Artes visuales

- Germaine Gómez Haro / [email protected] - Saturday, 29 Feb 2020 23:01 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Huellas indelebles del muralismo mexicano en Estados Unidos (I de II)

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Huellas indelebles del muralismo mexicano en Estados Unidos (I de II)

En el Museo Whitney de Nueva York se inauguró hace unos días una exhibición deslumbrante que se perfila como el gran acontecimiento de la temporada. Se trata de la muestra Vida americana. Los muralistas mexicanos rehacen el arte estadounidense, 1925-1945, integrada por unas doscientas obras de artistas de ambos países cuyos trabajos confluyeron durante la primera mitad del siglo pasado. Es altamente significativo que este museo, dedicado exclusivamente al arte estadunidense, rinda por vez primera un homenaje a nuestros muralistas y los coloque en el sitio de honor que merecen como precursores de toda una generación de estadunidenses que se formó y se desarrolló bajo su tutela, abrevando directamente de sus fuentes; algunos de ellos llegarían a ser, a su vez, innovadores de los nuevos lenguajes modernos de la segunda mitad del siglo XX, como Jackson Pollock, Philip Guston o Thomas Hart Benton, quienes siempre reconocieron a los maestros mexicanos como la influencia más determinante en sus carreras. Benton señaló en repetidas ocasiones: “Los muralistas mexicanos hicieron el único gran arte de nuestro tiempo.”

José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros –conocidos como los Tres Grandes– llegaron a Estados Unidos hacia finales de la década de los veinte comisionados para realizar murales. Su fama en nuestro país había trascendido las fronteras y fueron recibidos y celebrados como “héroes” en los círculos artísticos de la nación vecina. El Whitney Studio Club, espacio que antecedió al Museo inaugurado en 1930, presentó en 1924 una exposición pionera de tres artistas hasta entonces desconocidos en esos lares: José Clemente Orozco, Luis Hidalgo y Miguel Covarrubias. Diego Rivera fue reconocido con una magna exhibición en el recién inaugurado Museo de Arte Moderno (MOMA) en 1930, que recibió más visitantes y elogios que la muestra que le antecedió, dedicada nada menos que a Henri Matisse. Muchos artistas estadunidenses se identificaron con ellos por su afán de crear un arte nacionalista y de denuncia que pusiera en evidencia las injusticias sociales y la opresión política. El crítico Charmion von Wiegand expresó en 1934 que nuestros muralistas eran “una influencia más creativa en Estados Unidos que la de los modernos franceses… Devolvieron la pintura a su función vital en la sociedad”. Orozco fue el primero en recibir la comisión de un mural para el Pomona College en Claremont, California; le siguió el New School for Social Research en Nueva York y el Dartmouth College de Nuevo Hampshire. Orozco inspiró a artistas de todo el país, quienes adoptaron su pincelada visceral, su colorido entre fogoso y sombrío, y su temática angustiada. En 1930 Diego Rivera llegó a San Francisco, California, donde realizó tres murales: en el Club de la Bolsa de Valores, en la residencia del magnate Sigmund Stern y en el California School of Fine Arts. Enseguida fue comisionado por el Institute of Arts de Detroit y más adelante realizó su obra más polémica para el Rockefeller Center, misma que fue destruida antes de su inauguración. Siqueiros llegó a Los Ángeles en 1932, donde creó su primer mural en el patio del Chouniard Art Institute, seguido de America tropical en el segundo piso de un edificio de la calle Olvera, y un tercero para una residencia particular. Rivera y Siqueiros levantaron tolvaneras por sus controversiales mensajes comunistas, lo cual les valió, por un lado, la censura del establishment y, por el otro, la admiración y el entusiasmo de los artistas locales que por entonces padecían las terribles consecuencias de la gran depresión.

En estos momentos de ríspida tensión entre México y Estados Unidos por las infames políticas migratorias del presidente Trump, esta exposición refuerza los lazos de nuestros pueblos a través de la cultura que es, como bien observó Juan Ramón de la Fuente en el evento inaugural, “nuestra mejor carta de presentación”.

(Continuará)

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