Artes visuales
- Germaine Gómez Haro | [email protected] - Sunday, 26 Apr 2020 07:40



Luis Eduardo Aute: el pintor que cantaba poemas
A Maritchu
El pasado 4 de abril perdimos a una de las figuras más importantes del panorama cultural español e iberoamericano, el artista Luis Eduardo Aute (Manila, Filipinas, 1943-Madrid, 2020), un auténtico renacentista del siglo xxi. A Aute se le reconoce primordialmente como un icono de la llamada canción de autor, pero no todos sus admiradores conocen su faceta de artista plástico, misma que practicó a la par de su creación musical y poética con igual vehemencia y genialidad, así como su obra fílmica de dibujos animados en la que da rienda suelta a su prodigioso oficio de dibujante.
Conocí a Luis Eduardo hace un par de décadas gracias a un mutuo y querido amigo, el también cantautor Hernaldo Zúñiga. Luis Eduardo me recibió la primera vez en su casa en Madrid dispuesto a regalarme 30 minutos de su tiempo para una entrevista. La charla fluyó por varias horas y dio lugar a una amistad de la que siempre estaré agradecida. Su obra plástica me impactó poderosamente, tanto por su calidad formal como por la esencia existencialista de sus temas llevados al lienzo con una total libertad y un profundo conocimiento de las técnicas. Comprendí entonces que sus canciones y sus pinturas estaban íntimamente conectadas en cuanto a la necesidad de contar historias inspiradas en el amor, el sexo, la carne, la vida y la muerte. En sus pinturas reverberaba un hálito místico que Luis Eduardo explicaba así: “La erótica está en todas partes, y para mí la gran pintura erótica es la religiosa.” Descubrí también que Aute era un amante de la historia del arte, y que dedicaba la mayor parte de sus lecturas a estudiar las vidas de los grandes artistas que eran de su interés. Goya y Velázquez eran de los predilectos – protagonistas de la hermosa canción “Tríptico de luces y sombras”–, pero entre sus favoritos también desfilaban Van Gogh –en quien se inspiró para su película Vincent y el Giraluna–, Matisse, De Kooning, Bacon, Antonio Saura –a quien dedicó la canción “Letras”–, los expresionistas alemanes y los surrealistas. Pero lo que más admiré de ese personaje inteligente y seductor fue su nobleza de espíritu, su generosidad y su sencillez, virtudes que hacían de él un ser realmente especial, un “animal raro” en el mundo de los celebrities enajenados por la fama y el ego. Su espíritu luminoso y transparente quedó plasmado en canciones, poemas, pinturas, dibujos, esculturas y películas. Una obra multidisciplinaria que practicó en cada género con profundo rigor, pasión y excelencia. Cuando se le alababa por su insólita capacidad creativa, solía exclamar con ese humor mordaz con el que salpimentaba todo: “¡Son calumnias! Soy un indisciplinado de las disciplinas y un degenerado de los géneros. Más bien, lo que soy es un métome-en-todo.” Y en todo lo que se metió el resultado fue una obra de arte sublime y trascendente, sellada con su impronta personal.
En otra visita presencié el proceso de su conmovedor cortometraje de trasfondo autobiográfico, El niño y el basilisco, realizado a partir de miles de exquisitos dibujos hechos a lápiz y animados mediante un proceso a la vez sofisticado y artesanal, en colaboración con su hijo Miguel. De esta historia dibujada nació la canción “El niño que miraba el mar”, una de las tantas obras surgidas de la complicidad entre su pintura y su composición musical. En una de las últimas entrevistas que dio, en 2016 antes de sufrir el infarto que lo mantuvo fuera de circulación hasta el fin de sus días, Luis Eduardo seguía sosteniendo con firmeza su vocación de pintor: “Empecé a pintar desde muy joven con la clara idea de que lo mío era la pintura y lo sigo creyendo. Disfruto muchísimo pintando, más que escribiendo canciones. La pintura es la libertad absoluta.” Aute nos deja el retrato de su alma en lienzos y dibujos cargados de erotismo y voluptuosidad. Hizo lo que quiso y como quiso, todo con rigor y corazón. Por eso es un artista total, un animal creator. Su partida deja un hueco insustituible. ¡Hasta siempre, Giraluna!