Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Nuestro hombre en Querétaro2.jpg

Félix Fulgencio Palavicini. Foto: Instituto Nacional de Antropología e Historia, Sistema Nacional de Fototecas. oai:mexicana.cultura.gob.mx:0010000/0236551

La “otra” biografía de Palavicini

‘Nuestro hombre en Querétaro. Una biografía política de Félix Fulgencio Palavicini’, Eduardo Clavé Almeida, Juan Pablos Editor, México, 2019.
Xavier Guzmán Urbiola

Si se consulta cualquier enciclopedia, diccionario biográfico, o de la Revolución mexicana, anterior al año 2017, buscando información sobre el ingeniero topógrafo tabasqueño Félix f. Palavicini (1881-1952) se hallarán semblanzas en que se le elogia. Hizo estudios de pedagogía en Francia, se adhirió tempranamente al movimiento antirreeleccionista de Francisco i. Madero, Venustiano Carranza lo nombró Ministro de Instrucción Pública en 1914, renunció a dicha cartera en 1916 para participar como diputado en las discusiones de los artículos 27, 35, 73 y 115 de la Constitución de 1917 y su actividad periodística fue importante especialmente dado su protagonismo en la fundación de El Universal. La sencilla enumeración anterior es en cierto sentido notable. Sin embargo, en este tipo de recuentos también puede distinguirse un tono neutro, sobre todo en los testimonios de sus contemporáneos. Después de este listado de sus hazañas, la actividad de Palavicini se desvaneció. No había datos para completar su fulgurante biografía. Las únicas voces disonantes de aquel discurso tan pulcro fueron las de Martín Luis Guzmán y José Vasconcelos, o las menos conocidas de Rafael Martínez de Escobar y Andrés Magallón. Del primero, en Axkaná González en las elecciones (que en origen fueron las entregas publicadas en diversos diarios finalmente no incluidos como capítulos en La sombra del caudillo) existe un enigmático pasaje en que aparece un personaje corrupto de obvio parecido al tabasqueño. El segundo, en cambio, desde la aparición del Ulises criollo y La Tormenta en 1936, irascible y sin piedad se cebó contra Plagianinni o Fulgencio, lo cual en cierto sentido descalificó sus acusaciones. Martínez murió pronto en Huitzilac, pues acompañaba al general Serrano en 1927 y los cargos de Magallón durante las discusiones del 27 constitucional se procuró archivarlos. ¿Por qué se olvidó a Palavicini? ¿Por qué en 2017 la visión que se tenía de ese personaje, indudablemente importante, empezó a cambiar?

El periodista, sociólogo e historiador Eduardo Clavé, siendo director del Archivo Histórico de pemex en 2006 encontró un expediente de la compañía inglesa El Águila, cuyo membrete le intrigó: “Nacionalización de petróleo, 1917”. El acervo de esa empresa, que operó en México desde el porfiriato rodó de edificio en edificio después de la expropiación en 1938, hasta que por fin se integró, a partir de 1998, a la sección histórica del fondo de la paraestatal, lo cual explica la existencia ahí de aquel expediente. Sin embargo, el tema y la fecha eran extraños. El olfato perspicaz del historiador Clavé hizo que los datos e informaciones acumulados por él entre 2006 y 2017 fueran cobrando sentido y revelando una coherencia explicativa diferente sobre una historia que permanecía oculta y sobre todo respecto de la “otra” biografía de Palavicini, la que él mismo intentó esconder.

Clavé desmenuzó aquel expediente, leyó bibliografías y hemerografías, acudió a diversos archivos y, por fin, se inscribió en la unam para estudiar la maestría en historia. Fue entonces, hacia 2007, que lo conocí. Leí un primer borrador del trabajo que pretendía llevar a cabo y finalmente, después de nueve años, presentó como tesis. Era sumamente interesante, novedosa y reveladora. Ahí me enteré y ahora lo corroboro, pues recién apareció su tesis transformada en libro, que Palavicini aguanta, entre otros, el siguiente ramillete de calificativos, basados algunos de ellos en acusaciones concretas: mentiroso, plagiario, traidor, manipulador, agente doble, ladrón, así como corrupto. Y todo esto Clavé lo explica aportando las pruebas y desde la comprensión de los hechos, no sólo sin venganzas, sino más bien para develar una realidad histórica que nos libere, en tanto que entendamos hoy mejor ciertos sucesos.

Mentiroso, porque sus Memorias están plagadas de tergiversaciones o francas patrañas, por ejemplo, aseguró que en 1910 lo contrataron como dibujante en El Águila, cuando en realidad su paso como empleado de la empresa fue vergonzante; negó haberse beneficiado con la reforma a la ley de divorcio que él llevó a cabo en 1915, y dio un testimonio falso sobre los supuestos accionistas que apoyaron la creación de El Universal en 1916. Plagiario, porque tomó sin citar las ideas de Henry Baudin y afirmó que eran suyas durante una conferencia en 1907, y un año después Manuel Calero le reclamó citar su folleto Cuestiones electorales sin aclarar su autoría. Traidor, porque en seguida de apoyar al Partido Antirreeleccionista y acompañar a Madero a Veracruz, en 1910 reprobó “el motín y la revolución” que se preparaban al publicar un artículo deslindándose del prócer y declarándose porfirista de nuevo. Manipulador, porque intentó influir en Madero y Pino Suárez para que no hicieran caso de publicaciones de 1911, donde lo denunciaban por plagiario; en 1914 mandó imprimir una versión edulcorada de lo que fue su actuación durante la xxvi Legislatura, y en 1924 le encargó a Marcos e. Becerra confeccionar su biografía, que es una verdadera cortina de humo. Agente doble, porque Carranza le encargó difundir en la prensa desde 1914 la necesidad de un congreso constituyente. Cuando éste fue un hecho, renunció en 1916 al Ministerio de Instrucción Pública, a la vez que el Primer Jefe lo impulsó como diputado por el quinto distrito de Ciudad de México y miembro del bloque “renovador”. Ya cobrando como representante popular debía, por encargo, siempre de Carranza, enfrentar a los “jacobinos” para hacer prevalecer los intereses de su jefe durante las discusiones del constituyente de 1917. No sólo eso, en ese momento decidió también explotar al máximo sus contactos de tiempo atrás por medio de tratos secretos y pactos dudosos de una iguala económica con la empresa El Águila, para que, en las mismas discusiones del constituyente, se redactara el artículo 27 a gusto del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y de la petrolera inglesa. Esto último no lo logró, pero sobrevivió evidencia suficiente, hallada por Clavé, para desenmarañar y entender las sucias actuaciones de Palavicini. Dejé al final las acusaciones peores: ladrón y corrupto. Me detengo en este tema por un par de razones. Fue ladrón y corrupto porque, en julio de 1913, siendo un funcionario menor lo denunciaron por comprar una prensa con un sobreprecio importante, pero eso en comparación a lo siguiente fue un juego de niños: en junio de 1916, a partir de la investigación policiaca contra “Eugenio Morales y Adolfo Grajales”, se descubrió que en el Ministerio de Instrucción Pública, del que era ya titular Palavicini, durante dos años se compraron útiles y artículos escolares con sobreprecios por casi 170 mil pesos de la época; se llegaron a tener testimonios de los mensajes, promesas y amenazas de Palavicini a los acusados para que no lo denunciaran; se comprobó la triangulación de recursos a través del latifundista tabasqueño (que resultó su padrino) Jesús m. Balboa, y hasta llegó a conocerse el tránsito del dinero mal habido dirigido por este último a la compra de tres casas, que puso a su nombre, pero de inmediato heredó a su ahijado, no obstante, en el último momento el mismísimo Venustiano Carranza, quien estuvo al tanto del caso, salvó a Palavicini impidiendo que se iniciara el juicio contra los acusados, pues en octubre del mismo 1916 debía renunciar para ir por encargo del Primer Jefe a engrosar, como ya se dijo, el grupo de congresistas afines a él en Querétaro; por si algo faltara, finalmente porque, a la vez que se preparaba el constituyente hizo pasar las máquinas del antiguo periódico El Imparcial, que era propiedad del gobierno, a una sociedad anónima y en seguida él resultó dueño de la mayoría de las acciones del nuevo diario llamado desde entonces El Universal.

Palavicini resultó una verdadera ficha, un impresentable, un rufián que salió impune. Justo por el resultado revelador, interesante y sorprendente que arroja la investigación de Clavé es que este es un libro instructivo. Sin embargo, el descuido por momentos de la escritura, la edición y algún concepto anquilosado (ciertos nombres de personajes se cambian, no hay uniformidad en la presentación de datos y en un par de ocasiones se hace referencia de modo lapidario al pretendido “juicio” que dicta la historia), aunque no opacan su valor documental, hacen que un libro que se lee bien, pudiera haberse leído aún mejor. No obstante las consideraciones anteriores, lo sugerente del presente trabajo es que Clavé, al desmontar y explicar el modus operandi de Palavicini señala a los múltiples involucrados y el papel que jugó cada uno en el conjunto de hechos, por lo que, a la vez, hace al lector caer en la cuenta de que históricamente la corrupción sólo se entiende si se llegan a desarmar conceptualmente (y después de modo material) las estructuras, así como el funcionamiento y solidaridad de las redes que la sostienen.

Por eso no basta con aprehender a Emilio Lozoya o Rosario Robles. Se debe también, a la vez, entender para explicar por lo menos lo siguiente: ¿Cómo se sostienen esas redes? ¿Quién y cómo las arropan? ¿En qué vacío de las leyes los implicados confiaron? ¿Cómo triangularon los productos de sus hurtos? ¿Cómo, cuando, a dónde y a quién los enviaron? ¿Cómo retribuyeron a estos últimos? ¿Cómo regresó el dinero mal habido a sus manos? Y, en toda esta telaraña: ¿cuántos y quiénes son los involucrados en esas redes y cómo operan? Asimismo, finalmente, con base en toda la información anterior: ¿cómo lograr que se recupere el dinero?

 

Versión PDF