José Juan Tablada: un naturalista del haikú

- Rodolfo Mata - Sunday, 22 Mar 2020 07:18 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Del gran José Juan Tablada (1871-1945), considerado el iniciador de la poesía moderna en nuestro país, se ha escrito mucho y, como ocurre con los grandes, siempre falta algo. Este artículo se acerca al aspecto pictórico-naturalista, expresado en acuarelas y haikús, de su obra.

EL 1 de septiembre de 2019 se cumplió el centenario de la aparición de Un día... Poemas sintéticos, el primero de los volúmenes con los que José Juan Tablada introdujo el haikú al español, publicado por la Imprenta Bolívar de Caracas. Aunque el segundo volumen, El jarro de flores. Disociaciones líricas, sólo salió tres años después, en Nueva York, por Escritores Sindicados, ambos se gestaron en la estancia veraniega La Esperanza, Colombia, entre febrero y mayo de 1919. Por eso Tablada los llamó “libros gemelos”. Entre estas dos publicaciones, hubo otra más: Li-Po y otros poemas, un singular compendio de los estilos de la poesía visual en boga, cuyo colofón, también de la Imprenta Bolívar, indica 6 de enero de 1920, trece días antes de que el poeta se embarcara a Nueva York, finalizando así su misión diplomática en Sudamérica. Fueron años intensos de publicaciones, viajes y otros eventos decisivos, que iniciaron en marzo de 1918: el poemario Al sol y bajo la luna, las crónicas Los días y las noches de París, la reconciliación con Carranza, ya presidente (después del exilio de 1914 por colaborar con Huerta), y su matrimonio, en octubre, con la cubana Nina Cabrera, poco antes de emprender el trayecto Barranquilla, La Habana, Colón, río Magdalena, Girardot, Bogotá.

Mucho se ha escrito sobre los haikús de Tablada, en especial sobre las reglas originales de la tradición japonesa y el despertar y desarrollo de las formas poéticas breves en Latinoamérica. No obstante, aún restan detalles importantes que comentar. Me centraré en dos: la referencia exacta del sitio en las montañas cercanas a Bogotá donde Tablada los concibió y la importancia que tuvo en ellos su vocación inicial de naturalista decimonónico que, según sus memorias, le vino del tío Pancho, solterón afable y nervioso, coleccionista de arte y antigüedades, pintor aficionado especializado en ornitología, cuya casa en Puebla frecuentó entre los seis o siete años.

 

La Esperanza

En medio del lugar paradisíaco que era el hotel La Esperanza, Tablada, como poeta-pintor, ejercitó la creación iniciando el proceso por cualquiera de las dos vías, la imagen o la letra, como sucede con muchos haikuístas o haijines (designación que Tablada prefería). Esta práctica continuó en Caracas. Hay dibujos y acuarelas ahí fechados, especialmente en el zoológico, que también se conservan en su Archivo Gráfico, hoy disponible en José Juan Tablada: letra e imagen www.tablada.unam.mx. En el caso de Un día..., los ejemplares del libro con los dibujos impresos (uno por cada haikú) fueron coloreados a mano por Tablada y sus amigos, los poetas venezolanos de la generación del 18, según cuenta el poeta Fernando Paz Castillo, bajo la dirección del pintor Antonio Edmundo Monsanto. Con El jarro de flores fue distinto. Tablada guardó sus dibujos y le cedió el lugar a su amigo Adolfo Best-Maugard, quien elaboró grabados de corte naíf para cada sección del libro y no para cada poema.

Tablada hace referencias a La Esperanza, tanto escritas como pictóricas. La primera es el poema “Epílogo” de Un día..., cierre del ciclo del día que transcurre en sus diferentes secciones (“La mañana”, “La tarde”, “El crepúsculo” y “La noche”), en que Tablada le pide al barquero que, mientras sueña, lo conduzca hasta el amanecer: “¡Ah del barquero!/ Sueño, en tu barquilla,/ Llévame por el río de la noche/ Hasta la margen áurea de otro día...!” Caben las alusiones al sueño como muerte, al Leteo y a Caronte, aunque resultan excesivas, pues el dibujo de Nina sonriente trae un tono de paz al fin del ciclo. El nombre del hotel aparece sólo al pie del poema con las fechas de composición del libro: “Febrero-Mayo 1919”. En el mismo volumen, hay una referencia indirecta a La Esperanza en “Hotel”: “Otoño en el hotel de primavera;/ En el patio de ‘tennis’/ Hay musgo y hojas secas.” Tablada señala los límites difusos de las estaciones en la región, por lo que las palabras-emblema referentes a ellas (las kigo japonesas) se antojarían inútiles. Es una huella de la “tropicalización” del haikú. La segunda referencia directa es justo el poema “Hotel ‘La Esperanza’”, que funciona como “pórtico” de El jarro de flores: “En un mar de esmeralda/ Buque inmóvil/ Con tu nombre por ancla.” La luminosa imagen de la vegetación exuberante y la paradoja del buque que implica viaje pero está inmóvil, anclado por el sentimiento de la esperanza, reflejan la afirmación en sus memorias de que ahí “transcurrió cierta época de mi vida que, por ser la más tranquila, me parece la más feliz”. Este libro, mucho menos unitario que Un día..., concluye con el poema “Estrella errante” que cierra con el fechado “Colombia, Venezuela, México, 1919-20”.

Las referencias pictóricas a La Esperanza son numerosas. Los dibujos a la acuarela y lápiz La Esperanza (25/iv/1919) y Alberca de La Esperanza (30/iv/1919) son retratos de construcciones rústicas de madera y paja, entre estanques y veredas, en los que destaca el paisaje montañoso y tropical, la variedad de la vegetación con árboles de gran altura y palmas. La mejor descripción de este ambiente la hace Nina Cabrera en su José Juan Tablada en la intimidad:

 

Permanecimos poco tiempo en Bogotá, pues la altura resultaba excesiva para nosotros, acostumbrados a vivir al nivel del mar. Decidimos bajar a La Esperanza, donde respirábamos gloriosamente […] Allí volvimos a tomar el baño matinal en la alberca rústica. Mi esposo se sentía feliz, por la deliciosa temperatura, la laxitud llena de bienestar, el bello paisaje [...] Íbamos todas las mañanas a bañarnos en la alberca, que era preciosa, como la de una Alhambra en ruinas. Después desayunábamos, y acostumbrábamos pasear por la agreste vereda que arrancaba del hotel y conducía a la montaña; un lindo sendero, con cerros sombríos en primer término, como bambalinas, y divino paisaje transparente: enormes helechos, musgos raros, pájaros canoros y chozas con techos de paja y bambú... Todos los días hacíamos excursiones a pueblecillos cercanos [...] contemplábamos casitas campestres junto al río, y nos llegaba el olor a caña molida, que despertaba en mi esposo recuerdos infantiles.

El dibujo La palma sola evoca estos paseos, pues con lápiz el poeta anotó al lado: “La Palma Sola-montañas de ‘La Esperanza’ Colombia mayo 1919.” La silueta de una palma medio fusionada con la ladera de la montaña, ambos perfiles en tonos azul oscuro, contrasta con el cielo en tonalidades de ocaso y con el verde de la vegetación. El dibujo dialoga con dos poemas. De Un día, “La palma”: “En la siesta cálida/ ya ni sus abanicos/ mueve la palma...”; de El jarro de flores, “Palma real*”: “Erigió una columna/ la palma arquitectónica y sus hojas/ proyectan ya la cúpula.” En el de Un día..., el silencio de la siesta se comunica con la soledad y lejanía de la silueta de la palma. Del segundo, llaman la atención el carácter de columna y cúpula de un templo (¿la Naturaleza?) que Tablada otorga a este árbol y la consignación de su nomenclatura científica en la nota llamada por el asterisco: “*Oreodoxa regia”, gesto muy de naturalista. Años más tarde, en una crónica dedicada a Cuba, el poeta se referirá a la misma especie vegetal como “vivo monumento del trópico!” (El Universal, 5/ iii/1933). Anotar la nomenclatura científica es un gesto de naturalista que se repite en la obra de Tablada como en la acuarela Oruga de thrydopterix ephemeraeformisChurruscos que esconde un haikú en la leyenda que lo acompaña: “Parece un Dragón Chino/ revestido con gualdrapa de seda.” Claro, el tema de las inclinaciones entomológicas de Tablada merece un artículo aparte que espero pronto concluir.

Otros poemas de El jarro de flores dialogan con estos paisajes, dibujos y paseos. Por ejemplo, “En camino”: “Seis horas a pie por la montaña,/ Ladra un perro lejano.../ ¿Habrá qué comer en la cabaña...?).” De la misma sección “De camino”, varios más también lo hacen: “Pedregal”, “Remanso” y “Tormenta”. Invito al lector a leerlos y a ver el dibujo correspondiente de Best Maugard en www.tablada.unam.mx/poesia. De la sección “Paisajes”, destaca “Crepúsculo”: “Brujo crepúsculo destila/ De las montañas de carbón de piedra/ Raras y horizontales anilinas...” pues dialoga con el dibujo La palma sola: el “brujo crepúsculo” es muy claro en la imagen y las “raras anilinas” explican las tonalidades añiles de las montañas. Un dato más cierra la coincidencia: la región de Cundinamarca, donde está La Esperanza, es productora de carbón.

En El arca de Noé (1926), antología para niños poco conocida que Tablada elaboró con textos suyos y de otros autores, incluyó dos escritos suyos sobre los ruiseñores, cada uno en pareja con dos haikús de Un día...: “El ruiseñor” y “Dos ruiseñores”. En el primero desmiente los prejuicios acerca del ruiseñor como cliché romántico subrayando que “es un portento efectivo, un breve y palpitante milagro que exalta la sensualidad humana”. En el segundo, hace una bella descripción de La Esperanza: “En aquella anfractuosidad de los Andes, que por verde y por luminosa parece tallada en el corazón de una enorme esmeralda, hay un árbol gigante, no recuerdo si es un “caucho” o un “cámbulo”, y al pie de ese árbol, que parece arrancado de un paisaje heroico, está el kiosco rústico, y bajo el techo del kiosco los ruiseñores anidan, surgen al caer la tarde y al salir la luna o las estrellas entre el perfume de azahar de las toronjas, sobre el sordo rumor de un torrente lejano; en aquella soledad paradisiaca, los ruiseñores rompen a cantar...” Tablada así nos da la pista para ubicar en La Esperanza también los haikús “El cámbulo”: (“El cámbulo/ Con las mil llamas de sus flores,/ Es un gigante lampadario”), “Flor de toronja”: (“De los enjambres es/ Predilecta la flor de la toronja/ (Huele a cera y a miel)”), y “Raíces”: (“Ondula por el suelo y se entierra/ De pronto la raíz del caucho/ Como una culebra...)”

En junio de 2018, tuve la grata sorpresa de descubrir que el hotel La Esperanza aún existe, sólo que ahora se llama Paraíso Terrenal Ecohotel Club. Se anuncia como el “único en el país con 21 cascadas”, “ni mucho frío, ni mucho calor, ni demasiada lluvia, ni mucha sequía, no se necesita aire acondicionado, una eterna primavera […] a sólo 57 km. de Bogotá”. El sr. Aldemar Latorre, actual propietario, amablemente me mostró las instalaciones y me dio algunos detalles históricos: en 1904, la familia Aparicio compró tierras para sembrar caña y montar un trapiche. Al no obtener lucro suficiente, se dedicaron al café, mucho mejor negocio. Con el tiempo la hacienda se convirtió en paso de arrieros hacia Bogotá, por lo que se abrió una venta. Cuando el ferrocarril de Girardot inauguró la estación La Esperanza, en 1911, como escala de un pesado viaje de doce horas a Bogotá con un cambio de altitud de 400 a 2600 m que se creía que causaba problemas cardíacos, la población se consolidó. Todo esto coincidió con el auge de la llamada “cultura del veraneo”, alrededor de las estaciones ferroviarias colombianas, y el aumento de viajeros extranjeros a Bogotá.

Desde luego, el sitio ha cambiado mucho. Quise encontrar el “patio de tennis” del poema, pero sólo hallé unas porterías de futbol. El quiosco y la alberca quizás estaban en el mismo sitio, pero sería difícil comprobarlo. El sr. Latorre me advirtió que era poco probable hallar semejanzas con los edificios que Tablada dibujó, pues hubo un incendio en 1945 y varias remodelaciones. ¿Aparecerá Tablada en las fotos de sociales de algún semanario de la época ya que era un sitio frecuentado por las elites locales? Habrá que investigar. Lo que continúa ahí es el murmullo de las cascadas de los arroyos del río Apulo, la vegetación y la fauna deslumbrante, como las bulbos floridos de la etlingera eliator, que encarnados despuntan en el extremo de varas de hasta 2 m. de altura, o las flores maracas color marfil, los canarios silvestres, las guacamayas y las garzas. Infelizmente no pude quedarme para escuchar, al caer la noche, el canto de los ruiseñores.

 

 

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