho décadas y contando.

 

Muy antiacadémicos

Bastaría con ese gusto insano –y convenenciero– por toda suerte de justificaciones fílmicas a favor del belicismo, para desautorizar las opiniones cinematográficas y las posturas éticas de esos académicos tan evidentemente parciales y limitados. ¿O acaso Full Metal Jacket ganó el Oscar a la mejor película por su contundente crítica antibelicista? ¿Lo hizo Apocalypse Now por lo mismo?

Bastaría con eso, pero hay mucho más en el costal de prejuicios, oportunismos, blanqueado de sepulcros, lavado de manos, omisiones de escándalo y francas estupideces que distingue las decisiones de unos académicos ya torpes, ya maiceados, y muy de cuando en cuando forzados por la realidad a premiar lo inevitable, so pena de hacer más hondo aún el desprestigio que los acompaña, y con razón. Los fanáticos del Oscar, que los hay, han elaborado una y otra vez la lista de lo obvio y lo inexplicable, donde por ejemplo caben, en la primera columna, El padrino (1972), Gigi (1958), De aquí a la eternidad (1953) por mencionar sólo tres, así como en la segunda columna figuran –hágame usted el favor– tomaduras de pelo de muy diverso tipo como Slumdog Millionaire (2008), ¡Titanic (1997)!, El chofer y la señora Daisy (1989)… y párele usted de contar.

También puede verse exactamente al revés: para decirlo con la conocida fórmula matemática, el pobre nivel de lo que suele ser premiado con el Oscar es directamente proporcional a la mediocridad de los académicos que deciden dichos premios. En consecuencia, por mucho que su poder mediático y económico resulte inalcanzable y, al parecer, indestructible, es insensato esperar que unos galardones concebidos esencialmente como mecanismo promocional y no en calidad de reconocimiento artístico, reflejen otra cosa que no sean los intereses y las pulsiones de una sociedad muy poco interesada en esa antigualla conocida como “cultura”. Curioso, por decir lo menos, viniendo de unos académicos.

 

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