(1935-2020) Guillermo Landa Poeta de Huatusco

- Hugo Gutiérrez Vega - Sunday, 09 Aug 2020 07:44 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En 2003, Hugo Gutiérrez Vega presentaba con justa admiración ‘Viar de la venada’, de nuestro muy querido Guillermo Landa (1935-2020) recién ido a otros lares más allá o al otro lado de su Huatusco natal. Y decía Hugo, con su tino proverbial, cosas que siguen y seguirán siendo verdades llanas y contundentes sobre la obra del poeta veracruzano. Aquí un fragmento de aquella presentación publicada en ‘Revista Casa del Tiempo’ de la uam en abril de 2003 y, por su lúcida premonición, un poema de ‘Este mar que soy yo’ (1964), su primer libro.

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A Guillermo Landa, otro ilustre de Huatusco, peregrino por el mundo que hizo altos en sus viajes (o, su viaje, para ser más preciso) para vivir París, Varsovia, Panamá, Paraguay, el país de los serbios y más y más, le gustan, sobre todas las cosas, las palabras; juega con ellas, con sus tamaños, texturas, sonidos y colores; las coloca en el caleidoscopio del poema y deja que se acomoden, desacomoden y reacomoden a su aire y su antojo; las acaricia y estruja para que saquen todos sus significados y se regocijen con esa historia que partió de los labios y las manos de don Gonzalo de Berceo, nuestro gran abuelo siempre merecedor de “un vaso de bon vino”, y recorrió mares, planicies, selvas y montañas para convertirse en patrimonio y cosmovisión de muchos pueblos y también, justo es decirlo para no caer en la demagogia “de charanga y pandereta”, en cultura occidental cristiana y “reserva espiritual del mundo”, instrumento de dominación imperialista y de liquidación de otras culturas y de otras maneras de mirar al mundo, a lo sagrado y a lo profano. Por eso, Guillermo, tan alto castellano en este Viar de la venada, se asombra y admira a los vencidos y se conmueve ante esa red de agujeros que fue y sigue siendo su herencia; por eso, en otros libros de este palabrero en español, los vocablos indígenas y los nombres de los dioses de los panteones mesoamericanos brillan con su propia luz sin necesidad de traducción o, lo que es peor, de cristianización o de adaptación lograda a
base de empellones y de hogueras por esa visión del mundo establecida por el eurocentrismo y todos sus mecanismos de dominación y de adoctrinamiento.

El personaje, el principio, el nudo y el fin de este libro de poemas es la palabra y sus muchos y casi siempre polivalentes significados y aventuras. Por eso en el título se juntan el camino y la facilidad para componer versos y armonizar los sonidos y los temas. En fin... caminar por los senderos de Berceo, el Marqués de Santillana,
Gil Vicente, los romances, Ruy Díaz de Vivar, don Jorge Manrique, los cancioneros... y lograr que los versos recorran la boca y salgan al mundo para regocijo de los lectores audaces, pues su sabor es tan intenso y refinado como el de un taco de chicatanas o un pocillo de aromático y sápido café crecido entre las nieblas  veracruzanas.

Guillermo nos habla en este libro de imaginación, pasiones y cetrería de palabras que nacen en las aurículas, vuelan raudas, se elevan o caen, pues en eso consiste el ejercicio de la poiesis, aunque se corra el hermoso y casi calculado riesgo “de volver al puro sentido romántico”, retorno que a este poeta no le disgusta sino que, por el contrario, le parece culminación de una aventura con imágenes, emociones y palabras buscadas con minuciosidad de joyero, y evaluadas con precisión de balanza de botica con fórmulas magistrales y aromas de bosques o de cápsulas llenas de misterios curativos. Digamos, por todo lo antes elucubrado, que la poesía de Guillermo nada tiene que ver con las medicinas de patente. Es una fórmula magistral bien balanceada, bien preparada en el mortero, bien olfateada y, después de un breve reposo, convertida en una variación de fórmula magistral o, más bien dicho, en una nueva fórmula que muy pronto será objeto de nuevas variaciones...

Mientras me dé su sed

esta agonía marina:

acumulado todo afán

en salobre racimo

de acuáticas ternuras;

olvidadas, cayendo

las imágenes

osadamente criadas

por palabras letales,

costrosas de tan quietas;

y quedarse tan solo

con los nombres del pez,

tan tibios a la voz,

ondulantes,

revolcando

en la fiebre del agua

su gracia primitiva;

fiel a mí mismo,

floreciendo la mansedumbre de mi carne,

ojos y manos

a punto del sollozo,

ir siempre en pos de la marea

y los días

hasta encontrar en unidad perfecta

noche y sol,

mar, tiempo y vida

con su dulzor de piel

como cosecha

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