Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 29 Mar 2020 03:48 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El margen del desastre

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La literatura –el Éxodo, Boccaccio, Defoe, Mann, Camus–, documenta nuestras pestes mejor que ninguna otra disciplina. Y según esas fuentes el proceder de las autoridades fue similar, hasta que los amos del mundo advirtieron lo prescindible de la vida en tanto que ya no aportaba ganancias. Entonces sus teóricos reformularon la terapia del shock como método militar y económico para travestir el apocalipsis como un porvenir sin guerra y con empleos: Shock and Awe, descontón y acalambre, diríamos aquí, a fin de hacer de cualquier cataclismo un gran negociazo. Para Naomi Klein (La doctrina del shock): “Estos ataques organizados contra las instituciones y bienes públicos, siempre después de acontecimientos de carácter catastrófico, declarándolos al mismo tiempo atractivas oportunidades de mercado, reciben un nombre en este libro: ‘capitalismo del desastre’.”

Escribo al comenzar una semana clave en el curso del Covid-19. Para cuando lean esto estaremos de lleno en la crisis y tanto el gobierno federal como los ciudadanos habremos de mostrar –o no– que podemos defendernos y actuar no sólo contra un virus sino contra los agentes del capitalismo del desastre. En el contexto de una tormenta perfecta, a fin de contrarrestar tanto el mal en sí como la agenda bélica, el gobierno presidido por quien suscitó esperanzas en un México precarizado, saqueado y encabronado, ha puesto en marcha programas de consulta permanente, dos conferencias de prensa diarias y planes institucionales preventivos frente a lo inevitable.

Los mercenarios de palabra y obra, tras quince o más años de combatir de todos los modos a López Obrador, hoy gesticulan y promueven el pánico con impecable sincronización; fingen escándalo por el “exceso” de calma presidencial, denuncian judicialmente la “omisión” del presidente de medidas eficaces para evitar el contagio, lo acusan de “ignorancia criminal”, de sentirse “dios”, de ser un líder incapaz, rebasado, irresponsable, etcétera. Todo ello adobado con medias verdades, planteos irresolubles y bufonerías como “lavarse los manos y las manas con jabón y jabona”; doblan voces para inflar la figura mesiánica inventada electoreramente en 2006; distorsionan una declaración transformándola en el disparate de que la fuerza moral inmuniza de contagio y anula la transmisión de enfermedades y, en la punta del iceberg golpista, un puzzle con reportes subsidiarios, gacetillas y ediciones mañosas, retuerce el significado de una ostentación de popularidad y la propaga calumniosamente como propuesta de remedio contra la pandemia.

Lo anterior es sólo parte de la agenda impuesta por la vía de fraudes electorales que instauraron un régimen de terror y estafa, mediante el cual la seguridad pública pasó a manos del grupo más poderoso de la delincuencia organizada, el manejo de programas sociales y económicos quedó a cargo de comprobados ladrones de cuello blanco, y la comunicación social armó con financiamiento público un aparato, ya de campañas de linchamiento sistemático, ya de procesos de expresiones para el adoctrinamiento y la implantación de unanimidad en la opinión pública. Tal régimen confeccionó además un poder legislativo ad hoc para reactivar el mecanismo autoritario unipersonal, encarnado en un pelele incapaz hasta de elegir cónyuge pero suficiente para someter al poder judicial.

Al margen del desastre, el escritor e historiador Federico Navarrete (ver @noticonquistas en tuíter) dice a políticos, científicos y ciudadanía que es “tan peligroso desprestigiar a los expertos por razones políticas como obedecerlos ciegamente por espíritu partidista…” Y concluye que como “protagonistas de esta crisis… debemos informarnos, dialogar críticamente para construir verdades que sean científicas y políticas a la vez, y… a partir de ellas, obedecer y disciplinarnos para implementar estrategias comunes y solidarias para sobrevivir juntos”.

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