El tragaluz de Jacques Dupin
- José María Espinasa - Saturday, 07 Mar 2020 22:50



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Jacques Dupin es uno de los grandes poetas de la segunda mitad del silgo XX. Nació en 1927 y murió en 2012. Sin embargo, es poco leído en español como autor lírico y su obra más conocida tiene que ver con las artes plásticas, sus escritos sobre Antoni Tapies, Alberto Giacometti y Joan Miró son fundamentales y de este último fue tal vez el mejor conocedor de la obra. Sin embargo, en México se han publicado un par de libros. El más reciente es Algo como un tragaluz en versión de Jorge Esquinca. Es un libro extraordinario que, curiosamente, ya se había traducido en España hace unos quince años, con el título Una apariencia de tragaluz. El delgado volumen, apenas cien páginas en edición bilingüe, fue publicado dentro de la notable colección de traducciones El oro de los tigres, que impulsó Margarita Minerva Villarreal, la poeta regiomontana fallecida el año pasado, a quien aquí quiero homenajear.
Como dije, el libro es extraordinario. Dupin, a quien Rene Char, otro poeta extraordinario, dio a conocer en los años cincuenta, pertenece a una generación marcada por su relación con la plástica. Como Ives Boneffoy o como Guillevic, Roger Munier, Philippe Jaccottet o Andre du Bouchet han escrito sobre pintores de una manera muy brillante y han prolongado esa tradición, iniciada con Baudelaire, que floreció en la época de las vanguardias históricas, en donde escritura y plástica se articulan en una misma mirada, señalada por una vocación de silencio. La poesía es a veces en ellos el susurro de la imagen, su voz apenas audible, otras veces es la pintura el rostro de una poesía que no lo tiene. Las famosas correspondencias baudelerianas se transforman aquí en afinidades electivas tan intensas que hay veces que la gestualidad se vuelve quemante.
Miró es un pintor que escribe sobre la tela. Quiero decir que no sólo lo hace a veces literalmente, sino que su trazo mismo y el juego de formas y colores parecen ir en busca de ella, que son inminencias de alfabetos posibles, danza en busca de grafía y grafía en busca de significado para su sentido. Dupin tiene la gran virtud de ser enormemente luminoso y a la vez lleno de misterio. Algo como un tragaluz fue escrito en la convalecencia del autor tras un accidente automovilístico, durante la cual no podía usar la mano derecha y “aprendió” a escribir con la derecha. Tal vez eso condiciona en parte la asunción de una escritura aforística, de grandes contrastes y rotundos enunciados, a veces muy violentos. Su plasticidad es impactante: hace cerrar los ojos, como para conservar la imagen y que no escape de nuestras pupilas, y así se adense en la mente y pueda mostrar su sentido. Jorge Esquinca, uno de los mejores traductores de poesía que hay en español, entiende muy bien esa relación entre la palabra y lo visual.
Es ya un lugar común decir que esta poesía es difícil, pero tal vez no sea esa la palabra adecuada. Es verdad que explicarla en términos llanos cuesta trabajo (y soy de los que creo que la poesía sí se explica y que, además, se debe explicar), entre otras cosas porque su efecto de evidencia, eso que antes describí como un deslumbramiento que pide oscurecer su recepción, lo hace parecer innecesario. Uno de los poemas dice: “Sin nosotros el deslumbramiento vale lo negro. Congela tu danza y mi cántico. Tú, lo negro.” De otro poeta en su estela, Franc Ducros, en México se publicó Lo negro, eso. Pero esa negrura obedece a una condición visual, propia de Malevitch y no tiene ninguna connotación moral. Es decir, no hay simbolismo, los colores, las cosas, las palabras mismas son muy concretas.
Una de las ventajas indirectas de las ediciones bilingües es que permiten no sólo comparar, sino, en el proceso de traslación de lo escrito en una lengua a la otra, leer un desplazamiento del poema. A veces, cuando esto ocurre, el asunto de la fidelidad de la versión se transforma y se vuelve movimiento, como el bailarín que sigue siendo él en sus distintos momentos, o como el trazo pictórico. Y la versión en español le regresa al original francés algo que tal vez está antes de la maldición de Babel. Lo que está muy presente en el libro, probablemente por la situación en la que fue escrito, es la realidad corporal y su horizonte de muerte.
La curiosa forma en que el relámpago aforístico se despoja incluso de su significación conceptual para volverse puro misterio. No se utiliza la poesía para pensar ideas o conceptos, sino que se piensa de y desde la poesía. La circulación a cuenta gotas de su poesía en español por la red encuentra un mucho mejor apoyo en la edición en papel que sigue ofreciendo una permanencia y un espacio de conversación diferente. La publicación de este libro es un eslabón más en ese tímido asedio que los traductores hacen a la poesía de la segunda mitad del siglo XX en Francia. Y un lugar ideal para pensar de nuevo la estrecha relación entre lo decible y lo visible que algunos escritores proponen en su literatura. Como dice Jean Pierre Richard: “El paisaje de Dupin sólo se afirma rompiéndose. Nace de su propio desgarro.” (La cita la tomo de Poesía francesa contemporánea 1940-1997, antología preparada y traducida por Jorge Fondebrider, el último intento serio en español por dar un panorama completo del período y que merecería una reedición actualizada).