Me cuida mi comunidad: el trabajo emocional en tiempos de Covid-19

- Ana Karen León Sánchez Diana Thalía Jiménez Martínez Helena Fabré Nadal * - Sunday, 19 Apr 2020 07:29 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En estos días de forzoso confinamiento debido a la pandemia, se ha puesto en evidencia que la cuarentena no es la misma en todas partes ni para todos: hay sectores de la sociedad y grupos extremadamente vulnerables para quienes las consignas “quédate en casa” y “si te cuidas tú, nos cuidamos todos”, literalmente ponen en riesgo sus vidas. Indígenas, personas en situación de calle y, en especial en este artículo, mujeres amenazadas por la violencia intrafamiliar, sobreviven al filo de el navaja.

Los contagios por coronavirus que empezaron la alarma sanitaria en Europa han causado un cambio drástico en el enfoque de los problemas prioritarios a enfrentar. A nivel global, prácticamente todos los gobiernos han realizado distintas advertencias y medidas, más o menos estrictas, para contener la propagación del virus. Sin embargo, en México, la consigna “quédate en casa”, si bien busca mitigar un problema, es una estrategia que sólo es posible llevar a cabo por las clases más favorecidas de las ciudades, es decir, no toma en cuenta a la mayor parte de la población del país que vive al día y forma parte de la economía informal. Tampoco se han tomado en cuenta otras geografías donde la reproducción de la vida no pasa por quedarse en casa, donde la alimentación se logra a través del trabajo cotidiano en la milpa, en los huertos o en los montes. Aunado al llamado “quédate en casa”, hemos escuchado el “si te cuidas tú, nos cuidamos todos”. Nosotras nos preguntamos: ¿cómo pueden quedarse en casa las y los habitantes de Ayutla, en la sierra mixe de Oaxaca, donde el gobierno de Alejandro Murat lleva más de mil días obstaculizando el derecho fundamental del acceso al agua? Desde el primer registro de coronavirus en México se han reportado alrededor de 224 feminicidios, según el mapa elaborado por María Salguero. El “quédate en casa” tampoco tiene en cuenta las dificultades de ser mujer en México, exacerbadas en esta situación extraordinaria: ¿Cómo pueden quedarse en casa las mujeres en un país feminicida como lo es México, donde la casa es un espacio de peligro por la violencia intrafamiliar, sexual y feminicida a la que están expuestas? Desde esta perspectiva, el “si te cuidas tú, nos cuidamos todos” reactualiza las desigualdades históricas que viven mujeres, comunidades indígenas y comunidades en la periferia porque ese “tú”, ese “todos” parece no contemplarnos. Esta enunciación, además, presenta el cuerpo desde una cuestión individual y lo piensa únicamente desde su dimensión física, como si la salud pasara, únicamente, por nuestra integridad física y el trabajo con nuestros sentires y emociones estuviera relegado a un segundo lugar.

 

La división sexual del trabajo emocional

 

Cuando Silvia Federici habla de la división del trabajo hace referencia a una división sexual-social injusta basada en la desigualdad, en donde hay un no reconocimiento o infravalorización del trabajo realizado por mujeres –el trabajo reproductivo–bajo el capitalismo. Cuando hablamos de trabajo reproductivo es importante puntualizar el espectro de múltiples actividades que se realizan bajo esa categoría. Sobre todo porque al ser un trabajo feminizado, no reconocido como tal, ha sido precarizado y negado.

Desde esta perspectiva, ¿qué significa para las mujeres el “quédate en casa”?: “Tengo más cosas que hacer en casa”, “estoy estresada”, “me preocupa mi familia”, “qué le vamos a hacer, ya hemos salido de peores”, “¿de dónde voy a sacar dinero?”, “¿cómo voy a alimentar a mis hijos?”, “¿y si mi mamá se enferma?”, son frases que retomamos de pláticas efímeras con mujeres amas de casa del Estado de México ante esta cuarentena. A diferencia del trabajo productivo, en donde los tiempos son marcados precisamente por la producción, en el trabajo reproductivo no es tan fácil diferenciar los tiempos para cada actividad, ya que muchas de ellas implican ser sostenidas en el tiempo-espacio porque precisamente lo que se produce es la vida misma. Muchas mujeres amas de casa están sintiendo cómo su carga de trabajo aumenta –justamente porque todos están en casa–, pero no sólo eso: la carga mental de las mujeres está aumentando. Esto implica que “siempre tienes que estar alerta y acordarte de todo”; no sólo tienes que preparar la comida del día, también tienes que pensar qué cocinarás, dónde comprarás los alimentos, cómo protegerte del virus mientras realizas las compras, cómo evitar hablar en los pocos espacios de socialización que tenías, cómo “hacer rendir” el dinero, cómo desinfectar los alimentos, cómo decirle a tu pareja que te ayude a lavar los trastes sin que se enoje… todo esto mientras simultáneamente realizas otras actividades y tienes otras preocupaciones. La carga mental es constante, agotadora y, en muchos casos, invisibilizada.

Mientras históricamente las mujeres hemos sido cuidadoras de otros, no nos hemos cuidado a nosotras mismas. ¿Cómo construimos, entonces, prácticas de cuidado para nosotras? Si el discurso estatal está enfocado exclusivamente en la dimensión física del cuerpo, ¿cómo hacemos para construir prácticas de cuidado en la que se evidencie la multidimensionalidad del cuerpo? De hecho, si el Estado históricamente ha tenido el monopolio de la violencia ¿por qué asumir que también tiene el monopolio del cuidado? Nuestras reflexiones van en otra dirección: ¿cómo construimos prácticas comunitarias de cuidado cuyo centro sea el cuerpo, el territorio, la vida y en donde el trabajo reproductivo –¡y emocional!– no sólo lo tengan que realizar las mujeres?

Lo personal es político, nos han recordado las feministas desde hace décadas, de modo que la discusión sobre la división sexual del trabajo busca evidenciar que el trabajo reproductivo realizado históricamente por las mujeres es trabajo socialmente necesario. Es más: este trabajo realizado por mujeres puede y ha sostenido la vida desde otros horizontes, incluso, en clara confrontación con el proyecto civilizatorio capitalista. Esa discusión implica no sólo reconocer el trabajo que las mujeres hemos realizado, sino que haya reparto justo del trabajo para reproducir la vida.

 

Horizontes de posibilidad: la lucha es por la vida


En el horizonte
actual, la construcción de espacios seguros debe verse atravesada por la creación de redes afectivas y de cuidado entre amigas, vecinas y compañeras, de modo que generemos condiciones necesarias para la reproducción de la vida digna y alegre, que, incluso, podamos poner en jaque la noción misma de “espacio seguro” asociada al hogar. Un ejemplo: ante la cancelación temporal de nuestros espacios físicos de cuidado, y tomando en cuenta el riesgo que corren distintas mujeres por el hecho de convivir durante la cuarentena con su propio agresor, en América Latina se han habilitado distintos refugios para acoger a mujeres en situación de violencia de género. En México, la Red Nacional de Refugios exige recibir los presupuestos destinados a la red, y exige que el Estado mexicano aborde la crisis sanitaria desde un enfoque de género y derechos humanos, para disminuir el número de contagios, pero también las cifras de violencia de género y feminicida. Asimismo, muchas mujeres organizadas han difundido números telefónicos o perfiles de facebook a los cuales te puedes comunicar si deseas recibir escucha, orientación, atención y contención confidencial entre mujeres.

Una de las lecciones que debemos aprender de los feminismos comunitarios es el reconocernos en la colectividad, sólo así podremos acabar con las falsas dicotomías que escinden lo público de lo privado y lo físico de lo espiritual. Durante estos días, donde parecía que podíamos ir previendo la crisis sanitaria que avanzaba como un tsunami hasta llegar a América Latina, también hemos podido ver distintos ejemplos de resistencia presentes en algunos territorios europeos. En este sentido, el Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes de Barcelona, que desde hace más de quince años defiende los derechos de los vendedores ambulantes y de las personas migrantes con o sin papeles –es decir, de todas las personas– se han posicionado, una vez más, del lado de la vida. La mayoría de ellas y ellos, costureras y costureros, se han reunido en estos días para confeccionar material sanitario –mil 400 cubre bocas y quinientas batas– que contribuye a enfrentar la falta de recursos básicos entre los hospitales, equipos de apoyo o personas vulnerables. Sin embargo, no ha faltado la represión de la Guardia Urbana, condenando formas de organización que abren grietas al sistema capitalista, racista y patriarcal y que no deja de castigar a las personas más vulnerables. Además del trabajo material como resultado de su trabajo solidario, los miembros del colectivo son un ejemplo para recordarnos “que la vida de uno depende de la de todos”, que ante la amenaza del virus, o “nos salvamos todos o nadie se salva”, porque, vengamos de donde vengamos, “estamos todos en el mismo barco”. Concordamos con ellas y ellos: es imprescindible que en nuestros espacios podamos compartir el dolor, nuestras emociones y sentires, para, desde ahí, construir horizontes de esperanza. “No nos une el dolor sino la respuesta al dolor. [...] Cuando todo esto pase, habremos aprendido a compartir el dolor, venga de donde venga y sea el que sea.”

Es evidente que esta emergencia sanitaria nos ha llevado a repensar las formas de organización y de resistencia; las colectividades han ingeniado nuevas respuestas ante el aparente aislamiento, encontrando algunas alternativas precisamente en las múltiples dimensiones del cuerpo. Pero también nos hace reflexionar acerca de la necesidad de repensar nuestros espacios de cuidado ante la evidencia de un Estado que no los tiene en cuenta más allá de la dimensión física del cuerpo, y que sabemos que no nos va a cuidar. Evidencia de lo anterior es el surgimiento de redes solidarias, el acompañamiento emocional entre compañeras, el estrechamiento de vínculos entre vecinas y vecinos o el mapeo de redes de apoyo cercanas a nuestros domicilios, para mencionar sólo algunas.

 

*Ana Karen León: Activista, cursó la licenciatura en Estudios Latinoamericanos, ffyl-unam. Diana Thalía Jiménez Martínez: Ixtlahuaca, Estado de México. Saxofonista, cursó la licenciatura en Estudios Latinoamericanos, ffyl-unam. Helena Fabré Nadal: Barcelona, Catalunya. Antropóloga feminista, cursó la maestría en Sociología Política en el Instituto Mora.

 

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