Crónicas populares: San Pedro Infante en Villa Nicolás Romero

- Gilberto Vargas Arana* - Sunday, 31 May 2020 07:20 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Un buen día de mayo de 1974, en San Pedro, municipio de Nicolás Romero, Estado de México, un tal Rosalio Huerta Domínguez dijo que él era el verdadero Pedro Infante, y se desató una historia llena de dimes y diretes centrada en la figura de quien, a no dudarlo, es uno de los artistas mexicanos con mayor presencia en el imaginario popular. Esta es la crónica de esa “aparición”.

El camino a la colonia Independencia, en la cabecera del municipio de Nicolás Romero, Estado de México, fue bautizado como el Camino de los milagros. Paso a paso se pobló de sueños melodiosos y adivinanzas de rostro. Entre piedras y polvo, voces y calor, discurrió un torrente de murmullo elevado a un cielo que contempló la aparición. Nunca antes, tantos vecinos ni tantos extraños exploraron ese sendero. Vieron llegar multitudes y partir otras.

Un correo parlante insistió en las buenas nuevas. Rumor y chisme se confundieron con las noticias. El imaginario colectivo de Nicolás Romero reavivó uno de los iconos más trascendentes del siglo xx mexicano: Pedro Infante. Otra vez el ídolo de Nosotros los pobres pareció ir paso a paso. Caminó por la calle que baja a un costado de la antigua presidencia municipal, convertida ahora en sede de la delegación municipal de la Cruz Roja. Detrás le siguieron cientos y cientos de creyentes.

Los camiones de las líneas de Autobuses de Monte Alto y Rápidos de Monte Alto, del Noroeste y del Valle de México, mejor conocidos como
Los agachados, Los caballos, Los lecheros
y Los pericos, que todos los días parecían correr impasibles, corrieron sorprendidos por la noticia. Pronto acopiaron una multitud de visitantes. En su ventana, que siempre había anunciado como destino San Pedro-Progreso o San Pedro-Cahuacán, se improvisó un nuevo itinerario: San Pedro-Infante, ruta de un fenómeno que consternó a población de San Pedro, como todavía es conocida la cabecera municipal de Nicolás Romero, y sus alrededores.

La confidencia íntima poco a poco dejó de serlo. El huésped que Juan Beltrán, taquero del rumbo, recibió días antes, asombró de la noche a la mañana. En principio todo era misterio, una aparición reservada a los íntimos, pero era sólo preámbulo de caos. En el primer día, los vecinos más próximos advirtieron que alguien llevaba a la casa de Juan una imagen del actor en la película El seminarista, alguien quiere reconocer la fidelidad con la revelación de hombre misterioso; se trataba de un póster de Pedro Infante joven, que miraba un Sagrado Corazón.

Durante los siguientes días, el pueblo entero no resistió más y se pronunció: deseaba saber del recién aparecido y, más pronto que tarde, llegaron camiones repletos de curiosos. El señor Rosalio Huerta Domínguez abandonó el anonimato y reclamó su personaje, nada menos que el máximo ídolo popular del país: Pedro Infante, y que el desaparecido en Mérida no era más que su doble.

En el octavo día de 1974, el diario La Prensa hizo el anuncio nacional de la aparición: “Lo que faltaba: Pedro Infante vive.” Rosalio Huerta declaró: “Soy el verdadero Pedro Infante. ¡Y quiero que se me haga justicia! Clama un hombre de sesenta y ocho años de edad, de escaso metro setenta y cinco de estatura, quien además acusa a varias productoras de un fraude por varios millones de pesos.”

La historia llegó con los primeros colores de mayo de 1974. Los días acontecieron con un sol prendido a la ilusión, a la fe pagana. La prensa local alentó la fase de expansión del fenómeno; una de nuestras fuentes, El Noticiero, Diario rotográfico vespertino del Valle de México, publicó el sábado 18 de mayo la noticia que los hombres ya habían construido sin demora y con mucha imaginación: “Aparece Pedro Infante en Villa Nicolás Romero.” Rosalio Huerta dijo ser el legítimo y llorado Pepe El toro; aunque era un hombre de complexión nada robusta. Pronto la noticia provocó multitud de murmullos y rumores.

 

El Pedro de los pobres

Ha valido un sueño a toda máquina; por el Camino de los milagros anduvieron almas ávidas de fe, algunos tiernos ojos estuvieron en vigilia desde temprano; furtivas lágrimas invadieron de repente los rostros, tan sinceras por la profunda e inédita emoción. Vivieron un idilio con el recuerdo, le miraron su cara ovalada, ojos verdes y dentadura con incrustaciones de oro. Al salir del encanto contaron su parecido con el hijo predilecto de Guamúchil, lo observaron acomodar su sombrero como el Martín Corona de la fotografía que estaba clavada en una de la paredes del hogar ofrecido por la familia Beltrán Luna. “Desde que mi doble murió en el avionazo, las productoras dijeron que él era el verdadero, con el objeto de desconocer las deudas que tenían conmigo y las que ascienden a varios millones de pesos.” Los niños escucharon su relato, mientras acomodaba un paliacate en el cuello. Insistió que el muerto en Mérida, “era su doble que lo doblaba” en sus películas.

El presunto Pedro era calvo, con cejas pobladas que se unían justo encima de la nariz, movía sus brazos velludos y no dejaba de sonreír. La gente arremolinada en las ventanas se emancipaba con un grito que pronto es eco: ¡Que cante, que cante, que cante! Las voces eran festivas, discurrían devotas y bautizaron al aparecido como el Pedro de los pobres, mientras él se afanó en demostrar, con dos fotografías, que su doble era el que aparecía sobre todo en los materiales publicitarios, pero que la voz era suya, la escuchada en sus películas. Enseñó dos cromos, uno que ubicó en la pieza donde habitaba, de perfil y tomada cuando era joven, y otra donde aparecía su doble.

Las mujeres siguieron cada uno de sus gestos, lo admiraron cuando daba masaje a su bigote, esperaron con atención que una mirada fuera para ellas. Tenía una guitarra y a ratos cantaba para interminables filas de personas deseosas por verlo, por tocarlo. Hasta un conato de motín provocó, cuando las fuerzas municipales intentaron llevárselo, pero esa multitud cohesionada por su imagen lo defendió y protegió; incluso pagaron un peso sobre peso para verlo.

“El hombre que se mató, fue un muchacho que se hizo mi doble después de tres años y medio de que yo comencé a filmar y a cantar... pero yo soy el de todas las películas y las grabaciones. Él sólo se presentaba en mi lugar cuando yo no podía asistir a las giras. Sólo hacía la mímica y lo que la gente oía era un disco con mi voz.” La voz no pareció la misma, y de aquel chorro de voz sólo le quedó un chisguete, pero aun así la multitud se animaba a aplaudirle y venerarlo. Rosalío Huerta no sólo era vitoreado, sino que recibió besos de las mujeres y afirmó contundente que se sometería a las pruebas requeridas para demostrar su autenticidad. Narró que tuvo que arreglarse la boca porque en Acapulco, donde vivió durante diecisiete años, lo estaban envenenando y fue lo que perjudicó su dentadura.

El Pedro Infante aparecido se ocupó como carpintero, bolero y vendedor de dulces, negó conocer personalmente a los hermanos del hombre que cayó con el avión de Mérida en abril de 1957, ni a sus esposas, porque aquel Pedro Infante muerto era solamente quien lo sustituía en algunas películas y en la publicidad. “Está usted dispuesto a carearse con Ángel y Pepe, así como con Irma y María Luisa León de Infante?”, pregunta un enviado de La Prensa. “Es que ellos no son mis hermanos, ni ellas fueron mis esposas. Esos parentescos le pertenecen al difunto.”

Los curiosos improvisaron guardias, defendieron su creencia. Juan Beltrán dejó de atender su puesto para proteger al famoso invitado, pero la duda comenzó a ocupar espacios. María Luis León proclamó: “Ya basta de enlodar el nombre del que fuera mi esposo... no sólo se trata de defender la memoria de Pedro Infante, sino también de defender al público de ser explotado por el chantajista, charlatán o demente”, que se aprovecha de la idiosincrasia del pueblo.

La familia Infante pretendió desenmascarar al tal Rosalio Huerta, lo señaló oriundo de Aguascalientes y que desde hace ocho meses venía estafando a la gente, haciéndose pasar como el inolvidable actor de Cartas marcadas idolatrado no sólo en México sino en todo el Continente Americano.

María Luisa León, viuda de Pedro, en compañía de Ángel Infante, acudió ante las autoridades de la Procuraduría de Justicia del Estado de México para denunciar a Rosalio Huerta Domínguez, que se hacía pasar por el único y verdadero Pedro Infante, “atrayendo la atención de propios y extraños que han llegado a pensar que en efecto se trata del verdadero ídolo del cine-canto nacionales por lo que la quejosa notoriamente molesta pidió al procurador de justicia del estado, que se castigue con todo el rigor de la ley al suplantador”.

El aparecido adquirió dimensión de noticia sensacionalista, el presunto Infante asistió ante las autoridades judiciales de Toluca, quedó en libertad y regresó a Villa Nicolás Romero, donde una legión de admiradores lo visitó más de una ocasión. Afirmó que los familiares de su doble ni siquiera lo conocen, porque “el convenio para que lo representara en público lo tuvieron solamente él y el ahora muerto”. Volvería a lanzar el “reto a quienes nieguen que soy Pedro Infante”.

 

“El pueblo lo quiere”

Rosalio Huerta expuso sus argumentos por la aparición tardía: “Tuve varias razones. Primero se atentó varias veces contra mi vida. Luego, según el contrato yo estaba exento de cobrar mis regalías hasta 1971. Pero me deben todo el trabajo realizado en las películas. Estuve un tiempo en Ciudad Juárez, Mexicali, Acapulco, Hidalgo y ahora aquí. Me dediqué a hacer de todo. Hasta de cargador y bolero. Por todos lados me persiguen para matarme y no pagarme los millones que me deben.”

Juan Beltrán es quien dio techo al Pedro Infante de Nicolás Romero, y contó su historia: “Lo trajimos de Hidalgo muy grave. Sólo le damos agua de limón y té de manzanilla. Se ha convertido para nosotros en una pesadilla. La gente comienza a venir desde las seis de la mañana y el desfile termina después de las ocho de la noche.”

La pesadilla se esfumó pronto, mientras las horas parecían obra del Rey Midas, pues la presencia de Pedro provocó el tañer de pesos y tostones que la gente depositaba en un pocillo de peltre, como un acto de fe para cumplir una manda. La señora Alejandra Luna, esposa de Juan, habló de su creencia: “Yo creo que sí es Pedro. Canta casi igual, aunque anda malo de la garganta. Pero no permitiremos que le hagan nada. El pueblo lo quiere y está dispuesto a cuidarlo y ayudarlo. Mire cómo lo quiere la gente. Lo pide a gritos.”

A lo lejos, camino de la colonia Independencia, en el meritito pueblo quieto de San Pedro, municipio de Nicolás Romero, se escuchaba una consola que reproducía uno de los discos del ídolo de México, y la voz que sentenciaba: “Si te vienen a contar cositas malas de mí, manda a todos a volar, y diles que yo no fui.”.

 

 

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