Cinexcusas

- Luis Tovar / @luistovars - Sunday, 12 Jul 2020 07:46 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Notas para una partitura

 

Maestro Morricone: me dirijo a usted con el ánimo paradójico de quien, habiéndose enterado de su reciente partida, por supuesto se entristece pero al mismo tiempo le resulta imposible soslayar esa carta luminosa, sosegada, plena de sabiduría, en la que sin ambages declara su propia muerte, y que tuvo a bien dejarnos a sus millones de deudos no de manera póstuma, sino cuando supo –decidió, quizá sería más preciso decir– que la cuenta de sus días se aproximaba al gran finale. En ella no pide sino sencillamente indica, pese a saberlos inevitables, que no le dediquemos a usted los fastos de esa parafernalia homenajística que sin duda se desatarían, como de hecho se han desatado –y hasta estas líneas mínimas dan testimonio– en su Italia natal para empezar, en el mundillo hollywoodense para seguir, y en todo el mundo para concluir. Qué le vamos a hacer, Maestro; bien supo usted cómo son estas cosas. Eso sí, y no puedo sino rendirme ante una sencillez imbuida de grandeza así de inusual, en la carta misma nos deja claro que está bien, hagamos lo que se nos antoje, pero que para inutilidades como el desmedido culto al ego, no contemos con usted…

Así pues, todo lo dicho a partir de este punto no tiene la intención de contradecir ese íntimo deseo suyo de irse con discreción absoluta, sino la de constituirse en el obligado y pleno reconocimiento de lo que su labor en el mundo ha significado y seguirá significando, como mínimo, mientras exista algo llamado música y otro algo llamado cine.

Estoy convencido de que usted lo supo desde el principio, cuando escribió las notas musicales para Il Mattino, el primer filme musicalmente a su cargo: decenas primero, luego miles y después millones de personas habrían de conocer, a través del oído, su magnífico trabajo, aunque proporcionalmente demasiado pocos de esos cientos, miles y millones serían capaces de decir “el autor de la música es Ennio Morricone”, sin importar que incluso sin haber visto la película tengan en los labios, prontas y perfectamente memorizadas, las ocho notas enigmáticas con las que cualquiera identifica no sólo a El bueno, el malo y el feo sino, por extensión y sin exagerar ni un ápice, a toda música compuesta por y para la pantalla grande.

Salvo que usted me contradiga, el hecho de que su nombre le resultara desconocido a la feligresía cinéfila nunca fue algo que le quitara el sueño, y al respecto una de las pruebas mayores fue la infinita mezquindad de un Hollywood al que usted enriqueció tantas veces y de tantos modos cuando, valiéndose de una excusa ridícula, le escamotearon el reconocimiento a ese trabajo sonoro soberbio sin el cual Érase una vez en América sería una buena película, sin duda, pero de ninguna manera lo que es en virtud de la banda sonora a cargo suyo –y es imposible mencionar esto sin que en la memoria suenen las notas de “Amapola”, una y tantas veces resignificadas en la cinta, no sólo para De Niro-Noodles sino para la audiencia entera.

Resulta imposible ser exhaustivo en un espacio tan breve como éste, Maestro Morricone; tan imposible como, a la vuelta de los años, luce la lista de las películas que gozaron el privilegio de contar con usted frente al pentagrama: son cientos y cientos de partituras, incluyendo series y programas televisivos, pero más que cualquier otra cosa cine, cine y más cine: el spaghetti western en mancuerna con Sergio Leone, amigo suyo de toda la vida; la épica, ya fuera colonial o espacial, desde La misión hasta Viaje a las Estrellas; la ternura infinita del retorno a la infancia cuando le dio identidad sonora a los primeros escarceos amorosos, fílmicos o de piel y carne, a través de los ojos de un Toto que todos somos o quisimos ser en aquel Cinema Paradiso… Pero, sobre todo, esa manera suya de indicarnos cómo suena la Belleza, así con mayúscula, para que no nos olvidemos de mirar, de soñar y, claro, de besar.

Que la despedida sea impecablemente sencilla, como usted: Ciao, Maestro Morricone.

Versión PDF