Las rayas de la cebra

- Verónica Murguía - Sunday, 17 May 2020 07:32 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Abrazo, beso y apapacho

 

Sinceramente, no sabría cómo describir mi carácter ahora. Me temo que estamos en un momento de cambio, obligados por las circunstancias. Por decir lo primero que me viene a la cabeza: no me considero muy afectuosa, aunque con excepciones. En este mundo viven algunas personas y un gato que se han visto obligados a soportar besuqueos exageradísimos y declaraciones confitadas, pero no es la regla ni mucho menos.

Tampoco soy gregaria. Huyo de las fiestas, de las reuniones, de los viajes en grupo. Ya ni a conciertos voy. Mi esposo, quien sí es sociable, suele ir solo a todas partes. No frecuento bares y aunque adoro el café, lo bebo en mi casa. Vivo enfundada en pants viejos y sudaderas. Soy una ermitaña a la que sólo le falta el nido de gorriones en la cabeza y la túnica cubierta de cagarrutas. Como vivo en este siglo, no me pinto el pelo y me lo corto yo sola. Uso camisetas gigantes sobre el traje de baño, vaqueros que se me caen, suéteres con hoyos y un saco que cubre todos los problemas, negro como un cuervo.

La cuarentena me ha hecho renegar de todo esto, que consideraba inamovible. Quiero abrazar a muchas personas –todos conocidos y queridos, aclaro–, vestirme a todo lo que doy, aunque no doy para mucho y maquillarme, aunque casi todos mis implementos, mis bilés, el frasco de base, el rímel, caducaron
en 2016.

Esto no significa que simpatizo con las personas que han organizado fiestas y que han hecho caso omiso de las reglas de la cuarentena, al contrario. Pero entre los cambios que ya están entre nosotros, están las distintas formas de concebir el espacio personal, de saludarse. De estar juntos, pues.

En México, por lo que he visto en otros países, nos amontonamos. No sólo porque el espacio escasea, sino por una especie de compulsión. Y nos enorgullecemos de ser gente cálida, abrazadora, besucona, apapachadora.

Aquí quiero recordar a una amiga española que me dijo: “Los mexicanos sois muy cariñosos, sí, pero también sois unas hienas.” No pude rebatirla: lo que siguió fue el relato de una típica mexicanada, acompañada de ciertas frases muy nuestras, indudablemente auténtico.

El saludo está cambiando. El doctor Fauci, el epidemiólogo que lidera la lucha contra el coronavirus en Estados Unidos, manifestó que ya no deberíamos darnos la mano, quizás ya nunca. Su declaración apesadumbró a muchos estadunidenses y eso que ellos son mucho menos aficionados al abrazo y el beso que nosotros.

En el otro lado del asunto están los europeos, quienes se dan de dos a tres besos al saludarse. Los franceses comienzan la bise, por el cachete derecho; los italianos por el izquierdo. En la provincia de Nantes, la gente se da cuatro besos. El ministro de salud de Francia, Olivier Verán, sugirió que las personas dejen de saludarse así hasta que la crisis esté resuelta.

Los belgas se dan tres besos, otra costumbre que, supongo, desaparecerá temporalmente. Los rusos, cuando son muy amigos, se dan besos con labios cerrados y en la boca. El lector recordará la muy famosa foto de Mijaíl Gorbachov y Erich Honecker besándose en los labios, aunque, no sé por qué, no me imagino a Vladimir Putin dándole besos a nadie.

Lo hombres árabes suelen saludarse frotándose la nariz. Los chinos se dan la mano, los japoneses se inclinan levemente (o hacen una reverencia, pero eso en señal de respeto, no a cualquiera), los indios dicen namaste y juntan las manos a la altura del pecho. En fin, que la mayoría tendremos que cambiar nuestras formas de saludar y manifestar afecto. Este es un cambio profundo.

Quizás dote a los gestos de un peso nuevo: un beso será, ahora sí, una expresión de afecto, un cruzar un puente, no un movimiento rutinario. Ojalá las palabras fueran por el mismo camino: que tuviéramos más conciencia de su peso. No decir “te quiero” a cualquiera, ni “amigo” al que va pasando.

Ya veremos. Por lo pronto, decir “cuídate” viene mucho al caso.

 

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