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Lucia Berlin, la escritora que no quería ser publicada

'Bienvenida a casa', Lucia Berlin, Alfaguara, México, 2020.
Eve Gil

Lucia Berlin (1936-2004) escribió, hasta donde se sabe, setenta y tres relatos. Aunque en vida diseminó varios de ellos en publicaciones como The Atlantic Monthly y la revista de Saul Bellow, The Noble Savage, así como seis colecciones, de las cuales, Homesick: New and Selected Stories la hizo acreedora al American Book Award en 1991, alcanzaría una inusitada fama post mortem con la publicación de Manual para mujeres de la limpieza, nominado en la lista de los mejores libros del New York Times. Bienvenida a casa nos permite conocer a la enigmática autora y las circunstancias en las que elaboró su obra, bastante accidentadas.

Aunque la inquietud de narrar historias siempre estuvo latente en Lucia Brown, su nombre de soltera, a través de esta compilación de artículos biográficos y cartas, descubrimos que su tórrida vida le estorbaba la disciplina de sentarse a escribir con regularidad y que no se tomaba en serio como escritora y no lo hacía tampoco con aquellos interesados en publicarla. La única persona cuya opinión le importaba y a quien le daba a leer sus escritos, denotando un respeto casi reverencial por sus juicios, era el poeta Edward Dorn, a quien a la larga habríamos de agradecerle
la publicación de la escritora que no quería ser publicada.

Nacida en Alaska, en el seno de una pequeña familia medio nómada –eran solo dos hijas, ella y su hermana pequeña, Molly- cuyos traslados le permitirían conocer diversas formas de vida, desde la rusticidad de la vida campirana hasta las comodidades de una clase media (casi) alta. Ésta, que pudiéramos considerar la mejor etapa de su vida, le tocó vivirla en Santiago, Chile, cuando la dictadura militar era inimaginable. Ahí, Lucia estudió en una exclusiva escuela para señoritas tipo “mientras me caso”, donde se convirtió en la chica más popular gracias a su belleza, ingenio y estridente simpatía. Por lo que nos cuenta, era la clase de muchacha bonita que no despierta envidia entre sus congéneres gracias a su simpleza y a que tenía muchas más historias que contar que la mayoría de las convencionales jovencitas que la rodeaban. Luego de varios romances, ya como estudiante en la Universidad de Nuevo México, Lucia se enamoró de un mexicano, el cronista deportivo Lou Suárez, con quien se comunicaba exclusivamente en español, pero sus padres se opusieron rotundamente a aquella relación que parecía ir muy en serio, llegando al extremo de ofrecerle dinero a Lou para que dejara de ver a Lucia, a lo que el mexicano respondió con inusitada violencia pues su amor por la joven era sincero. No obstante, ante la sugerencia de Lou de que huyeran y se casaran, Lucia respondió que era demasiado joven para dar ese paso: contaba diecisiete años. La edad no fue impedimento para cometer el enorme error de casarse con el escultor Paul Sutton, padre de sus dos primeros hijos, aunque en su relato la autora sugiere que lo hizo para no embarcarse en otra aventura familiar, que ahora se mudaba a Europa. Lucía se convirtió en lo último que uno imaginaría: una esposa sumisa consagrada a plancharle los calzoncillos a su esposo, que tenía prohibido usar lápiz labial y cuya nariz respingona resultó ser el rasgo más desfavorecedor de su rostro, según Sutton, empeñado en destruir su autoestima. Para colmo, al momento de embarazarse Lucia de su segundo hijo, Sutton la abandonó por “una novia de nariz recta”. Quien estuvo junto a su cabecera al momento de alumbrar a Jeff, que por cierto fue el compilador de este material,
fue un hombre que conoció un día antes, el músico Race Newton. Y es que Lucia, lejos de quedarse en casa a llorar el cruel abandono de Sutton, había pasado acompañada por unos amigos por el bar donde tocaba el que sería su segundo esposo.

Race aceptó como suyos a los hijos de Lucia, fue un excelente esposo, pero al parecer Lucia se aburría con él (aunque no lo reconozca con franqueza) y terminó engañándolo con otro músico, Bobby Berlin, con quien huiría junto con sus dos hijos. Todo parece indicar que a Lucia le gustaban los “chicos malos”, aunque Bobby más bien era problemático. Sufría una peligrosa adicción a las drogas, lo que no inhibió a Lucia para reiniciar otra familia con él, que incluso adoptó a Mark y Jeff, que llevan su apellido.

Con Bobby concebiría otros dos hijos varones. Durante este trajín, que, de acuerdo con el estilo de vida al que estaba habituada, transcurrió en diversos escenarios de los cuales México
es de los más frecuentes, Lucia tuvo oportunidad de sentarse a aporrear su máquina Olympia aunque, a decir de Jeff Berlin, todos creían que escribía cartas, siempre cartas. Los relatos parecía reservarlos para comentarlos con sus hijos, pero se trata de una verdad a medias, pues Lucia alternaba las cartas con la elaboración de relatos que nunca la dejaban lo suficiente satisfecha… y seguían sin gustarle aún cuando un editor codicioso se empeñó en publicarlos y le ofreció una fortuna por escribir una novela que nunca se concretó.

 

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