Las rayas de la cebra

- Verónica Murguía - Sunday, 23 Feb 2020 10:44 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

La desintegración social

Este es un mal momento para ser mexicana. La violencia en el país ha alcanzado números alarmantes aun en este México profundamente dividido y misógino; impera la corrupción –que necesita mucho más que un “fuchi caca” para desaparecer, por ejemplo, de los Ministerios Públicos y las policías– y a nuestro desamparo se suma el que las víctimas sean criminalizadas. Así lo hicieron Calderón y Peña Nieto; así es ahora.

Los ejemplos sobran: el domingo 26 de enero, la Marcha por la Paz, la Verdad y la Justicia fue agredida con ofensas, insultos y amenazas cuando iban rumbo a Palacio Nacional. Los seguidores del presidente, quien se negó a recibir a los dirigentes del movimiento, denostaron cruelmente a los padres y familiares de desaparecidos en todo el país. No sé por qué esas personas consideran traición a la patria exigir justicia o la aparición de familiares; es un derecho humano, tan natural como el derecho a la vida. De paso mencionaré que ese derecho a la vida no les valió a 34 mil 582 mexicanos durante 2019. También que el lunes 10 de febrero el presidente se molestó por una pregunta sobre los feminicidios. Ese mismo día el esposo de Ingrid Escamilla la mató con una saña espantosa. Las fotografías del hecho fueron filtradas a los medios amarillistas por autoridades policíacas.

Quien insulta a la víctima de un hecho criminal se hace cómplice de ese hecho, aunque sólo sea cómplice de palabra. Los individuos que ofendieron a los padres de familia, a madres que venían de Veracruz y de Chilapa a buscar el apoyo del presidente, lo hicieron envalentonados por un falso patriotismo.

Esos insultos son cosa grave: las palabras tienen un peso enorme cuando se trata de dar fe, de ser testigos de
lo que sucede. Es obvio que las gentes que agredieron a los caminantes de la Marcha por la Paz, la Verdad y la Justicia son incapaces de ponerse en lugar de las víctimas. Nadie puede; el lugar que habitan estos padres y madres es el “mundo del dolor”. Pero si no podemos imaginarnos el sufrimiento de un padre o una madre que han perdido a un hijo, entonces deberíamos tener compasión. Si tampoco da el alma para eso, les pido a quienes insultaron a los caminantes que, por lo que más quieran, guarden silencio.

Ese mismo domingo la portada de La Jornada anunciaba que los feminicidios han aumentado un 137 por ciento en los últimos años; que un comando había asesinado a nueve personas en un restaurante de Guanajuato; que 4 mil 500 familias abandonaron sus casas en Michoacán a causa de la violencia y mostraba una foto de las protestas en Chihuahua por los asesinatos de Yunuén López e Isabel Cabanillas. Ese mismo domingo, recalco, los manifestantes que exigían ser recibidos por el presidente fueron insultados y amenazados por simpatizantes del gobierno.

No se me olvida que el 7 de noviembre de 2014, en una conferencia de prensa sobre los hechos de Iguala, el titular de la entonces pgr, Murillo Karam, dijo: “No más preguntas. Ya me cansé.” Este exabrupto fue condenado por muchos de nosotros. Tampoco se me olvida que cinco años después, el 18 de noviembre de 2019, el presidente López Obrador dijo que le “daba flojera” recibir a Javier Sicilia.

Para mí lo segundo es más grave. Al presidente le da flojera a priori: por flojera, porque Sicilia y él no tienen las mismas ideas, no recibe a los padres de los desaparecidos y asesinados. Exige apoyo total a sus decisiones: quien no lo manifieste no merece su tiempo.

Este gobierno ha repartido cartillas morales y ha desalentado el ejercicio de la solidaridad y la crítica. Trabaja en una Constitución Moral al tiempo que mira para otro lado cuando niños son baleados mientras jugaban a las maquinitas o mujeres son desolladas por sus parejas.

Si el presidente sigue sin interesarse por erradicar la violencia que nos amenaza a todos, seguidores suyos o no, con algo más que insultos, el alma de México continuará desintegrándose.

 

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