Lo público y lo privado / Odysseas Elytis

- Odysseas Elytis - Sunday, 12 Jul 2020 07:44 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

I

Ha empezado el invierno. Las sillas vacías a mi alrededor han aumentado. Instalado en un rincón tomo café y fumo frente al mar. Podría pasar toda una vida así, si es que no la he pasado ya. Entre una vieja puerta de madera despintada por el sol y una temblorosa ramita de jazmín, que si algún día llegan a faltarme la humanidad entera me parecerá inútil. Casi hablo en serio. Porque aquí ya no se trata de la naturaleza, la cual, creo, es más importante que la medites a que la experimentes; ni siquiera por la tradición. Se trata de esa profundísima fuerza de las analogías que vincula lo más pequeño con lo importante, o lo esencial con lo insignificante, y que bajo la despedazada superficie de los fenómenos conforma un suelo más sólido para que pise mi pie –por poco digo mi alma.

Dentro de un espíritu semejante me había movido en otra época, cuando decía que un paisaje no es, como lo concebían algunos, simplemente un conjunto de tierra, plantas y agua. Es la proyección del alma de un pueblo sobre la materia.

Quiero creer –y esta creencia mía siempre sale victoriosa en su lucha con el conocimiento–, que como sea que lo examinemos, la presencia durante muchos siglos del helenismo aquí y allá en tierras del Egeo llegó a establecer una ortografía en la que cada omega, cada ípsilon, cada acento agudo y cada jota subscrita, no es más que una pequeña bahía, un declive, una vertical de roca sobre la curva de la popa de un barco, ondulantes viñedos, dinteles de iglesias, pequeños puntos, blancos o rojos, aquí y allá, de palomares y macetas con geranios.

Es una lengua con una gramática muy rigurosa que el pueblo hizo solo, desde la época en que todavía no iba a la escuela. Y la conservó con dedicación religiosa y admirable resistencia en los siglos más adversos. Hasta que llegamos nosotros, con diplomas y leyes para ayudarlo. Y casi lo exterminamos. Por un lado le robamos los restos de su escritura, y por el otro limamos su misma sustancia, lo socializamos, lo transformamos en un pequeñoburgués más que nos mira desconcertado desde alguna ventanita de algún edificio de departamentos en Egáleo.*

No me refiero a nada pintoresco y ya perdido. Tampoco recuerdo haber vivido en alguna buena época de la que pueda sentir nostalgia. Simplemente no tolero las faltas de ortografía. Me inquietan. Siento como si se mezclaran las letras de mi propio apellido, como si no supiera quién soy, como si no perteneciera a ninguna parte. Tanto siento que mi vida está entretejida con esta “lengua terráquea”, que no es más que la fase óptica de la lengua griega, la que con su doble sustancia es capaz de hablar y pintar a la vez. Y que continúa tanto silenciosa como enérgicamente, a pesar de las intervenciones superiores, penetrando sin cesar en la historia y en la naturaleza que la dieron a luz, de tal modo que grandes cantidades de tiempo pasado se conviertan en presente, y este presente se convierta en un instrumento dotado con el poder de conducir los elementos de nuestra vida a su verdad natural primigenia. Pero para que uno se dé cuenta de eso tiene que haber pasado por todos los procesos, todos los que son indispensables para que pueda distinguir dónde yace lo esencial. Lo esencial en esta vida yace más allá del individuo. Con la diferencia de que si uno no se realiza como tal –y en nuestra época todo conspira para eso– es incapaz de trascenderlo.

En este punto de la encrucijada nos encontramos actualmente, en el que la mayoría es incapaz, por ejemplo, de apreciar la salud porque no le ha ocurrido enfermarse, o porque –aún peor– consideró “esencial” a la enfermedad. El mecanismo de un funcionamiento como éste se refleja en nuestra literatura, la tiraniza, la somete a una especie de artritis deformante que debido a una táctica larga y continua se interpreta como la única natural.

(Continuará.)

 

*Barrio de Atenas habitado principalmente por la clase media.

 

Versión y nota de Francisco Torres Córdova

 

 

Versión PDF