Artes visuales
- Germaine Gómez Haro | [email protected] - Sunday, 10 May 2020 07:37



Dos pintores icónicos en tiempos de pandemias
Desde tiempos inmemoriales, las obras de arte han sido el espejo de la realidad de su momento y reflejan para la posteridad los hechos sociales, políticos y culturales de la época que las origina, así como las cuitas existenciales, las alegrías y las desgracias del ser humano en su contexto. Las catástrofes naturales, las guerras y las pandemias forman un capítulo importante en la historia de la pintura; estas últimas han dado lugar a numerosas representaciones de las enfermedades infecciosas que han acosado a la humanidad y algunas se han convertido en iconos de su época. En estos días aciagos que nos ha tocado vivir en el aislamiento, revisito a dos de mis autores favoritos, cuyas pinturas emblemáticas nos transmiten las vicisitudes de su época con una belleza conmovedora, a pesar de su sordidez y contenido desgarrador: el alemán Matthias Grünewald (1470-1528) y el flamenco Pieter Brueghel el Viejo (1525-1569).
Hace unos años tuve la oportunidad de hacer un viaje a la ciudad alsaciana de Colmar, en Francia, con el propósito de visitar el Museo de Unterlinden, donde se exhibe una de las obras maestras más impactantes de la historia de la pintura: el Altar de Isenheim, de Matthias Grünewald. Esta pieza fue comisionada hacia 1512 para la iglesia del convento de San Antonio Abad, el santo patrono de las víctimas de una terrorífica enfermedad que se conocía como “ergotismo” –también llamada “Fuego de San Antonio” por las fiebres elevadas que hacían arder a los enfermos–, provocada por un parásito que contaminaba algunos cereales y cuya ingestión derivaba en necrosis de los tejidos y, casi inevitablemente, en la muerte. El retablo está compuesto por nueve pinturas, de las cuales dos provocaron conmoción desde su creación y han sido tema de infinidad de estudios, así como fuente de inspiración para una pléyade de artistas hasta nuestros días: La crucifixión y Las tentaciones de San Antonio. En el desgarrador Cristo en la cruz, se ha planteado que Grünewald hace alusión directa al terrible padecimiento de los enfermos de ergotismo a través de la tez mortecina que evoca la putrefacción del cuerpo, mientras que, en la escena de San Antonio, unos seres monstruosos acechan al santo en un torbellino delirante en el que destaca la presencia de un personaje cubierto de lesiones aparatosas en la piel que muestran de manera realista y dramática la enfermedad. Con estas pinturas, Grünewald inaugura el género “expresionista” avant la lettre y sus figuras, a un tiempo estremecedoras y desgarradoras, perturban y sacuden al espectador.
Pieter Brueghel el Viejo pintó en 1562 otra de las escenas más descarnadas de todos los tiempos: El triunfo de la Muerte. Esta obra, de carácter moral muy a la usanza de la época y con una clara influencia de El Bosco, evoca magistralmente el tema medieval de la Danza Macabra en alusión directa al libro bíblico del Apocalipsis: “Y he aquí que apareció un caballo rojizo, cuyo jinete se llamaba Muerte, le fue dado poder sobre la cuarta parte de la tierra para matar con la espada, con el hambre, con la peste y con las fieras de la tierra.” El prodigioso cuadro, que pertenece al Museo del Prado, expresa como pocos lo han hecho la fragilidad y la futilidad de la vida, verdades insoslayables. En esta pintura preciosista de compleja composición, Brueghel da rienda suelta a su obsesión por la muerte, tema candente en una sociedad perennemente acechada por las epidemias y las guerras. ¿Ha cambiado algo a lo largo de los siglos?
Uno de los objetivos de las pinturas antiguas que registraron las grandes pandemias era concientizar al pueblo de la “ira de Dios” desatada contra el “pecado del mundo”. En nuestros días, otros motores moverán a los artistas a plasmar lo que estamos viviendo. Se abrirá el camino del arte a nuevos temas y, quizás, a una búsqueda más apegada a la esencia humanista, hoy opacada por la banalidad de las modas impuestas por la frivolidad y el mercado del arte.