Las rayas de la cebra

- Verónica Murguía - Sunday, 28 Jun 2020 07:48 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

La obligación de pensar

 

En una democracia, por definición, hay pluralidad, variedad de opiniones, estrategias e idearios. No es un sistema cómodo. El Estado se debe obligar al diálogo y los grupos en los que cualquier sociedad normal se divide, también. Pero hasta ahora la democracia es el mejor sistema de gobierno. Los demás, y cualquier libro de Historia lo confirma, suelen terminar con una mayoría explotada y una minoría que se solaza con los frutos del trabajo ajeno. El totalitarismo, del signo que sea, se opone a las libertades individuales y a los derechos humanos. Esto se aplica, por supuesto, a los regímenes comunistas que en este mundo han sido: baste recordar que Stalin mandó matar a más comunistas rusos que Hitler.

Yo, qué quieren, asocio la democracia con una gran clase media. Mayor en número que los pobres y que los ricos. Una clase media con acceso gratuito a servicios de salud, con escolaridad, sueldos decentes y la seguridad de que sus garantías individuales serán respetadas. Lo de la escolaridad me parece importantísimo, así como la libertad de expresión. Las democracias escasean y sé que todas, hasta las más logradas, tienen defectos. Ni siquiera los países septentrionales de Europa son democracias perfectas, pero cuando leo acerca de sus sociedades se me cae la baba y me retuerzo de envidia.

Por esto que escribo, me perturba que el presidente afirme que “es momento de estar con él o contra él”. ¿Por qué? Porque muchos estamos con él en algunas cosas y en total desacuerdo en otras, y eso no debería convertirnos ipso facto en sus adversarios, esa palabra a la que es tan afecto y que revela tanto de su carácter. Yo, que suponía que al manifestar nuestras disensiones estábamos cumpliendo con nuestro deber ciudadano, me quedé con el ojo cuadrado al leer sus declaraciones.

El presidente tiene un montón de adversarios, que nada le han hecho y cuyos afanes son vitales para el país. Enumeraré sólo a los grupos que ha atacado en estos días: ambientalistas, colectivos feministas, defensores de derechos humanos, al Chícharo Hernández, grupos de búsqueda de desaparecidos, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, a un montón de científicos y académicos tachados de conservadores y muchos artistas, periodistas y escritores.

De este último grupo dijo que sus miembros “se refugian en la supuesta objetividad para no comprometerse, que sabemos es una forma hipócrita de tomar partido”. Esto, en un tweet del 2 de junio, en el que alaba a Damián Alcázar, el actor, quien llama a los dudosos “pusilánimes, cobardes, resentidos, corruptibles”.

Zaz. Periodistas, artistas y escritores quedaron como lazos de cochino por no pensar como López Obrador. Por mi parte, creo que es esencial que los periodistas se deban sólo a la verdad, no al gobierno. Los artistas y escritores, igual. Se deben a su visión de las cosas. Lo fácil sería tratar de quedar bien con un presidente que exige un pensamiento único.

Por ser mujer y feminista debo objetar muchos dichos de López Obrador. Me importa el medio ambiente: con horror veo que sólo en este año han sido asesinados seis activistas por su trabajo. El presidente no conoce sus nombres, ocupado como está con el Tren Maya. ¿Y los precios del petróleo? ¿Santa Lucía? Los tres proyectos insignia de este gobierno han sido rebasados por la realidad que develó la crisis
sanitaria.

Los tres ejes de crecimiento, según yo, deben ser la seguridad, la educación y las energías renovables. Eso no me convierte en una traidora o una mala mexicana. Si el presidente leyera a Shakespeare, algo que siempre conviene, le recomendaría que prestara atención al lugar de donde salen los golpes más alevosos: de quienes jamás dicen lo que piensan de verdad y esconden sus intenciones detrás de la adulación.

No estoy de acuerdo con el culto a la personalidad ni con la descalificación de quienes piensan diferente. Quiero vivir en una democracia, incómoda y todo.

 

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