Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 21 Jun 2020 07:46 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Vida y destino (II y última)

 

Toda la obra de Vasili Grossman trata del destino que la humanidad forjó en las convulsiones del siglo XX, un destino de muerte nuclear y perfecta sumisión. Con genio tolstoiano, aunque más explícito, este autor desmonta la idea de que las claves de la historia se hallan en las cimas. La novela Vida y destino, al igual que Guerra y paz, vuelve a desmentir el obstinado lugar común de que la derrota del invasor fue obra del “general Invierno” y, en el caso soviético, de que el pueblo habría vencido a los nazis gracias también a sus comisarios. Con una perspectiva contemporánea de la historia y una poética asimismo contemporánea que edita y acentúa y se asienta sólidamente en lo real, Grossman urde la trama en torno a una familia ficticia, los Shapóshnikov, más precisamente en dos hermanas, Liudmila y Yevguenia; aquélla, esposa de un físico nuclear; ésta, en proceso de divorcio de un burócrata de la vieja guardia y en incipiente romance con un héroe del momento.

La novela arranca en un escenario aparentemente ajeno a las Shaposnikovas, una prisión de trabajos forzados: “Abarchuk se acercó al catre de Monidze que estaba remendando un calcetí­n y dijo: –¿Sabes qué pienso? No envidio a los que están en libertad. Tengo envidia de los que se encuentran en los campos de concentración alemanes. ¡Eso sí­ que está bien! ¡Ser prisionero y saber que los que te pegan son fascistas! Para nosotros es más espantoso, más duro: son los nuestros, los nuestros, los nuestros, ¡estamos entre los nuestros!” Leal y estratégicamente Vida y destino incluye a personajes históricos, Stalin y Hitler desde luego, pero también, entre otros, a los altos mandos invasores Paulus y Schmidt, al igual que a sus contrapartes soviéticos, Yeremenko y Zajárov. Capítulos adelante, la tragedia de nuestros siglos se resume y anuncia así: “El cerco que sufrió el ejército de Paulus en Stalingrado determinó el curso de la guerra… pero la tácita disputa entre el pueblo y el Estado, ambos vencedores, todavía no había acabado. El destino del hombre, su libertad, dependían de ella.”

Vivencias, voluntad y estirpe literaria, sirvieron a Grossman para inmortalizar por la vía del arte a las almas que entraron y murieron en la cámara de gas o que perecieron en el gulag; almas en lucha por la felicidad de principio a fin y bajo fuego cruzado. Contra quienes querían aplastar la revolución desde fuera. O contra la carcoma interna de esa revolución, como Stalin, que sin óbice de su omnipresencia, en Vida y destino sólo vuelve a ser visible cuando habla personalmente con el físico nuclear esposo de Liudmila Shaposnikova para, con apenas dos frases, provocar en ese hogar un vuelco tan dramático como el que infligió al rumbo de la historia. En cuanto al destino de Liudmila, como el de su hermana, reverbera en la mente de la madre de ambas cuando, entre las ruinas del fin de la guerra, “con una fuerza brutal que le sacudió el alma percibió toda su vida…, las pérdidas irreparables… ¿Qué ocurrirá con Yevguenia? ¿Seguiría a Krímov a Siberia, iría a parar a un campo, moriría como ha muerto Dimitri? ¿El Estado perdonaría a Seriozha ser hijo de un padre y una madre muertos en un campo a pesar de ser inocentes?”

Vida y destino puede equipararse como epopeya a Iliada y a Eneida. En sus personajes se percibe la esencia de Laura, Dulcinea, Valjean, Adriano, Mishkin; los ingenios de Ulises, don Juan y Celestina; los abismos de Antígona, Medea, Electra, Hamlet y Vania Karamasov; los impulsos de Lady Macbeth, Ricardo iii, Fausto, Emma Bovary, Julien Sorel y Anna Karenina. Testigo comprometido con su tiempo, en su censurada obra cumbre Vasili Grossman cosechó el fruto de sus trabajos precedentes y se apropió de la muralística de Balzac y Chéjov, de las entrañables sagas de las Brönte y los Roth, de Faulkner y Mann, de la gesta nacional de Michelet, Galdós y Gore Vidal o, aún más, de Vasilis Vasilikós, nuestro acallado Homero de hoy.

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