El gran amor de Óscar Chávez

- Hech Rivas Olivo - Sunday, 10 May 2020 07:32 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El espectáculo fue excelente pero nunca había vivido con tanta tristeza una función de títeres o, mejor dicho, con sentimientos tan enfrentados.

Es treinta de abril. Estamos en Xacalli, Iztapalapa, un edén de vivienda popular construido por la uprez (Unión Popular Revolucionaria Emiliano Zapata) y una generación de artistas, luchadores sociales y profesionistas comprometidos con el cambio social en México. Xacalli es el triunfo de un grupo del mup (Movimiento Urbano Popular) que emergió a partir del terremoto del 19 de septiembre de 1985. Hoy se convoca a una tarde de títeres, con sana distancia, para las niñas y los niños de la comunidad. Hay varios titiriteros en Xacalli y sería un sacrilegio no hacer una función este día.

De la nada, irrumpe una brigada de desinfección de la Alcaldía. Justo cuando estamos en medio, entre su casa y el escenario, voy caminando lentamente junto a la maestra Anadel Lynton. Nos quedamos pasmados un par de minutos esperando a Livia, su hija y, en medio de la tóxica brisa desinfectante, recibimos la noticia que apareció como una bomba en las redes sociales: Óscar Chávez falleció, víctima de Covid-19. Comentamos el suceso con dolor mientras caminábamos a la función infantil.

El espectáculo fue excelente pero nunca había vivido con tanta tristeza una función de títeres o, mejor dicho, con sentimientos tan enfrentados. Los niños y niñas ahí, alegres, sin importar que una lluvia atroz amenazara con caernos encima y destruir la casa de los tres cochinitos con todo y lobo feroz. Mientras tanto, algunos adultos se fueron enterando de la noticia, y de sus caras surgía una expresión distinta, de lamento, aunque no dejaron de gritar con los niños. Eran los suyos gritos
agridulces.

 

La paloma azul/ que del cielo bajó/ con las alas doradas/ y en el pico una flor.

 

Al regresar a su casa, Anadel comentó que conoció a Óscar Chávez hacia 1960, en una gira del Ballet Nacional de México a Mérida y Campeche. En aquel entonces él no era famoso (y casi nadie: la mayoría eran jóvenes entusiastas construyendo
el proyecto cultural nacional). El Caifán mayor iba como iluminador y técnico de la compañía junto con José González Márquez, ambos estudiantes de la Escuela de Arte Teatral del inba, ubicada atrás del Auditorio Nacional.

 

Martín tenía un violín/ y con él se divertía/ cuando su mujer le decía/ “toca el violín”... Martín tenía...

 

-Fueron como voluntarios para apoyar al Ballet Nacional durante nuestra gira, supliendo al
iluminador y los técnicos que no pudieron o no quisieron ir -cuenta Anadel Lynton.

-Pero, ¿sabes cómo se les ocurrió la idea de irse de gira con ustedes? ¿Tenían Óscar Chávez y Pepe González Márquez algún interés particular en la danza? –le pregunto.

-No creo, pero era muy común que hubiera amistad entre bailarines y actores porque la escuela de danza y la de teatro estaban atrás del Auditorio y había una cafetería en medio. Maestros y alumnos de ambas escuelas se conocían ahí y era común la amistad entre sus estudiantes. También se hacían muchas parejas -dice, mientras su mirada translúcida hurga en el pasado.

-Tal vez ya era novio de Raquel Vázquez, su esposa, y por eso fue a nuestra gira. Tal vez apenas estaba cortejándola. Pero ellos se conocieron muy probablemente en la cafetería en esa época, donde se daban los encuentros amorosos de los estudiantes del Centro Cultural del Bosque. Raquel era parte del elenco de La pastorela, una de las piezas del repertorio que hicimos para el viaje. Fue la primera coreografía de Raúl Flores Canelo y tuvimos el privilegio de bailar en ella. También iba la directora del Ballet Nacional, Guillermina Bravo.

 

Ya te vide, calavera/ con un diente y una muela/ saltando como una pulga/ que tiene barriga llena.

 

-Tuvimos que cruzar algunos ríos y lagos en pangas gigantes porque no había puentes en algunas partes, ¡con el camión entero! Fue un viaje largo, cansado, de varios días, porque los caminos eran precarios, muchos de terracería. ¡Era cruzar la selva de todo el sureste mexicano! Óscar Chávez y Pepe González Márquez tocaban la guitarra y cantaban en el autobús todo el tiempo. Incluso algunas bailarinas les dijeron que se callaran, porque estaban agotadas y querían dormir; eran unos trovadores incansables.

 

Caballito blanco/ sácame de aquí/ llévame a mi pueblo/ donde yo nací…

 

-¿Recuerdas alguna canción en particular?

-No, pero eran temas populares. Muchos de la compañía se los sabían y a veces cantaban con ellos.

Anadel Lynton recuerda que Óscar Chávez era un hombre muy simpático e inteligente, “pero era sólo un estudiante de teatro”, en medio de un grupo de bailarinas y bailarines.

La lluvia estalla en Xacalli y el olor a bugambilia entra por la puerta del jardín de la casa de Anadel. Ella concluye la charla y se apoya en “cuatro patitas” (así se llama su bastón) y camina lentamente para seguir trabajando en su computadora.

Es día de las niñas y los niños. La silueta juvenil de Óscar Chávez se asoma por la ventana, mira a Anadel con cariño y le da las gracias por recordar la época en que no era famoso, justo cuando encontró al amor de su vida, siendo sólo un joven estudiante y un trovador amateur.

 

 

 

 

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