Prosaismos

- Orlando Ortiz - Sunday, 09 Feb 2020 07:54 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Don Artemio de Valle-Arizpe

 

Hace varias décadas tuve la mala suerte de acercarme a don Artemio de Valle-Arizpe por una de sus obras dedicadas a santos y milagros. Ni acabé el libro ni volví a pasar por ahí. Fue años después que de nuevo inicié otra aproximación, y esta vez tuve mucho más suerte y comencé a encontrarle el sabor a sus escritos. Fueron sus crónicas y relatos los que me jalaron a leer cuanto encontraba en las librerías de viejo y no fueran consideradas “joyitas bibliográficas”, es decir, para nada al alcance de mi poder adquisitivo.

En la segunda intentona, lo primero que leí fue Historias de vivos y muertos, que me sorprendieron porque eran más que simples crónicas de añejos asuntos; había en tales relatos malicia narrativa en la construcción,
a más del lenguaje florido, barroco pero de una cadencia embriagante, seductora y natural, valga el oxímoron (lo digo porque toda seducción tiene algo o mucho de artilugio, a menos que el fenómeno se reduzca a cuestiones hormonales y confunda las “ganas” con el afán seductor.) También en esa ocasión dejé atrás la idea de que un escritor como él debía ser aburrido, solemne, excesivamente serio y enemigo de la ironía o el humor. La mayoría de sus textos están salpimentados con detalles humorísticos, picardías sanas pero al fin picardías, y usa para ello vocablos adecuados al nivel social o cultural de los personajes. Eso se me hizo más evidente desde el inicio de El Canillitas, novela espléndida, para mí tal vez lo mejor que escribió, aunque no podía dejar a un lado algunos de sus relatos que bien podrían llamarse cuentos por su estructura y eficacia narrativa.

Fue precisamente en algunas páginas de don Artemio que me enteré de la asombrosa trayectoria militar de Ignacio m. Altamirano, que debió ser excelente jinete, pues llegó a comandar escuadrones de caballería que combatieron en el sitio de Querétaro y en otras batallas durante las intervenciones y la Reforma. Su admiración por el “maestro” Altamirano es absoluta. Algo similar expresa respecto a Guillermo Prieto, no como guerrero sino como persona honesta, que sirvió en diversas ocasiones a los gobiernos liberales, incluso como secretario de Hacienda, y nunca robó ni un peso, pues entró en esos puestos siendo pobre y salió igual: pobre. Don Artemio era católico irredento; su faro en la formación intelectual fue Ipandro Acaico, a la sazón arzobispo de San Luis Potosí, Una muestra de su integridad intelectual la encontramos cuando asegura que “no buscó ganancias fáciles don Guillermo Prieto, como tampoco las buscó ninguno de los miembros del gabinete juarista; todos eran hombres íntegros, de probidad indesviable. No perseguían dinero, sino un ideal alto, limpio”. Sí criticaba los abusos que se dieron durante la Reforma y con la Ley Lerdo, incluso los califica de arbitrario despojo de bienes a la Iglesia, pero no era antijuarista recalcitrante.

Emmanuel Carballo, en su 19 protagonistas de la literatura mexicana del siglo xx, asegura algo con lo cual concuerdo: “Sus manos y sus ojos cargan de ironía o de veneno la conversación más ingenua”, lo cual me recuerda otro de sus para mí fascinantes textos: Don Victoriano Salado Álvarez y la conversación en México, arte muy frecuentado en otros tiempos y posteriormente —por desgracia— olvidado.

Para terminar me referiré a un escrito obligado si se quiere entender a don Artemio: Historia de una vocación. Al parecer fue uno de sus últimos escritos y en él da cuenta de su formación, hace recomendaciones de lecturas, da consejos a los aspirantes a escritores y platica anécdotas divertidas. Algo más: en las última líneas se disculpa por “el tedio que les causé con este largo escrito. Salió muy extenso de mi pluma porque no tuve el tiempo suficiente para hacerlo corto”. Lo que coincide con: “Lamento escribirte una carta tan larga, pero no tengo tiempo de hacerla más corta”, que aparece en una carta de Carlos Marx a Federico Engels. Curioso, porque Marx no pudo leer a De Valle-Arizpe y no creo que éste haya leído a Marx .

 

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