Monstruos y sectas secretas: las cosas de Mariana Enríquez
- Eve Gil - Sunday, 14 Jun 2020 07:20



Nuestra parte de noche soportar–
nuestra parte de alba–
Nuestro hueco de dicha completar,
nuestro hueco de escarnio–
[…]
y por último– el Día.
Emily Dickinson
”Esto es lo que estoy leyendo, cuentos de la talentosa escritora argentina y periodista Mariana Enríquez –escribió la rockera Patti Smith en su cuenta de Instagram, acompañando el comentario con una foto de su habitual taza de café negro, una libreta y la edición estadunidense del libro de relatos Las cosas que perdimos en el fuego–. Ríos contaminados, calles corruptas, carne podrida, niños asesinados, profundamente registrados en el horror de la complacencia. Ella escribe sus historias inspirada en la atmósfera de la realidad, con giros poéticos oscuramente descriptivos.”
El milagro Bolaño se repite. Como con los eclipses. Cada tantos años se nos presenta una obra premiada que nos hace recuperar la confianza en los premios literarios, estafetas que circulan entre los mismos. Pero no quisiera referirme a Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez, como “la novela que ganó el Herralde 2020”. Además de ser una genuina obra maestra como hace mucho no se leía en las letras hispanoamericanas, es la reivindicadora definitiva de lo que los críticos de pajarita suelen denominar “subgéneros”, en este caso, el terror. Creo que jamás me quitaré de la cabeza a los “invuches”, según las leyendas chilotas, niños sometidos a espantosas deformaciones para convertirlos en cuidadores a perpetuidad de las cuevas donde los brujos llevaban a cabo sus rituales maléficos… aunque en esta novela fungen como trofeos a la crueldad humana, la de Mercedes, que nos hace recobrar la deliciosa sensación de odiar arrebatadamente a un personaje literario.
Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) gozaba de popularidad y respeto como cuentista de un género que, por lo general, funciona más como novela. Su debut como novelista ha sido apoteósico, no sólo por la gran calidad de la obra, también porque se trata de una novela-banquete de casi setecientas páginas. Entre los autores que cita una y otra vez entre sus favoritos, figura Stephen King (acto que requiere valor, si tomamos en cuenta que “Stephen King” es el más odiado por los bestseller-fóbicos)…pero Mariana Enríquez le da tres (o más) vueltas al hijo pródigo de Maine.
La por hoy gran representante del horror latinoamericano (que suena a pleonasmo y, en efecto, Nuestra parte de noche reúne el terror sobrenatural con el de la dictadura aragentina de los años setenta), dice llevar años obsesionada con las sectas secretas. Las hay de todo, estamos de acuerdo. La gran mayoría sirven al macho cabrío que caracteriza al demonio, pero Enríquez se empeñó en que dicha orden sirviera a un amo todavía más exigente, más similar al Dios alternativo de las sectas derivadas de las principales religiones: el que te castiga por sufrir o te exige que te inmoles para hacer sentir su ira a través de tu cuerpo. Nada que ver con illuminatis, masones, ni con ninguno de ésos que sueñan con conquistar al mundo, o ya lo conquistaron, dependiendo del teórico conspirativo. Según explica la autora, mezcla las sociedades mágicas con la dictadura porque La Dictadura en sí misma es un dios omnipresente que permite a sus adeptos una impunidad absoluta… lo suficiente como, por ejemplo, para crear un jardín de torsos (sí, no se equivocó al leer, ni yo al escribir: jardín de torsos).
Pero las familias Reyes y Bradford le deben todo a ese otro dios que sirven con la venia de sus protectores, al que se refieren como “La Oscuridad”. Uno que no se conforma con ser adorado, sino que come y bebe de sus propios adeptos, por lo que personajes mutilados y enfermos deambulan naturalmente por esta saga dividida en cuatro partes que, explica la propia autora, en principio pensó que podrían ser cuatro novelas seriadas: la primera, muy Lovecraft; la segunda tiene el sello de Stephen King; la tercera, súpervictoriana, aunque se ambiente en el Londres punk de finales de los setenta. La cuarta es decididamente contemporánea. Me hizo pensar en las películas de Ari Aster, el enfant terrible del nuevo cine de terror (Hereditary, Mindsommar). Las tres primeras partes empezaron a gestarse a finales de los años noventa, aunque Enríquez terminó tirando aquella larguísima historia que reunía los tres temas centrales de Nuestra parte de noche: las sectas secretas, la herencia y la enfermedad, o los cuerpos enfermos, esa parte tan “ballardiana” que define la presente obra. En términos generales, la trama sigue la trayectoria de un padre y un hijo que, en “la parte Lovecraft” parecen estar huyendo de algo cuando se en realidad tienen que llegar a ese lugar del que huyen. Juan Petterson, el padre, es un personaje absolutamente “heathcliffeano” –la autora reconoce también su adoración por Emily Brontë–; dueño de una virilidad cercana a lo bestial; una presencia imponente e intimidante que apabulla al pequeño Gaspar, de apenas cinco años, que experimenta por su padre una confusión de sentimientos que pudiera sentir cualquier infante hacia su padre, pero magnificados hasta doler. No es para menos. La prioridad de Juan es salvar a su hijo. Es el amor paterno lo que lo ha convertido en una bestia. Y si bien posee una fuerza descomunal y un poder sin el que La Oscuridad no podría alimentarse (literal), también es un hombre muy enfermo cuyo pecho exhibe carreteras del dolor; las cicatrices de las continuas cirugías a las que viene sometiéndose desde que, a los cinco años –la edad de su hijo–, un cardiólogo de fama internacional que descubrió su patología cardíaca que no le permitiría vivir mucho tiempo, encontró la forma de salvarlo. No por caritativo… o para revolucionar en la materia, sino porque Juan resultó ser el médium que La Orden esperaba. No sólo había que mantenerlo con vida el mayor tiempo posible, sino volverlo un miembro más de la familia. El padre del muchachito prácticamente lo vende a los Reyes, y la madre, que se opone terminantemente a que su hijo le sea arrebatado, muere en circunstancias misteriosas, como todos los que estorban los propósitos de estos multimillonarios excéntricos. Recluido en una habitación donde convalece de las múltiples intervenciones, el entonces adolescente Juan recibirá las visitas, cada vez más frecuentes, de Rosario, sobrina del cardiólogo y futura madre de Gaspar. Entre ambos surge una dulce historia de amor en la que habrán de participar otros personajes. La monogamia y la heterosexualidad son contrarias al dogma de La Oscuridad, que se rige por el principio del “andrógino mágico”, mencionado por Aleister Crowley. La bisexualidad es la práctica común. Juan sostiene una tormentosa relación con Esteban (Stephen) Bradford, mientras que Rosario, en un viaje por Inglaterra, se enamorará de una enigmática joven de nombre Laura, a la que le he sido arrancado un ojo por la propia madre de Rosario. Mercedes es un monstruo por fuera, mucho más por dentro. Cría “invuches” por afición (son una especie de mascotas, y fuerza a Rosario, su hija, a la que repudia con toda el alma, a que los alimente para que domestique su “sentimentalismo”), y es uno de los personajes más memorables de esta historia. Laura, por su parte, es una más de tantos mancos, descarnados y seres que se arrastran y pueblan esta novela.
La naturalidad rayana en la indiferencia con que se narran estas atrocidades debe haber sido todo un reto para Mariana Enríquez. Las golpizas de Juan al hijo que adora, en la etapa adolescente de Gaspar, y no quiere entregar a La Orden para que lo sustituya al morir… la forma en que lucha por sacarse ese amor del alma, o cuando se ve orillado a lastimar a su hijo para salvarlo, son casi intolerables. Intento imaginar lo que esta escritura generó en una autora que se declara hipersensible, además de “miedosa”, y “preocupona”, con “tendencia a las pesadillas desde muy niña”. Afirma que Twin Peaks, la icónica serie de David Lynch, le permite mantener bajo control sus nervios durante la pandemia del Covid-19, porque no consigue concentrarse en la lectura.