Prosaísmos

- Orlando Ortiz - Sunday, 28 Jun 2020 07:51 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Guillermo Prieto y la estufa del tinterillo

 

En el siglo XIX, y tal vez desde antes, se le llamaba “estufa” a la carroza cerrada y con cristales; eran carruajes lujosos que utilizaban en las grandes ocasiones los reyes, emperadores, presidentes y prelados eclesiásticos. El presidente Bustamante tenía su estufa, de la que Guillermo Prieto nos dice: el pescante estaba forrado de pana blanca con flecos dorados y bordones espléndidos, su interior estaba tapizado con todo lujo y su testera eran mullidos cojines; el tronco de tiro eran frisones enjaezados con chapetas brillosas y correas lustrosa, completaban el conjunto dos lacayos ataviados adecuadamente y ostentando escarapelas tricolores.

Pues bien, Guillermo Prieto, cuando estaba estudiando todavía, lo cual no significaba que no trabajara como burócrata, aspiraba a la mano de una doncella pero el padre de ella se oponía a tal relación, y todavía más a consentir el matrimonio de su hija con ese “tinterillo” que no tenía ni en qué caerse muerto. Por circunstancias que no vienen al caso, G.P. llegó a director del Diario Oficial durante la presidencia de Bustamante (la forma en que lo consiguió es parte del anecdotario curioso de nuestro personaje), y al parecer contaba con toda la confianza y simpatía del primer mandatario. Harto del desdén de su futuro suegro, se le ocurrió impresionarlo y mostrarle que no era un “vil tinterillo” sin oficio, beneficio ni futuro.

Cierto día, en charla con Bustamante, le dijo que quería pedirle un favor: que le prestara su estufa para ir a pedir la mano de su amada. El presidente soltó la carcajada y le respondió que al día siguiente el vehículo estaría a su disposición. Y así fue. El arribo del amante al barrio de su adorada fue impresionante, pues una carroza engalanada con terciopelos, sedas, flecos, borlas y ventanas encristaladas, tirada por caballos impresionantes y con lacayos, no era común, y menos cuando se trataba de la estufa del presidente. El presunto suegro tuvo que tragarse el disgusto y de mala gana concederle la mano al pretendiente.

Detalles como el anterior y su desmedido amor a lo popular, incluso a los usos y costumbres de los estratos más bajos de la sociedad, generaba una imagen equivocada de Guillermo Prieto. En su momento y después. De ahí que intelectuales serios critiquen, por ejemplo, que haya ocupado altos puestos durante la presidencia de Juárez y otros gobernantes liberales. Sin embargo, de su capacidad para ocupar la Secretaría de Hacienda no había duda. Tanto Ignacio Ramírez como Melchor Ocampo así lo pensaban y declaraban. Ambos fueron dos de sus más grandes amigos, y ninguno de ellos era turiferario de nada ni de nadie. Incluso ambos llegaron a ser calificados de intransigentes.

En una carta que Melchor Ocampo le envió a Prieto, se disculpa por no haberse despedido de él y por haberle recomendado a Juárez que le diera la cartera de Hacienda. (Eso, en aquellos críticos y turbulentos tiempos, era como comunicarle que se había ganado la rifa del tigre.) Y añadía: “Hay muchos que no te quieren, pero yo te digo que entre ellos hay muchos que sólo afectan despreciarte, porque te envidian. Otros te echan en cara los errores o las ligerezas de la juventud y parecen persuadidos de que has de ser siempre muchacho. Otros te tachan de poeta. ¡Insensatos! ¡Otros que te han visto oscuro y pobre, no quieren comprender que puedas ser ministro de Estado!... Desgraciado de aquel que no ha hecho ingratos, porque es señal de que no ha hecho beneficios...

Es muy natural que no te quieran ni hablen de ti aquellos cuyas concusiones o cuya inutilidad y pereza no consientes, aquellos cuyas malvadas combinaciones frustras, aquellos cuya fatuidad o cuyas pretensiones no contentas...”

La carta completa es un testimonio de la confianza que alguien a quien la posteridad reconocería como el filósofo de la Reforma, le tenía a este hombre tan afecto a la gente del pueblo y a sus expresiones, amante de las letras y luchador liberal incansable e incorruptible; que en ocasiones pudo equivocarse, llevado por las circunstancias, pero no por intereses personales.

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