Ana Clavel y la literatura del deseo

- Eve Gil - Thursday, 20 Feb 2020 21:11 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Aquí se hace un recuento crítico de la obra narrativa de Ana Clavel (cdmx 1961) escritora de bellísima prosa cuyo tema axial es el deseo, ahí donde, si uno se atreve a sus claroscuros y deslumbramientos, se puede llegar a conocer el corazón del hombre. Entre otras, es autora de las novelas 'Los deseos y su sombra', 'El dibujante de sombras', 'Cuerpo náufrago', 'Las violetas son flores del deseo' (Premio Juan Rulfo de Novela Corta, concedido por Radio Francia Internacional en 2005) 'Las ninfas a veces sonríen' (Premio Elena Poniatowska 2013), 'El amor es hambre' (2015) y el magnífico ensayo 'Territorio Lolita' (2016).

Aunque parezca contradictorio, hay cuerpos y hay seres que son culpables de inocencia…

Ana Clavel

 

El eje de la narrativa de Ana es el deseo, empezando por el deseo de Escribir que se advierte en la Escritora, desbordado, fogoso, incontenible. Como en Los deseos y su sombra, donde explora la posibilidad de desaparecer, desiderátum por antonomasia que alguna, o muchas veces, todos hemos experimentado. Su protagonista, Soledad, habita la torre del castillo de Chapultepec y desde ahí vislumbra, entre maravillada y asqueada, el devenir de la inmensa ciudad escenario de su infancia; de sus sueños, pasiones, andanzas... de su propio suicidio. Cubierta de ese erotismo envolvente, casi bordado, emblemático de la prosa de Ana, donde la perversión suele adquirir un halo divino y la ternura se arranca su careta de inocencia. Donde hasta un ménage à trois adquiere la fragancia de un Edén infantil, retomará, más adelante el tema de las sombras asociado al deseo, enfocándose en el terreno del arte y recreando el probable origen del arte fotográfico, en la novela El dibujante de sombras.

Cuerpo náufrago (2005) es otra de esas paradójicas narraciones donde los amores imposibles vuelven permisivo todo lo demás. Para una imaginación desbocada como la de Ana no hay candados, no hay límites, por lo que su protagonista, Antonia, despierta convertida en varón casi desde las primeras líneas, en simultáneo homenaje al Orlando de Virginia Woolf y al Gregor Samsa de Kafka. Tampoco hay explicación posible para dicha transformación, excepto, tal vez, el deseo... el deseo que toda mujer ha experimentado alguna vez de ser hombre para descifrar sus miedos, más ocultos que los femeninos, y, sobre todo, gozar de sus privilegios. Para Antonia su propio falo es un juguete nuevo, y su manipulación para actividades tan cotidianas como orinar, toda una aventura.

En cada novela, Ana avanza en la realización de deseos cada vez más inquietantes, no nos sorprenda que la siguiente, Las violetas son flores del deseo (2007) horade la mirada. ¿Se ha preguntado el lector/a en qué medida su mirada es capaz de violentar un cuerpo ajeno? Ana no sólo se lo pregunta: se responde a partir de las impactantes líneas introductorias de esta novela, ganadora del Premio Juan Rulfo de Novela Corta, concedido por Radio Francia Internacional en 2005: “La violación comienza con la mirada. Cualquiera que se haya asomado al pozo de sus deseos, lo sabe […]” El lector sentirá el impulso de cerrar el libro para detenerse a meditar: el texto mismo, cuerpo violentado por la mirada. ¿Me he asomado yo al pozo de mis deseos? Probablemente no. Tal ejercicio requiere perder el miedo al juez moral que nos habita, constructo de toda una vida recogiendo voces que nos exhortan a distinguir entre el bien y el mal, que juegan a disfrazarse como los gemelos perversos para tenernos a prueba todo el tiempo. Las violetas… te increpa desde la imagen de la portada. Su principal escenario es la conciencia de un padre que experimenta deseo hacia su hija pequeña, de nombre Violeta. El protagonista, Julián Mercader, entiende que su deseo por su hija ha de buscar otros derroteros para consumarse. Crea una línea de muñecas que rebasan en expectativas a las muñecas inflables, no sólo porque sus características anatómicas y faciales remiten mucho más a las de una mujer humana, sino porque poseen dos atributos extraordinarios: belleza delicada y fascinante… y un himen. Son, pues, muñecas-niñas, lo cual pudiera parecer intolerable… pero Ana Clavel, experta en exponer la perversidad humana sin ensuciar sus manos, mucho menos su bellísima prosa, libra triunfal el reto. En algún momento de la novela se adelanta a las críticas feministas que reprobarán el fetichismo por las muñecas que, básicamente, reemplazan al objeto carnal del deseo: “Alguna feminista me acusará de equiparar a las mujeres con muñecas, de reducirlas a su esencia de objeto ritual. Por el contrario. Las Violetas siempre aspiraron a convertirse en mujeres.” A la obsesión por la mirada y por la maleabilidad de la imagen bajo esa mirada, se suma la fijación de la autora por el cuento “La historia de las hortensias”, de Filisberto Hernández, incorporado a la trama de Las violetas…

En cierta forma, y he de confesar que ignoro si Ana se lo planteó así desde el principio, o se trata de una mera casualidad, el tema de la pedofilia revolotea como la traviesa sonrisa de una regordeta ninfa de Francesco Melzi por sus tres siguientes libros: Las ninfas a veces sonríen (Premio Elena Poniatowska 2013), El amor es hambre (2015) y el magnífico ensayo Territorio Lolita (2016), donde expone lo que el prototipo de Lolita representa para la literatura, para la sociedad y para el arte, mucho antes de existir un arquetipo de la niña sexuada, o de que Freud escandalizara a su círculo declarando que los niños eran capaces de experimentar placer o, como parafraseado por Artemisa, la protagonista de El amor es hambre: “...como todo ángel fui también un demonio de pureza”.

La más reciente novela de Ana Clavel, Breve tratado del corazón (Alfaguara, 2019) que, en efecto, es un tratado, en mayor grado que sus novelas anteriores, posee, hasta cierto punto, un poco de todas las demás, empezando por el elemento del deseo, que aquí se manifiesta en plural. El deseo suele manifestarse (confundirse, acaso) con el instinto. El deseo, en sí mismo, el impulso, no es la abominación, sino la subyugación al mismo. En la novelística de Ana Clavel, el deseo=institnto y el deseo=ambición parecen fusionarse y crear una tercera alternativa ¿Qué pasa cuando frenas al impulso de arrojarte a las vías del Metro e intercambias tu intención original por la de invertir tus últimos ahorros en cumplir el deseo de tu vida? El corazón es el órgano donde se localizan los sentimientos que guían a Sandra, no el estómago, ni el cerebro, ni las vísceras, ni el sexo. La melancolía, tristeza, spleen, saudade… depresión, su equívoca descripción científica, lejos de impedirle saborear al máximo el camino que la llevará hasta el lugar de sus sueños, incrementa su deseo de descubrimiento. Aquella felicidad no habría alcanzado la categoría de dicha sin estallar, por decirlo en términos coloquiales. Y en cierta forma, Sandra no sobreviviría a la impresión de contemplar su sueño hecho realidad. Su corazón le es donado a un hombre que se encuentra en un estado similar al de ella al momento de traspasar la línea amarilla. Realmente no le importa demasiado si vive o muere. Está harto de pertenecer a una clase media sin aspiraciones, de un empleo que no le brinda incentivo alguno y ama a su familia con sensación de hastío. Tras el trasplante, se transforma al grado de desconocer afectivamente a su esposa e hijos. Opta por divorciarse y cambiar radicalmente de vida, lo que incluye convertir en su amante a una joven bailarina que recibe la encomienda de manipular las cenizas de una tía a la que nunca conoció, según instrucciones de ésta. Tanto la chica como su amante constatan, asombrados, a través de una serie de fotografías, que ella es idéntica a aquella parienta desconocida. Estas dos historias se enlazan en forma misteriosa con la del miembro de un grupo de sicairos rituales que ingieren el corazón palpitante de sus víctima. El muchacho tiene la encomienda de asesinar a una chica de determinadas características, a la que sigue hasta el Metro, pero allí, la joven, que ha advertido que le pisan los talones, realiza una maniobra bastante ingeniosa para confundirse con una inocente universitaria con la cabeza llena de sueños y planes, que no imagina que su destino acaba de torcerse.

Con esta novela con fuerte sabor a thriller, Ana Clavel refrenda su condición de escritora-visual; generadora de instalaciones narrativas. De ahí las exposiciones multimedia, especie de novelas en tercera dimensión. Ana parece comprender a la perfección esta lucha que se libra al interior de todo creador y que ocasionalmente lo sume en una cámara sombría de donde se sale trastocado en una sombra iluminada.

 

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