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La poesía y sus lugares (comunes)

'Puerto es naufragio', Yamil Narchi Sadek, Elefanta Editorial, México, 2019.
Mario Fuentes

Son innumerables las editoriales –no sólo en México– que, bajo el concepto “independiente”, prueban suerte y obtienen, del hipotético universo lector, resultados de lo más variopinto: las hay que insisten, resisten y persisten, y para infortunio de propios y extraños las hay que duran poco más allá de sus primeros entusiastas escarceos. En uno y otro caso lo que permanece, así sea con escasísima visibilidad, son los libros en sí, la constancia de que alguna vez alguien fue publicado.

Otro atributo bastante común a las editoras independientes es, como consta en los inexplorados anales del isbn nacional, la tozuda publicación de poesía. Al respecto, los lugares comunes –que no por serlo dejan de decir la verdad– están a la orden: las editoriales “grandes” nunca publican poesía, a ésta “no la lee nadie”, hay más poetas que lectores de poesía… De suyo abrumador, el peso de consignas como las anteriores conlleva el sepultamiento de muchísimas voces otras, nuevas, diferentes a las pocas conocidas tratándose de poesía, las cuales se cuentan con los dedos y, nuevo lugar común, sobran dedos.

Nada de lo antes dicho obsta para que año tras año sigan apareciendo, saludablemente o todo lo contrario, poemarios y más poemarios, verbigracia el número 10, nada menos, que Elefanta Editorial somete a un escrutinio lector muchas veces inescrutable pero, a fin de cuentas, el único con el que (se) cuenta. Yamil Narchi Sadek, el autor, no es de ningún modo un improvisado en estas tareas: textos suyos han aparecido cuando menos en cinco publicaciones especializadas, incluyendo, entre otras, el Periódico de Poesía de la unam, sobre cuyo rigor no cabe especulación alguna, además de haber dirigido él mismo un par de revistas literarias y formar parte al menos de un consejo editorial.

Con esa experiencia a cuestas, Narchi explora uno de los temas recurrentes, por no decir una vez más comunes, de la poesía de todos los tiempos y todas las lenguas: el mar y su infinito universo. Los cincuenta y cinco folios del volumen, albergue de las treinta y dos piezas que integran la singladura escritural del autor, hablan de economía de recursos, contención y, desde luego, brevedad, atributos todos anejos a la poesía que se quiere de-a-deveras, es decir, ajena a esa verborrea imparable que algunos autores parecen considerar muestra de aliento literario, cuando de lo único que son prueba es de halitosis verbosa. Por el contrario, Narchi ha sido cuidadoso en extremo para evitar que cada poema en particular, así como el conjunto en general, se desborden, y el equilibrio alcanzado no es poco mérito puesto que los “motivos marinos”, como puede saberlo cualquiera que lo haya intentado, son amplísimos pero no infinitos y muchos de ellos son inevitables; así las sirenas, las olas, la arena, la playa, las gaviotas y cualquier otro que acuda a la mente del lector. En las manos de Narchi, pocas veces, casi ninguna y por ventura, el tropo marinero es forzado a figurar sino, muy al contrario, su presencia es pertinente para plasmar entera la imagen, la idea o el estado de ánimo que al autor obsede y presenta en forma de versos. Acaso, y por suerte sólo un par de solitarias ocasiones, incurre en esa virtud tan difícilmente alcanzable que consiste en hablar, pero con fortuna, de la poesía misma o del poema, dentro del poema mismo –“Miré las barcas partir/ y dejé abierta la boca/ esperando el poema.” Pecado menor frente a piezas bastante más que sólo bien construidas, en su mayoría impregnadas de un aire efectivamente oceánico y, cabe decir, de lucha contra una derrota vital a la que Narchi se resiste con todas sus barcas y su oleaje.

 

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