Bemol sostenido

- Alonso Arreola - Sunday, 22 Mar 2020 07:36 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

¿Abriremos también nuestras ventanas?

Suenan los aplausos y las cacerolas. Suenan las voces –en tono o desafinadas–, todas conmovidas, todas marginadas. Suenan percusiones, acordeones y guitarras. Suenan los balcones en China, Francia, Italia y España. Suenan porque hay gente en ellos postrada, adueñándose del horizonte a pesar de esa invisible amenaza. Tornamesas, instrumentos y gargantas vibran cruzando el aire que a los cuerpos separa; cuerpos que hasta hace poco inundaban parques, cines y plazas. Mientras eso sucede, en América luchamos la propia cruzada. Ritmos disímbolos nos marcan. Batallas que politizan todo, encarnizadas. Pero iremos aprendiendo, pues este peligro es de tabula rasa.

Unos desde el miedo y la soledad forzada, otros desde la fraternidad más llana. Unos desde la incredulidad que soñando se jura y otros desde la realidad más conectada. Todos se extrañan, se desean como hace unas semanas cuando otras cosas pasaban (algunas mucho peores, pregúntele a las mujeres que las calles machacaban). Porque la nueva inmovilidad que se impone no es cosa humana, sino ínfimo invasor que se nos mete y virulento se traspasa. Algo que nos pone a prueba para ver si aún somos capaces de mirar a otros –a los mayores, a los débiles– cuyos nombres desconocemos, para cuidarlos quedándonos en casa.

Entonces, sean himnos, temas clásicos del rock o pulsos de electrónica pisada, debemos ir seleccionando desde ya lo que consumiremos por el tímpano en las próximas semanas. Lo que compartiremos a través de las ventanas; la forma en que nuestros vecinos constatarán nuestra presencia solidaria (incluso en el silencio, con la boca cerrada). Hablamos de esa fuerza que, como otra infección pero llena de esperanza, ha ablandado los corazones de músicos con conciertos cancelados pero que de todas formas tocan y cantan en redes compartiendo cariño a quienes yacen enfermos o recluidos con el alma callada.

Así lo hicieron Alejandro Sanz, Juanes y Gonzalo Rubalcaba, en Miami, con su Concierto en casa. Contaron casi doscientas mil entradas. También lo hizo Jorge Drexler desde un teatro vacío en San José, Costa Rica, solo con su sola guitarra. Allí estrenó “Codo con codo”, tema breve dedicado a la superación del miedo, de la tristeza almacenada: “Ya volverán los abrazos, los besos dados con calma [...] La paranoia y el miedo no son ni serán el modo, de esta saldremos juntos poniendo codo con codo […] Si puedes no te preocupes, con ocuparte ya alcanza, y dejar que sea el amor el que incline la balanza.”

Entonces, si los ojos son del alma, la boca es del cuerpo principal Lucerna, el ordenador su extensión y los dedos pequeñas lenguas que suenan en distantes pantallas. Llegó el momento de alinear en coro las voces que componen nuestra completa mirada. Como en tantas ciudades, compartamos en labios, cristales y teclados la belleza que atesoramos para nuestra supervivencia cotidiana.

Trazar un letrero de aliento o dibujar una cigarra. Desempolvar claves, silbatos y campanas. Jugar con ollas y cucharas. Aproximar una bocina a la terraza. Leer poemas de amor que a la primavera den armas contra el virus y sus patrañas. Llamar por teléfono y contar qué se siente estar con todos reunidos en
la sala. No acaparar en las tiendas. Pensar en quienes viven al día sin poder seguir ninguna estratagema ni tantas de estas palabras, pues el dinero nomás no alcanza. Ayudar. Abrazar sin palmas. Informarse lejos de filias y fobias que sobre el tablero no ayudan en nada.

Dicho todo esto, sólo nos quedan dos preguntas, lectora, lector; hermanos, hermanas: ¿observaremos pronto lo que nos une más de lo que nos separa? Como pasa en tantos lados de este mundo enfermo que se asusta y se rasca las espaldas: ¿abriremos también nuestras ventanas? Ojalá. Buen domingo. Buenos sonidos. Buena semana.

 

 

Versión PDF