La Casa Sosegada

- Javier Sicilia - Sunday, 22 Mar 2020 07:32 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Ignacio Solares: el inicio y el regreso

 

Para Myrna Ortega

 

La obra de Ignacio Solares es asombrosa en muchos sentidos. Nadie como él ha explorado en México las relaciones de los mundos invisibles con los visibles y sus repercusiones en la vida
y en la historia del país. Esa exploración, en una época que extravió esas coordenadas, lo hace parecer un escritor de literatura fantástica. Nada más lejos de la verdad. Lo fantástico en Solares es lo que en culturas profundamente religiosas es evidencia de lo invisible. Para llegar allí, Solares partió de su fe cristiana y con esa fe, pero rompiendo con su interpretación doctrinal, recorrió muchos de los derroteros que dentro de la experiencia humana son puentes entre el allá y el acá, entre lo visible y lo invisible. Esos derroteros, en los que Solares se internó con las manos desnudas y con los riesgos que eso implica en un mundo basado en interpretaciones racionales, van de la oración cristiana al yoga, pasando por los estados alterados de conciencia, el espiritismo y la llamada parapsicología. Su literatura es en este sentido una puesta al desnudo de lo que esas experiencias le han mostrado, una manifestación de lo extraordinario en el centro mismo de lo ordinario, cuya finalidad es inquietarnos, poner en crisis nuestra habitual manera de percibir, para romper el flujo lógico de nuestra conciencia y abismarnos en las misteriosas profundidades de lo real.

Podríamos decir, en este sentido, que su literatura funciona de alguna forma –lo sugiere José Ramón Enríquez en “Leer los tiempos” (La Jornada Semanal, 23/ii/2020)– como un koan (un problema que en el budismo zen un maestro plantea a sus discípulos y que no puede responderse de manera lógica, porque la misma pregunta es ilógica, absurda, fantástica, diríamos hoy; problemas como: “Este es el sonido de dos manos, ¿cuál es el de
una sola mano?”)

Esa característica de la literatura de Solares, que podría resumirse en esta pregunta: “Dios es Cristo, pero a la vez no lo es. ¿Quién es entonces?”, adquiere en El juramento la respuesta de la iluminación a la que todo koan apunta. El juramento es así, y paradójicamente, una novela de partida –es allí, en la experiencia que el protagonista tiene en la sierra Tarahumara, donde muchas décadas atrás el joven Solares inició la exploración de los universos que caracterizarán su vida y su obra– y una novela de retorno –es allí también, en esa Tarahumara a donde el viejo Solares vuelve en su imaginación para reencontrarse con el dios personal que entrevió, rechazó y le dio ese largo, maravilloso y a veces duro viaje por lo extraordinario y sus insondables misterios. ¿Quién es ese dios?: un ser que sonríe. Sólo eso.

En esa sonrisa tan gratuita, tan insignificante, tan poca cosa frente a todo lo que se ha interpretado, dicho, elaborado y reelaborado sobre dios, frente a lo extraordinario que Solares, en busca de él, vivió y no ha dejado de narrarnos, frente a la culpa inaudita con la que el cristianismo borró la profundidad del amor; en esa sonrisa, que un día Solares, como su personaje, captó en la Tarahumara, en medio de sus angustias y sus dudas, está el Reino de los Cielos, el sentido, el misterio, lo asombroso. Hagas lo que hagas, dice el personaje de El juramento, hayas hecho lo que hayas hecho, dice Solares mirándose en su personaje, ese dios personal, ese Cristo, que estaba al principio de la vida de Solares y está, al revisitarla, al final del camino, no ha hecho y no hará otra cosa que sonreír.

Quien capture el misterio de esa sonrisa habrá respondido el koan que Solares se hizo a sí mismo muchos años atrás y cuya obra, en su asombro, no deja de plantearnos.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los Le Barón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a Morelos.

 

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