Bemol sostenido

- Alonso Arreola | T: @LabAlonso / IG: @AlonsoArreolaEscribajista - Sunday, 26 Jul 2020 03:05 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Música sin músicos

¿Recuerda cuando en la última cumbre de jefes de Estado de Iberoamérica se decidió que 2020 sería el Año Iberoamericano de la Música? Parece que fue en la prehistoria esa promesa de impulsar una de las actividades más golpeadas, no sólo por el comportamiento de usuarios y distribuidoras de contenido digital, sino por gobiernos a quienes no interesa la supervivencia de una cultura que confunden con entretenimiento. Hablamos de retos y problemas que venían acumulándose desde antes de la pandemia y que, con ella, se desbordaron acelerando un futuro previsible.

Formando un frente reflexivo que genere nuevas políticas públicas, distintos representantes de mercados y ferias de la música para profesionales en Hispanoamérica llevaron a cabo hace una semana un Webinar (seminario en línea) donde convergieron ideas en torno a la nueva realidad impuesta por el Covid-19. Algunas poco lúcidas, otras macabramente agoreras, la mayoría señalaron herramientas para una mejor supervivencia en el gran laberinto que supone la densidad con que engordan las plataformas en línea. Pocas, empero, hicieron hincapié en la condición artística y humana de quienes generan esos contenidos (ni se reparó en el contenido mismo).

Como normalmente sucede en estos encuentros, se asumió silenciosamente lo impráctico de debates estéticos, discusiones que subrayen diferencias en lugar de alianzas. Por ello se termina generalizando como si cada banda, solista o agrupación tuviera las mismas posibilidades de desarrollo según su entusiasmo, género, capacidad de adaptación, conocimientos, resiliencia... soslayando que gracias a la crisis sanitaria se clarifica la magnitud de un escenario en el que, desde hace mucho tiempo, la mayoría de los proyectos artísticos no sobreviven o, peor, ni siquiera alcanzan a nacer. Vaya… antes se hablaba con entusiasmo de la música emergente; hoy se discute con temor cómo salvar a los grandes entertainers.

Igualmente hay quienes asumen que todos los usuarios tienen acceso a la misma tecnología con las mismas condiciones de conectividad. ¡Ah, los sacrosantos usuarios! ¿Quién iba a pensar en 1999, tras el nacimiento subversivo de Napster, que cortarían los hilos de sus brazos para convertirse ellos mismos en los grandes titiriteros? Y lo más terrible: ¡sin saberlo! Porque hoy los usuarios son curadores que perpetúan su encierro ignorante en los malos hábitos de consumo, tal como las bestias y aves domesticadas.

Cierto es, por otro lado, que en nuestro territorio los contenidos digitales van lento en el mercadeo global y que siguen siendo los desarrolladores de tecnología quienes determinan su relevancia (vía editores o inteligencia artificial). A ello se suma la solidaridad o ingenua bondad o cínico protagonismo de artistas que a base de una… ¿cómo decirlo?... sonorrea (neologismo que se nos ocurre para el caso), abaratan su arte produciendo y regalando canciones sin detenerse a pensar en una nueva industria en donde la composición, la ejecución, la producción (grabación, filmación, iluminación, vestuario), tengan peso más allá de lo sentimental. Esto parece inevitable.

Finalmente, mientras plataformas como Twitch o YouNow inventan monedas virtuales; mientras algunos artistas hacen tours en distintas plataformas digitales en lugar de países; mientras los festivales pagan el karma de su añeja ambición sometiendo audiencias con grandes pantallas (de alguna forma prepararon a los melómanos para esta nueva realidad), hay quienes se preguntan si la pandemia será el cisma que redefina el puente tecnología-concierto. Dice Scott Cohen (Warner Music): “No debemos recrear experiencias sino emociones.” Y sí. Tal como los discos se apartaron del simple registro de la música para tener su propia estética, es posible que pase lo mismo con las presentaciones vivas. Lo verdaderamente aterrador, como él mismo señala, es que pronto la Realidad Virtual y la Inteligencia Artificial dejen atrás a los instrumentos y sus ejecutantes para, una vez más, entregarle al usuario la capacidad de autosatisfacerse “creativamente”. Así quedarían fuera de la música los propios músicos que, ya se sabe, son el mayor estorbo para cualquier negocio que se automatiza despidiendo a sus empleados. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

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