Las rayas de la cebra

- Verónica Murguía - Sunday, 09 Feb 2020 07:51 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Tú sí estás nominado

Cuando yo era niña había un programa de televisión que nos angustiaba a mis hermanos y a mí. No era un programa de miedo, ni de aventuras. Era de concursos y se llamaba ¡Sube, Pelayo, sube! El título del programa venía de una prueba en la que un pobre padre de familia debía trepar por un poste ensebado –hasta la fecha me pregunto de qué estaba embarrado ese poste, pues todos los hombres que trataban de subir se deslizaban irremediablemente al suelo– y recoger un premio colocado en la punta. Esto, ensordecido por las porras del público, los alaridos de la familia y las exhortaciones de Luis Manuel Pelayo, el conductor del programa.

Debo decir que Luis Manuel Pelayo, a diferencia de los anfitriones de programas de concurso que le han seguido, era un hombre afable, poco dado a humillar a los participantes, aunque la humillación, con la pena, ya estaba implícita en los nombres y reglas de las competencias.

Para mis hermanos y para mí, el peor era Pa’rriba, papi pa’ rriba. El padre de familia se colocaba a ras de piso, separado de la mujer y los hijos por una especie de rampa, igualmente ensebada. Los niños gritaban, le extendían las manos a su padre, la mujer se mesaba el pelo, el señor se arrojaba con heroico denuedo contra la cuesta hasta que, derrotado, se dejaba resbalar con una sonrisa resignada y triste. Esta metáfora de la realidad nacional nos hacía polvo: llorábamos amargamente imaginándonos a mi padre, un flaco de solemnidad y fumador empedernido, deslizándose por esa misma pendiente, echándose a perder los pantalones y el carácter. No sé cuánto mediría la rampa; para mí tenía el tamaño de la resbaladilla grande del parque. Como yo medía a la sazón un metro veinte, mis ideas de lo grande eran distintas a las que tengo ahora.

Años después, sentí el mismo estupor de ver a personas que se prestaban a ser humilladas por televisión, pero en versiones de mecánica menos simple y más canalla como Big Brother, ¿Cuánto quieres perder? y la horrorosa Extreme Makeover. Estos no son programas en los que los concursantes triunfen por sus habilidades deportivas, la buena memoria, como en la lejana La pregunta de los 64,000 pesos o la destreza en algún oficio (Top Chef o Pasarela a la fama). Son programas en los que los defectos físicos, reales o percibidos, son “curados”, reforzando así nuestra frivolidad e incapacidad de ver más allá de la superficie.

Para los castings de Extreme Makeover en Estados Unidos se le advertía a las personas del público que no intentaran concursar si su fealdad era promedio (¡!): se buscaban personas con anomalías físicas sobresalientes para convertirlos “de patitos feos en cisnes”. Desde problemas dentales y dermatológicos hasta condiciones médicas como el labio leporino, todo debía ser expuesto y analizado para regocijo de los espectadores y la falsa compasión de quienes conducían el programa. Lo mismo con The Biggest Loser: no se trataba de individuos que quisieran bajar diez o veinte kilos, se buscaban personas con problemas de obesidad para exponer ante millones de televidentes sus miedos, sus cuerpos, sus vulnerabilidades.

Big Brother, ese banal y popular experimento surgido de la mente de John de Mol en 1997, no sólo se apropió del nombre del ente sobrecogedor de la novela de Orwell y lo trivializó; también permitió al público mexicano atestiguar cómo un puñado de personas hacía el ridículo en grupo, se bañaba con calzones o se peleaba por estupideces (aunque nunca sabré cómo le hicieron para que jamás discusión alguna fuera interesante), para luego ser nominados por Adela Micha en uno de los rituales televisivos más esperpénticos jamás grabados.

En lo personal, detesto estos programas. Los culpo por arruinarnos los modales, por alentar la vanidad y la estridencia, por distraernos de los problemas que importan de veras, por fortalecer nuestra falta de empatía. Y me apabulla que hayan sido exitosos en todo el mundo, durante muchos años. Caray.

 

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