Nikolái Gógol: comedia y horror en Ucrania
A veces se olvida que, antes de la colosal obra de la santísima trinidad de la literatura rusa (Dostoyevski, Tólstoi y Chéjov), hubo un big bang, una explosión primigenia, si bien breve, lo suficientemente intensa como para que su resplandor nos alcance. Se trata de Nikolái Vasílievich Gógol (1809-1842), quien, en poco más de una década y una docena de obras, sentó las bases de lo que sería el siglo de esplendor de las letras rusas.
Por ello es encomiable la aparición de El carrito y otros cuentos ucranianos, traducido por Alfredo Hermosillo (como parte del Programa de Apoyo a la Traducción 2018 del Fonca), quien se ha convertido en el máximo especialista sobre Gógol en nuestro país. Filósofo y doctor en
literatura comparada y teoría literaria, con estudios en Moscú y España, anteriormente ha publicado en Ediciones Cátedra sus traducciones de Almas muertas (2015) y Cuentos de San Petersburgo (2017), además del volumen El espejo y el camino y otros ensayos gogolianos (2018).
No es cosa menor traducir del ruso al español y mucho menos a un autor como Gógol, A lo largo de los años, las traducciones castellanas no han logrado transmitir la peculiar complejidad estilística de Gógol, creador de uno de los mundos más fascinantes y extraños de la literatura. El eslavista español Roberto Monforte ha señalado que las particularidades del estilo gogoliano lo hacen especialmente difícil de traducir: “La narrativa de Gógol, con su concatenación de calambures y juegos de palabras, sus agudos contrastes, su prosa rítmica y sus peculiaridades sintácticas, plantea complejidades traductológicas de difícil solución, y de cuya correcta traducción depende, en gran medida, la interpretación y el éxito de su obra.”
El carrito y otros cuentos ucranianos es la más reciente versión en español de estos relatos, que no se habían agrupado antes de esta forma. Es decir, se contaba con algunas ediciones anteriores en español, pero no contenían completas las narraciones que conforman la primera etapa de la obra de Gógol, el llamado período ucraniano, del que se habla con menos frecuencia que de Almas muertas y los relatos de San Petersburgo, que lo consagraron como el primer gran prosista en lengua rusa.
En el esclarecedor prólogo del volumen, Hermosillo señala que “la prosa de este escritor, aún en nuestros días, sorprende por su originalidad y expresividad. Su obra es esencialmente cómica, pues la risa ocupa un lugar central. Es también, a la manera de Kafka, un porqué sin respuesta, una estética de lo inconcluso que revela el desorden y la fragmentación de la existencia. Quizás esta sea una de las razones del atractivo de Gógol en nuestra época, que valora especialmente las paradojas y los acertijos. Por ello, Nikolái Gógol es, junto a Chéjov, el más contemporáneo de los escritores rusos del siglo diecinueve.”
Estos relatos prefiguran la obra de madurez de Gógol, quien empezó como poeta. Perteneciente a una familia de pequeños terratenientes de Poltava, provincia de Ucrania, a los diecinueve años, en 1828, publicó de su propio bolsillo Hanz Küchelgarten. Idilio en escena, un largo y afectado poema prerromántico sobre motivos germánicos, sobre el cual aparecieron duras críticas, que llevaron al joven autor a recuperar de los estantes de las librerías los pocos ejemplares y quemarlos.
Este descalabro, en lugar de arredrarlo, lo instó a asumir un compromiso profundo con la literatura y decidió seguir escribiendo, pero sobre lo que sabía, sobre lo que conocía, y no tratar de emular modas o estilos que no le eran propios. Para empezar, le pidió en una carta a su madre que le mandara descripciones de costumbres pueblerinas, vestidos, supersticiones y todas las antiguas leyendas de su pueblo que pudiera recordar. A otro amigo le escribió: “Denme un tema, pero que sea un tema completamente ruso.”
Así, en 1831, la censura autorizó publicar las Veladas en un caserío cercano de Dikanka, que, por si las moscas, para curarse en salud, Gógol atribuyó las historias a un escritor ficticio, el colmenero Rudi Panko. Las cosas fueron muy diferentes ahora: la primera tirada de mil 200 ejemplares se agotó en unas cuantas semanas y los cuentos fueron recibidos con entusiasmo por la crítica, con lo que logró integrarse en el mundo literario de la capital rusa. Pushkin, con quien Gógol ya había hecho amistad, declaró en diversas ocasiones su entusiasmo por esa “lengua madura e inesperadamente fresca”. Hermosillo nos convida la anécdota de que a Pushkin le contaron que, al armar las páginas del libro, los cajistas se desternillaban de risa mientras lo leían.
Sergio Pitol escribió sobre esta primera etapa de Gógol: “Tres tendencias alimentaban en aquel momento la narrativa rusa: el romanticismo alemán, representado por e.t.a. Hoffman; el francés, por Víctor Hugo, y el incipiente naturalismo ruso. Gógol asimiló las tres corrientes y al mismo tiempo abrió nuevos caminos. Todo cabe en su obra con extraordinaria naturalidad, lo costumbrista y lo onírico, lo sarcástico y lo patético, el amor a la patria y la revelación de sus horrores, la demonología y una constante necesidad de redención espiritual.”
Con la seguridad de que lo suyo era sin duda la literatura, Gógol abandonó sus aspiraciones burocráticas, actorales y hasta académicas, y se dedicó de lleno a escribir. En 1835 publicó Mírgorod, que se anunció como continuación de las veladas de Dikanka. El libro incluía la novela Tarás Bulba, que Hermosillo resolvió dejar fuera de este volumen. Esa no es la única particularidad de esta edición, pues el traductor y compilador decidió incluir el relato “El carrito”, que ha sido olvidado por los críticos y editores, a pesar de que forma parte del ciclo narrativo que Gógol le dedicó a la provincia rusa. Aquí se incluye por primera vez junto a los relatos ucranianos. En este cuento, Gógol expresa también por primera vez, nos dice Hermosillo, “el concepto de futilidad llevada a su más alto grado, que sería desarrollado de manera brillante en [la obra de teatro] El inspector y en Almas muertas”.
Estos primeros relatos son fundamentales para entender la evolución de quien después escribiría Almas muertas, considerada la primera novela verdaderamente moderna de la literatura rusa, y que abriría el camino para que los escritores del aún poderoso, pero ya decadente imperio, se miraran en el espejo y dejaran de copiar modelos europeos que no les correspondían.
Nada menos que León Trotski escribió en febrero de 1902 en un artículo sobre Gógol: “Antes de Gógol hubo Teócritos y Aristófanes rusos, Corneilles y Racines patrios, Goethes y Shakespeares nórdicos. Pero no teníamos escritores nacionales. Ni siquiera Pushkin está libre del mimetismo, y de ahí que lo denominaran el ‘Byron ruso’. Pero Gógol fue sencillamente Gógol. Y después de él nuestros escritores dejaron de ser los dobles de los ingenios europeos. Tuvimos sencillamente Grigoróvich, sencillamente Turguéniev, sencillamente Gonchárov, Saltikov, Tólstoi, Dostoievski, Ostrovski… Todos derivan genealógicamente de Gógol, fundador de la narrativa y la comedia rusas. Tras recorrer largos años de aprendizaje, de artesanía casi, nuestra ‘musa’ presentó su producción maestra, la obra de Gógol, y entró a formar parte con pleno derecho de la familia de las literaturas europeas.”
En principio, como ya se dijo, Gógol decidió recurrir a leyendas y cuentos populares de Ucrania, lo que resultó una verdadera novedad para la época, pues se consideraba que dicha provincia no había producido nada que valiera la pena literariamente hablando. En estos cuentos, Gógol inicia su inmersión en lo que algunos denominan “el alma rusa”. O mejor: como prefiere Mauricio Molina al glosar los Cuentos de San Petersburgo, “la literatura rusa es ante todo un estado de ánimo”. Y el primero que se dispuso a explorarlo fue Gógol.
¿Cuál es el “estado de ánimo” que retrata Gógol en estos cuentos? Como señala Hermosillo, en ellos domina la presencia de la comedia y el horror. Lo cómico se manifiesta a través de la sátira social con personajes insignificantes como protagonistas y el desinterés por la forma tradicional de la trama (que lo hermana con Laurence Sterne y su Tristram Shandy). Y el horror se presenta a través de la figura diabólica, lo mismo como elemento cómico que como maligna fuerza destructiva.
Con estos elementos, Gógol inició su reinvención del género fantástico que llevaría aún más lejos en sus Cuentos de San Petersburgo, volumen gemelo a éste donde lo extraño, lo inexplicable, lo pesadillesco, sucede en la supuesta modernidad de la gran ciudad del imperio ruso, y no en una de sus provincias supuestamente más atrasadas y supersticiosas.
Esta experiencia con lo fantástico fue determinante para que Gógol escribiera Almas muertas, que, como estableció Pitol, es “sin lugar a duda, la más grande novela satírica de la literatura rusa, notable por la originalidad del argumento, por la caracterización de sus personajes, y, también por la violencia latente bajo la superficie en extremo brillante”.
En diversos sentidos, primero a través de sus relatos fantásticos y luego de su sátira descarnada, Gógol retrata la decadencia moral y social del imperio ruso, con sus excesos, delirios y desigualdades, y prefigura el ambiente de descontento que, varias décadas después, desencadenará el advenimiento de la revolución bolchevique.
Esta edición de los relatos ucranianos representa una excelente oportunidad para los lectores de lengua castellana de completar su visión sobre el desarrollo de la obra de Nikolái Gógol, autor de algunas de las pesadillas más intensas y perfectas de la literatura de todos los tiempos.