Relatos para estar en el mundo
Saúl Hernández-Vargas, oaxaqueño nacido en Ciudad de México, es artista visual, impresor de litografía y ensayista; este perfil multifacético y versátil es el espíritu que permea los textos que componen este volumen. Te preparé humo reúne una serie de relatos que rehúyen las etiquetas fijas, pues son textos que transitan entre el ensayo, el testimonio y la crónica; relatos que disuelven las fronteras reales y simbólicas, y que desafían los límites que separan los géneros literarios. El común denominador de los diez relatos de este volumen es la constante alusión a la frontera (aunque sea de manera latente) y, por lo tanto, a algún tipo de migración y lo que ello implica: la otredad, el sentirse ajeno, el habitar, los muros, el territorio, la resignificación del espacio e, inevitablemente, la memoria.
La propia construcción de los relatos entrevera diversas voces, pues dentro de un mismo texto habrá algún detonante que dé pie a una suerte de ensayo; por ejemplo, el primer relato narra la historia de la migración del autor oaxaqueño, quien en el otoño de 2013 migra a Estados Unidos con “maletas llenas de objetos que consideré útiles”. Esta frase da pábulo a que el autor ensaye sobre el proceso migratorio. Según Hernández-Vargas, “la frontera es eso que nos enrarece y ajeniza”, y la experiencia migratoria siempre es imprevisible. Otro texto relata cuando, en septiembre de 2014, un amigo y él fueron interrogados por una oficial de la patrulla fronteriza que tenía tatuajes. Esta experiencia es el pretexto para un pequeño ensayo sobre la historia del tatuaje. El autor hace un breve recorrido sobre sus prejuicios y cómo se ha ido reconfigurando el uso de esa ornamentación y la apreciación de quienes los portan. Cada relato invita, implícita o explícitamente, a reflexionar sobre la frontera y, en cierta forma, sobre la migración y éste no es la excepción. En este relato, el cuerpo se presenta ya no como lienzo para el tatuaje sino como mapa y territorio de inscripción: “la gentrificación de la tinta que se hace carne”. Además, la migración se da en los propios cuerpos, el tatuaje es el que migra del cuerpo de los “vagos y vagabundos” al de los “jóvenes y adolescentes de clase media”. Otro relato presenta también al cuerpo como territorio: cuando reconocemos en nuestro cuerpo partes del cuerpo de nuestros padres, es decir, cuando vemos reflejados o incorporados en nosotros rasgos heredados, entonces nos convertimos en una suerte de cuerpo con “huellas habitadas”. ¿Qué tanto migra de un cuerpo a otro?
Así, los relatos tienen en común que, ineluctablemente, sugieren el paso de un estado a otro, el cruce de un borde o de una frontera, real o simbólica; real como el cruce de la frontera al migrar, o simbólica como cuando el autor, al observar a su padre tendido en una cama de hospital, narra que aquel momento fue su rito de paso: “sin montañas ni sacrificio como ofrenda”, su paso de un estado a otro, en este caso, la adultez.
El tema de la frontera implica hablar de aquellas que atravesamos voluntariamente, pero también de aquellos límites que uno piensa inquebrantables y, sin embargo, son traspasados. Hernández-Vargas relata el cruce ilegal de ciertas fronteras, como cuando le fueron robadas unas mochilas de su coche y con ello no sólo trasgredieron un espacio privado sino que, además, le arrebataron el contenido de las mochilas: discos compactos con fotografías, es decir, “trozos de vida guardados”. Entonces, en este caso, incluso su memoria se vio violentada y, en parte, usurpada.
En el mismo sentido, el autor relata el caso de la “carismática pero pobre” comunidad de Chávez Ravine situada en Los Ángeles. El 9 de mayo de 1959, los habitantes de esta comunidad fueron desalojados por policías y funcionarios del gobierno angelino que había decidido destinar una parte del terreno a la Academia de Policía y otra al estadio de los Dodgers. Sin importar fronteras y límites, aquellas personas fueron despojadas de sus propios muros pero, sobre todo, fueron arrebatadas de sus hogares. Para ello, el autor, retomando a John Berger, recuerda que “un hogar es hogar, y no residencia, por su capacidad de construir vínculos, no muros”. Ya lo decía a su manera Bachelard cuando expresaba que “la casa alberga la ensoñación, la casa protege al soñador, la casa nos permite soñar en paz”. Entonces, ¿qué es lo que queda cuando otro invade, arrebata, y más aún, se apropia de ese lugar donde albergábamos nuestros sueños y recuerdos?
Otro tema crucial en este libro es el espacio y, por ende, el hecho de habitar. El título, Te preparé humo, es una canción que el pueblo navajo interpretaba como ofrenda restitutiva y celebratoria de lo que significa estar en el mundo; oportuna y necesaria reflexión hoy en día. En ello nos dejan pensando los amenos y al mismo tiempo vitales textos de Hernández-Vargas. ¿Acaso nos hemos preguntado qué significa estar en el mundo hoy en día? ¿Qué significa estar en el mundo cuando el propio mundo nos obliga a encerrarnos? ¿Cómo habitar el mundo confinados y cómo generar vínculos desde estas nuevas fronteras? Quizá esto nos orille a repensar el significado de las fronteras o a resignificar el hecho de estar en el mundo.