Ojos colorados y boca reseca: marihuana y otros estupefacientes en la pantalla

- Rafael Aviña - Sunday, 05 Jul 2020 07:24 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Un buen repaso por la cinematografía mexicana del siglo pasado con el tema de las drogas, desde la marihuana, las anfetaminas y metanfetaminas, hasta la heroína y la cocaína, en el que se pone en relieve la vigencia y la penetración social y cultural que han tenido los estupefacientes en nuestro sociedad y, en consecuencia, en uno de sus instrumentos de expresión más vigorosos: el cine.

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Más allá del discurso moralista para una juventud descarriada o de la exposición inquietante de elementos psicotrópicos, como sucede en el documental de Nicolás Echeverría, María Sabina, mujer espíritu (1978), acerca de los rituales de ingesta de hongos alucinógenos emprendidos por la anciana curandera de Oaxaca, el cine mexicano se ha adentrado en el mundo de las drogas, narcóticos y estupefacientes, con resultados curiosos, incluso divertidos. En los albores del cine mexicano, por ejemplo, Gabriel García Moreno se adelantaba a su época con el insólito serial de aventuras titulado El puño de hierro (1927), protagonizado por el actor y posterior argumentista Carlos Villatoro.

Bajo su fachada científica, una eminencia médica que dicta una cátedra sobre los males de la toxicomanía oculta a un drogadicto consumado que intenta abusar de una muchacha en un dantesco antro de perdición… En realidad, todo aquello no es más que un sueño de morfina, que logra crear conciencia en el protagonista de este filme inusitado que intentaba comprender y atacar en su momento los peligros de la droga.

Desde el título mismo, Marihuana (El monstruo verde) (1936) del chileno-alemán avecindado en México José Che Bohr, sigue los avatares de un grupo de traficantes de marihuana y sus víctimas, en un muy entretenido filme de aventuras narcóticas, con audaces y ágiles movimientos de cámara que anticipaba el asunto del tráfico de sustancias ilícitas que retomaría en breve Mientras México duerme (1938), de Alejandro Galindo. Al inicio, se aprecian hombres y mujeres fumando marihuana y los titulares de los diarios que informan de la llegada de la droga a Estados Unidos y después a Veracruz, Puebla, Pachuca y Ciudad de México: “Marihuana en México”, y el jefe de policía (David Valle González) dice: “Por eso, el cuerpo de policía de esta ciudad ha declarado guerra sin cuartel a estos los destructores de la salud moral de nuestro pueblo.”

En Revancha (1948), dirigida por Alberto Gout, David Silva roba para salvar a su madre de una enfermedad mortal. Ninón Sevilla es una rumbera que, en Veracruz, tiene que aceptar que unos villanos chantajeen a su padre, y Agustín Lara es un buen pianista que se enamora de ella en este melodrama cabaretil-tropical con el tema del tráfico de drogas que muestra el descenso a los infiernos del personaje que encarnaba Silva.

En Los hijos de la calle (1950), de Roberto Rodríguez, el buen mecánico de aviación interpretado por Andrés Soler no sólo pierde su empleo, sino que provoca una tragedia aérea debido a su adicción a las drogas, cuyo responsable es su envilecido compadre (Miguel Inclán), quien de mecánico se trastoca en violento líder criminal
y explotador de menores infractores. Soler va a dar al manicomio de La Castañeda para curar su adicción a los narcóticos (delira con imágenes dantescas del accidente). Al salir, es de nuevo enviciado por Inclán y chantajeado por éste. Al final, en una escena de una truculencia fuera de serie, en la que está a punto de perder la vida su hija (Evita Muñoz Chachita), Soler la rescata y muere, mientras el villano fallece quemado con plomo derretido que se utilizaba ¡para fabricar soldaditos!

Por su parte, La sombra vengadora, primera de una serie de cuatro películas dirigidas en 1954 por Rafael Baledón y protagonizadas por Armando Silvestre, Alicia Caro, Pedro de Aguillón y Fernando Osés bajo la máscara del luchador justiciero, el héroe enfrentaba a un malvado apodado La Mano Negra, quien se apodera de una fórmula para producir drogas sintéticas (se habla de anfetaminas y metanfetaminas en los años cincuenta) y, para poder descifrarla, rapta a varios científicos asesinando a los que no colaboran. La hija de uno de ellos es secuestrada y es entonces cuando aparece un misterioso enmascarado, La sombra vengadora, para enfrentar al villano y su cruel organización.

En un ambiente sórdido de cabaret se desarrolla Una golfa (1957), de Tulio Demicheli. Aquí, Silvia Pinal recupera un aura de mujer fatal al lado del joven actor Sergio Bustamante en su papel de ingenuo trompetista envuelto en líos de drogas. En su papel de la prostituta, Silvia se contonea en poca ropa dentro de un antro y acaba muerta a tiros, como digna heroína de un cine negro a la mexicana, luego de que aquél se vuelve adicto a la marihuana por instancias del pianista del antro donde trabaja; incluso, en un alucine violento, intenta violar a su amada. Al final consigue asesinar al zar de las drogas y protector de Silvia, interpretado por Carlos López Moctezuma.

Mucho más interesantes en esa búsqueda de denuncia del narcotráfico y la labor del ejército y la policía, se encuentran un par de thrillers policíacos de 1963, dirigidos Alberto Mariscal, un actor que debutaba en la realización. Se trata de División narcóticos y El mundo de las drogas, la primera protagonizada por Julio Aldama y Olivia Michel, con una joven y sensual Fanny Cano en el papel de laboratorista que trabaja para la banda delictiva encabezada por Germán Robles, con Margo Su como cigarrera y cómplice criminal en el Cabaret Jazz. El héroe es un detective que se hace pasar por trompetista del bar y su colega como adicta –con jeringa y todo–, en un intento por atrapar a los responsables del tráfico de estupefacientes en dicho cabaret.

En ambas cintas, David Silva interpreta al jefe de la División Narcóticos, en un par de obras en las que a su vez participaba el entonces campeón mundial de tiro de precisión y fantasía, el comandante Octavio de la Vega. En El mundo de las drogas, Antonio Raxel es, a su vez, el jefe del héroe que encarna Aldama, quien sigue la pista de una banda de traficantes –cuyo líder es Eric del Castillo– dedicados a engañar a campesinos para que siembren amapola, y con la ayuda de una doctora (Luz María Aguilar) eliminan testigos incómodos; un relato bien ejecutado, con alardes modernistas y dinámicos, que incluye enfrentamientos con metralletas, escenas en helicópteros y secuencias de burlesque con la atractiva actriz dominicana Roxana Bellini.

Antes de los créditos, en El mundo de las drogas se aprecia un curioso prólogo que dignifica la labor del ejército y de la policía en su combate al narcotráfico: un grupo de soldados avanza en fila hacia una avioneta y un helicóptero, mientras se oye la voz de un narrador (Víctor Alcocer): “Estos hombres tienen una misión que cumplir: destruir una fatídica belleza, la amapola. Cuesta trabajo creer que las hermosas amapolas que florecen en los campos estén relacionadas con uno de los hábitos más terribles que conoce el mundo: la droga. El comercio de estupefacientes por bandas de criminales que venden ocultamente heroína, morfina, opio, marihuana y cocaína, es severamente perseguido y castigado por la ley…”

En una línea similar a la de Che Bohr pero realizada casi cuatro décadas después, Juan Orol, dedicó entero uno de sus filmes al tema de los psicotrópicos y la psicodelia: El fantástico mundo de los hippies (1970), protagonizado por él mismo, su joven mujer de entonces –y la última–, Dinorah Judith, Eric del Castillo y Wally Barrón. Según el muy divertido y moralista relato, se trata de la historia de un grupo de infectos malvivientes dedicados al reventón y al constante consumo de drogas. Todo ello con personajes con nombres en inglés y un agente del fbi que explica a cámara cómo los hippies eran buenas personas y acabaron degenerándose al pintarse, vestirse de manera extravagante y volverse adictos a las drogas y al amor libre.

Hay además curiosos divertimentos como Deveras me atrapaste (1983), fábula rocanrolera de Gerardo Pardo, coescrita por José Agustín; una de sus mejores escenas muestra a un grupo de chavos prendidos con “mota” y entonando su versión “pacheca” de “La gloria eres tú”. También José Agustín hace referencia a los hongos alucinógenos en Cinco de chocolate y uno de fresa (Carlos Velo, 1967), Mucho después aparecerían retratos contemporáneos de corte moralista sobre jóvenes destruidos por las drogas, pero que consiguen levantarse admitiendo su vicio, como sucede en Sálvame, una luz en la oscuridad (1996), del actor y director Roberto Palazuelos y Así del precipicio (2006), de Teresa Suárez.

Por supuesto, más divertidas y liberadoras resultan las múltiples referencias a la marihuana en varias películas de Tin Tan: en Hay muertos que no hacen ruido (Humberto Gómez Landeros, 1946), Germán le comenta a Marcelo Chávez: “A mí ya me dan las tres… pero no de éstas” (hace un gesto como si se diera un toque). En Soy charro de levita (Gilberto Martínez Solares, 1949), Tin Tan encuentra a un alucinado Marcelo entre los restos de una carpa incendiada: “Pero Marcelito, antes te daba por emborracharte y ahora le zumbas a la grifa. ¿De cuál fumaste? ¿De la de Xiquilpan? ¿Qué, te fumaste un extra grueso?” En El rey del barrio (gms, 1949), Germán arroja al piso su cigarro en la trastienda de una casa de empeño cuando observa que un gorila y un cisne disecados se mueven. En La marca del Zorrillo (gms, 1950), Tin Tan aspira los “polvos de carita” de Marcelo como si fuera cocaína y finalmente en La isla de las mujeres (Rafael Baledón, 1952), el cómico cae en una isla
dominada por el sexo femenino. Cuando descubre a cuatro bellezas en breve sarong –entre ellas las tres hermanitas Julián– ocultas bajo unas túnicas, comenta: “Son mujeres o me dieron a fumar una cosa rara: ¿Qué me dieron? Denme más…” .

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