Dioses y monstruos de la actuación : Héctor Suárez (1938-2020)

- Rafael Aviña - Sunday, 21 Jun 2020 07:28 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Una semblanza bien documentada y con justificada admiración sobre la trayectoria de actor Héctor Suárez, fallecido el 2 de junio pasado, en la que se da cuenta de su gran versatilidad y oficio a lo largo de décadas de nuestro cine, sobre todo durante los años sesenta y setenta del siglo xx, muchas de las cintas emblemáticas que protagonizó dejando muy clara y profunda su huella. Bien haya donde vaya el 'Milusos'.

 

En una barda cualquiera, Librado, eterno desempleado, malora desobligado e irresponsable, escribe la frase: “Puto Cindicato” (sic) y con el pie arroja agua sucia y lodosa a esa misma pared. Echado sobre el pasto lee una historieta de Lágrimas y Risas y le “refresca” la madre al chofer de una camioneta que pasa a un lado suyo. Después, desde un puente peatonal, escupe, orina, hace señas obscenas y mienta madres a los automóviles que cruzan bajo sus pies. Es el arranque de un filme trasgresor, insólito e incluso premonitorio, censurado en su momento. Se trata de México, México, ra ra ra (1975) producido y dirigido por Gustavo Alatriste, escrito por él mismo con la colaboración de Fernando Césarman y su gran protagonista en múltiples papeles: Héctor Suárez, quien despuntaba en ese momento como uno de los actores más versátiles de este país, en un filme que se mantuvo treinta y dos semanas a partir de su estreno en febrero de 1976.

Para ese entonces, Héctor Suárez tenía treinta y siete años y había filmado casi ¡cincuenta películas! Es decir que ese joven histrión, alumno de enormes figuras del teatro y el cine en México, como Carlos Ancira, Seki Sano y Alejandro Jodorowsky, que se había iniciado en los programas televisivos Variedades de Mediodía, Chucherías, Domingos Herdez, producidos por Telesistema Mexicano, S.A. hacia 1962, al tiempo que esperaba con paciencia en el pasillo de Televicentro a que algún actor fallara para sustituirlo, como se lo contó al buen colega Óscar Uriel en la serie TAP, no era ningún improvisado. Se trataba de un actor con un carisma y originalidad única, capaz de mostrar decenas de rostros y caracterizaciones tan distintas como sorprendentes, que más tarde capitalizaría en exitosísimas series televisivas como: ¿Qué nos pasa?, o La cosa, cercanas a otras notables en las que participó antes, al lado de Raúl Astor: La cosquilla y No empujen.

Versatilidad y oficio

En breve, Héctor Suárez saltaría de la televisión al cine en 1964, año en que consigue ingresar a la industria desde la paupérrima zona de confort en que se hallaba entonces nuestro cine: las series de caballitos realizadas por episodios en los Estudios América. Esto sucedía cuando el género ranchero encontraba una salida en esos rascuaches westerns nacionales con sus héroes justicieros, pistolas, máscaras, boleros rancheros, ineptas peleas de cantina y, sobre todo, caballos e incoherentes argumentos que igual rozaban el horror, la comedia y una suerte de cine policíaco rural que intentaba dar fe de un “viejo oeste” en plena provincia mexicana.

Así, Suárez se sumaba a papeles de apoyo: el amigo o escudero de los protagonistas, ya fuera Álvaro Zermeño en la serie de Felipe Reyes, el justiciero, Manuel López Ochoa, Fernando Casanova, o acaso el personaje chistoso: un mediquillo o un leguleyo pueblerino, en medio del atractivo visual de ese momento: Ofelia Montesco, María Duval, Alma Delia Fuentes, Silvia Fournier y más, cuyos títulos lo dicen todo: Cada oveja con su pareja, El asalto, Los dos apóstoles, Para todas hay, Gatillo veloz y otras.

Por fortuna, los productores y realizadores se percataron de la refulgente presencia y gracia de ese joven actor que suplía el estereotipo del galán alto y fornido con un evidente carisma y una capacidad histriónica desbordada.

Se acabaron los westerns y Suárez se incorporó a los elencos de apoyo de estrellas juveniles como Julissa, Alberto Vázquez, César Costa y más, así como a ese cine universitario-adolescente y su juventud inconforme, rebelde, pero también alegre y optimista, culpables de desviaciones como el rocanrol, la balada romántica, o las chamarras de cuero. Una nueva generación de jóvenes, cuyos problemas no pasaba de un baile, un traje o un auto para apantallar a la chica en turno, un partido de futbol o una fiesta. Acné, tobilleras, suéteres de grecas, canciones, apariciones de grupos como los Hooligans y más, peinados de chongo, fuentes de sodas, pistas de carreras, albercas, bikinis y una maquillada Ciudad Universitaria como tenaces complementos.

Por ejemplo, El pecador (Rafael Baledón, 1964) abre con imágenes fijas de cu donde el intachable profesor de la Facultad de Derecho, Arturo de Córdova, le da clases a su hija (Pina Pellicer en su última película), aguanta con estoicismo las indirectas románticas de otra alumna (Julissa), y después se enamora de una tierna y madurita prostituta que interpreta Marga López, explotada por Joaquín Cordero, y como consecuencia se involucra con mafiosos y drogas. Justo en el momento en que Julissa canta el tema: “No tengo edad” en la fiesta del profesor, se aprecia a Héctor Suárez chasqueando los dedos y aplaudiendo la canción y luego tiene –sin crédito en el filme–, algunos diálogos, vistiendo suetercito y corbata de alumno universitario, mostrando buena presencia en un filme que incluía a Marco Antonio Muñiz, Javier Solís y Kitty de Hoyos.

En La alegría de vivir (Julián Soler, 1965), Suárez trabaja en una tintorería y es el mejor amigo del mecánico Alberto Vázquez, a quien le presta trajes y finge ser su chofer italiano para que éste conquiste a Tere Velázquez, haciéndose pasar por un playboy con los autos que extrae del taller. Por supuesto, la trama resulta predecible y ramplona; no obstante, aparecen los Juegos Mecánicos de Chapultepec, recién inaugurados pocos meses atrás con la Montaña Rusa y el Látigo Volador, la cafetería Hukilau de avenida Insurgentes, los Jockers interpretando “Papas fritas”, Leonorilda Ochoa compañera en varias cintas de Suárez, quien dejaba clara su capacidad para la improvisación y el humor.

Grandes interpretaciones

Algo similar sucede en su papel de apoyo en Despedida de casada (Juan de Orduña, 1966), como patrocinador y productor de TV muy “echador”, empeñado en llevarse a la cama a la divorciada Julissa en Acapulco. “¡Sí Frank Sinatra! Lo necesito para que anuncie la campaña Visite México…” Al igual que en Los años verdes (Jaime Salvador, 1966), cuyas jovencitas de un internado moderno usan baby dolls y bailan a go-gó: Claudia Islas, Leonorilda Ochoa y Rosa María Vázquez. Enrique Álvarez Félix y Héctor Suárez, estudiantes en una casa de huéspedes pueblerina, encarnan a los jóvenes ingenuos, dóciles y apolíticos, con corbatitas y suéteres de cachemira.

Cintas como ésas o La mujer de a 6 litros (Rogelio A. González, 1966), producida por Alatriste y escrita por Ricardo Garibay como una suerte de anticipo de la exitosísima El milusos (Roberto G. Rivera, 1981) donde encarna a un beodo del Bajío empeñado en medir por litros a su sensual mujer (Kitty de Hoyos), serían el preámbulo para interpretaciones de gran envergadura y complejidad, donde Héctor Suárez demostraría que estaba destinado a ser una de las enormes figuras de la actuación en los años sesenta y setenta, abriendo la puerta para varios de sus célebres papeles como el de don Gregorio, en la extraordinaria farsa sobre el machismo y el patetismo del mexicano de Mecánica nacional (Luis Alcoriza, 1971), sus fascinantes personajes de México, México, ra ra ra, el Tirantes de Lagunilla mi barrio (Raúl Araiza, 1980) o Tránsito, el explotado inmigrante tlaxcalteca de El Milusos.

Nos referimos a sus estelares en: La sorpresa de Trampas de amor (1968), episodio dirigido por el debutante Jorge Fons, escrito por éste y Gustavo Sáinz, y en el episodio Isabel de Siempre hay una primera vez (1969), del también debutante Mauricio Walerstein, escrito por él mismo y Toni Sbert sobre un argumento de José el Perro Estrada. En el primero, Suárez es un mecánico galán de barrio, casado con Norma Lazareno y semental de una refinada y piadosa dama de sociedad: la bellísima Beatriz Baz, quien le dice Moustro y lo obliga a bañarse antes de la cópula, al tiempo que le regala un reloj antes de mandarlo de “vacaciones”, en un delicioso relato fársico que cala hondo en el machismo, donde Suárez es un Dios.

Isabel, en cambio, es un relato brutal sobre las diferencias sociales y la sexualidad vulnerada. Una hermosa y frágil Helena Rojo, hija de una pareja adinerada, va a casarse con un elegante arquitecto y espía a su padre y a la amante de éste. Harta de la fiesta en su honor, deambula por la Zona Rosa y el taxista que interpreta Suárez la pasea y acompaña por Garibaldi y otros lugares de juerga, hasta que la lleva a un motel donde termina violándola, en un papel espinoso con una impresionante cantidad de registros actorales. A ésta seguiría su destacado personaje de licenciado acapulqueño, amigo de ley de un grupo de solidarios buzos y lancheros en la inmisericorde y desesperanzadora Paraíso (Luis Alcoriza, 1969).

Ese desempeño lo llevaría directo a su primer papel protagónico en Para servir a usted (1970), a su vez, ópera prima en el largometraje del Perro Estrada, interesado en destacar personajes de arraigada vena popular y condenados a la invisibilidad de sus destinos tragicómicos, como el mesero Armodio Horcasitas que pretende ahorrar, comprar una lonchería y casarse con su noviecita Norma Lazareno. El asunto central es la relación que emprende con su patrón, el adinerado empresario interpretado por Enrique Rambal, cuyas abismales diferencias sociales los llegan a unir de manera irónica; el mesero acababa babeando por una prostituta de lujo, protagonizada por la bella y simpática Claudia Islas. Abundan los momentos geniales: la rifa de sociedad, la fiesta de quince años y el asedio romántico y patético de un actor con casi cien películas…

En nuestro Paraíso fílmico existen seres divinos como Pedro Infante, los Soler, Tin Tan o Emma Roldán, y también monstruos de la actuación como Héctor Suárez.

Versión PDF