Artes visuales

- Germaine Gómez Haro | [email protected] - Sunday, 21 Jun 2020 07:41 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Manuel Felguérez: el orden y el rigor apasionados

 

Para Meche, imprescindible compañera y cómplice

 

El pasado 8 de junio el Covid-19 se llevó a uno de los más grandes artistas de nuestro país, el queridísimo Manuel Felguérez, quien alcanzó los noventa y un años con una salud y un espíritu envidiables, siempre afable y sonriente, desbordante de humor y lucidez. Nos deja un legado gigantesco que constituye un capítulo fundamental de la historia del arte mexicano de las últimas siete décadas.

Lo importante en el arte es estar en tu tiempo”, sostenía Felguérez, y él mantuvo la capacidad de innovar, evolucionar y destacar en concordancia con las diferentes épocas que le tocó vivir. Muy joven viajó a París y se incorporó a la Académie de la Grande Chaumière como discípulo del escultor de origen ruso Ossip Zadkine, a quien consideró su primera gran influencia, seguida de figuras fundamentales como Brancusi y Jean Arp. Tras un paseo fugaz por el cubismo, se decidió por el lenguaje abstracto que desarrolló durante toda su vida, logrando un estilo plenamente personal en sus diferentes etapas. Para Felguérez la investigación plástica fue siempre el leitmotiv de su creación y su curiosidad infinita lo llevó a incursionar en la experimentación con el afán de ir siempre más allá de lo establecido. En la década de los sesenta se aventuró en la creación de murales escultóricos que marcaron la ruta opuesta al muralismo nacionalista al que su generación se opuso y que dio lugar a la llamada generación de la Ruptura. Siempre recordaré el impacto que me causó el Mural de hierro (1961) del Cine Diana que vi de niña. Con esta obra inició su producción con materiales de deshecho industrial y chatarra, muy en el espíritu del arte povera en boga en ese tiempo, y movido por la necesidad de buscar el medio para hacer un arte público con escasos recursos económicos. Otro proyecto memorable fue el mural Canto al océano (1963) comisionado para el Deportivo Bahía y realizado con conchas de ostiones, abulón y madreperla que le regalaban en las marisquerías de La Merced. Es de celebrar que el MUAC de la UNAM haya rescatado y restaurado estas obras. Manuel recordaba con fascinación el escándalo que suscitaron los “efímeros pánicos”, colaboraciones que realizó con Alejandro Jodorowsky y el teatro de vanguardia. Fue un activista político comprometido con los movimientos en defensa de la libertad y la independencia del arte mexicano a partir del ’68, y se le considera pionero del arte digital en nuestro país con su proyecto La máquina estética, que desarrolló a mediados de los setenta en la Universidad de Harvard en lo que hoy conocemos como inteligencia artificial. Sus numerosas contribuciones al arte mexicano corresponden al lema que nunca abandonó: “Ser libre para poder hacer lo que te da la gana, guste o no guste.” La obra que quizás le brindó la mayor satisfacción fue la creación del Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez en la capital zacatecana y, en tiempos recientes, motivo de profundo orgullo para él fue la invitación a formar parte de la colección de la sede de la ONU en Nueva York, con un lienzo espectacular de 200x500 cm titulado México 2030 que fue colocado en el pasillo que conduce al famoso salón plenario.

Imposible sintetizar en este breve espacio todas las aportaciones que hizo Felguérez a la plástica mexicana. La imperdible muestra Trayectorias, que se inauguró en el MUAC en diciembre pasado dentro del marco de las celebraciones de los noventa años del artista, todavía se puede recorrer virtualmente en la página del museo hasta que éste reabra sus puertas cuando finalice el confinamiento. Manuel siguió trabajando hasta el día en que el virus demoníaco le arrancó las fuerzas; riguroso, ordenado, pero ante todo, apasionado, no concebía la vida sin ver y sin hacer arte. Su monumental legado enaltece la historia del arte contemporáneo mexicano, en tanto que sus ojos pispiretos, su sonrisa luminosa y su infinita generosidad y bonhomía quedan latentes para la posteridad. Buen viaje, querido Manuel.

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