Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 05 Jul 2020 07:32 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Nacotraficantes

 

Al no aceptar su origen, la nueva naquez hasta el idioma materno pierde. Sin punto de anclaje, se inventa una identidad, desprecia lo que ve en su espejo y aspira a ser candil aunque sea de la calle. La lista de la nueva naquez, aunque extensa, no es muy lista como lo prueba la extrema pobreza de tres especímenes sorprendidos in fraganti. En 2019 Gabriel Quadri escribió en tuíter: “Si México no tuviera que cargar con Guerrero, Oaxaca y Chiapas, sería un país de desarrollo medio y potencia emergente.” Hace poco Denise Dresser cuestionó la política social del gobierno federal, “centrada en paliar pobreza” y en preferir a los “sembradores”, y concluyó su tuit preguntando al Presidente: “¿Por qué su visión no va más allá de Macuspana?” Días después, en Televisa, Jorge Castañeda ejemplificó, no con el pueblo natal del Presidente sino con Putla, Oaxaca, los pueblos “arrabaleros y horrorosos” de México. El monocorde rebuzno de Quadri, el adjetivo arrabalero de Castañeda y los lamentables rechinidos de miss Dresser cuando topa con los fonemas dentales y alveolares frecuentes en español, ilustran la mal querida autodegradación profesional, existencial, emocional (ética) de las conciencias nacas que aborrecen su parecido consigo mismas.

En su Diccionario de modismos y mexicanismos, Jorge García-Robles cierra la definición de naco con una cita de Parménides García Saldaña, quien da cuenta de cómo “el lenguaje de los pelados, los gañanes, los rotos, los jodidos, los nacos va subiendo por el cuerpo de la sociedad como una infección”. Desde 1895 se definía la palabra naco, empleada en Tlaxcala para designar al indio de calzón blanco, como cuñado en hñäñu. Empero, Leovigildo Islas Escárcega replicaba que naco es totonaco mochado y Felipino Bernal Pérez tradujo cuñado como ko en hñäñu. Y no faltó quien, al plantear que la palabra en cuestión derivó de un nahuatlismo despectivo, se volaría la barda lexicográfica del siglo xx para remontarse al vocablo chinacastle (mal vestido, sucio, ignorante, inferior, extraño) y dar con los adjetivos chinaca y chinaco, usados por gachupines, monárquicos y, ¡sí!, conservadores, para ofender a quienes luchaban por la Independencia y la Reforma. Y de ahí pal real. Al real naco llegamos y aquí seguimos, rebotando en el lugar común aquel de que en gustos se rompen géneros y de que la corrección política –o impropiedad privada– maquilla de travesura la sumisión al lenguaje opresor; aquí, pues, sin más cumbres por trepar en el alto vacío del significado de la naquez contemporánea. Entonces, ¿a quién le importa la etimología o la última palabra al respecto en esta hora buena para desinfectar el vocablo, aggiornarlo, resignificarlo, ponerlo al día y patas arriba como se dice vulgarmente?

¿No va siendo hora de decir, digamos, que el naco es el comodino que ignora su conformismo y envuelve en desprecio su horror a lo diferente? Nacos los hasta la fecha impunes nerones y calígulas del narcoprianismo, los cristianos legionarios ávidos de embriagueces materiales y morales, los que acá se burlan del acento castellano de una mazateca bilingüe mientras allá se deleitan con el presuntuoso acento gringo o francés o porteño o madrileño de quien parlotea un pésimo español. Nacos quienes siguen pensando que la ropa de marca los desmarca y que los apellidos ameritan pleitesía; naco aquel que en España cobra con la derecha por su título nobiliario y en México reparte volantes con la izquierda, quien celebra los abismos ahondados por estandoperos y “cómicos” y “artistas” de la pantalla enana, quien respeta a los héroes de la democracia salinista y se aferra a la telaraña de los que todavía las pueden: el dominio de facto de los sicarios de toga, micrófono, laptop o Barret .50: preservadores del vasallaje a las metrópolis, propagandistas de la cadena de montaje colonialista y global, parientes ricos de la conciencia aldeana: nacotraficantes.

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