Prosaísmos

- Orlando Ortiz - Sunday, 03 May 2020 07:43 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

El primer escritor de "la onda"

Aunque el término “onda”, o para más precisión “literatura de la onda” ya no les dice mucho a nuestros jóvenes escritores, es preciso recordar que hace algunas décadas, en el siglo pasado, fue algo bastante controvertido. Había escritores “serios” y críticos célebres y celebrados que aseguraban categóricamente que “eso” no era literatura; otros la descalificaban tachándola de estampida de búfalos que destruían cuanto se les atravesaba. Lo curioso e interesante, me parece, es que los más conspicuos protagonistas de esta literatura negaban ser “autores de la onda”, dando argumentos sólidos y fundados. Y les asistía la razón cuando por lo general lo de “la onda” tenía cierta intención peyorativa.

A pesar de todo, no han faltado investigadores que se han acercado con seriedad a estudiar las obras llamadas de la onda, o mejor, dicho, los autores más importantes. Han caracterizado, incluso, algunos rasgos de esta literatura, señalando, por ejemplo, la irrupción de jóvenes clasemedieros como protagonistas (con problemas muy diferentes a las angustias y melancolías de jóvenes como Adolfo o Werther); el rock and roll y un tímido asomo del consumo de drogas (al principio, después ya no se soslayó, excepción hecha de Margarita Dalton y Parménides García Saldaña); y, campeando a lo largo y ancho de las páginas: desenfado e irreverencia.

Me detengo en estos aspectos: desenfado e irreverencia, que no son frecuentes ni fáciles de hallar en nuestras letras, que como alguien dijera, parecen adolecer de solemnidad y compostura. Me refiero a “letras”, no a los autores, porque éstos, en su faceta de periodistas, a menudo se han soltado el pelo. Guillermo Prieto es diferente, aunque precisamente por eso en ocasiones los eruditos se refieren a él con cierta cautela, no atreviéndose a calificarlo de protagonista de nuestra literatura, a pesar de haber sido miembro conspicuo de la Academia de Letrán, a la que pertenecían los hermanos Lacunza, Andrés Quintana Roo, Ignacio Ramírez y otros poetas y dramaturgos distinguidos.

El motivo de tanta cautela es, quizá, su proclividad hacia lo popular, o si se prefiere, al “pueblo”, y en especial a los bajos fondos, donde encontraba los motivos necesarios a su cálamo y vena poética. En algunos de sus textos de Los San Lunes de Fidel, escribió: “para que no me embargase el marasmo, recurrí a mi arsenal de impresiones, que son los barrios, y me di una divagada entre Nuevo México y Tarasquillo, donde alegres vecindades en tortuosos y angostos callejones pugnan por borrar el aduar que existía cerca de la capilla de los Dolores, que tampoco existe, el afamado ‘Callejón de las Damas’ en convivencia con el del Huerto, ahora carrocería de Raymond, y el callejón de Salsipuedes...”

En esa área se encontraban barrios muy jodidos o lugares otrora respetables y después abandonados, semiderruidos y a la sazón transformados en vecindades de todo tipo, con viviendas o como madrigueras de prostitutas y delincuentes. Curiosamente, ahí estaba desde la cárcel de La Acordada hasta el edificio ruinoso que ocupaba la Academia de Letrán. Y si se quieren orientar con alguna referencia actual, trasládense al “Barrio chino”, es decir, a la calle de La Soledad, López, Independencia, Ernesto Pugibet, etcétera.

Posiblemente el estigma de Prieto es el de haber sido “tan popular como los frijoles bayos” y haber escrito, siempre, con desenfado e irreverencia. Inventaba nombres irónicos a sus personajes, se mofaba de autoridades políticas y eclesiásticas, conocía como nadie sitios para el buen comer (a la mexicana) y donde había pulques excelentes o “ganado bravo” y chinas coquetas amigas de bailar sonesitos y entrarle
a la j
arana sin remilgos. Despiadado en la crítica a la hipocresía de las mochas que comen santos y cagan diablos (esto él jamás lo escribió, fui yo), de los curitas y los ricachones enemigos de la república y la independencia, y al mismo tiempo poseedor de una empatía indudable.

Tal vez la cabeza más correcta para esta columna habría sido “Un escritor con onda antes de la onda”. O ponerle “h” a la primera onda.

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