Las rayas de la cebra
- Verónica Murguía - Sunday, 09 Aug 2020 07:52



La jaula de bytes
Hace unas semanas mi amiga x, quien se abstiene de usar redes sociales, abrió una cuenta de Twitter. Lo hizo por una circunstancia profesional: en estos tiempos un escritor que no tiene redes sociales “no existe”. Y, si existe, lo hace tan nebulosamente que sus libros son como vapor. Si a esto añadimos la circunstancia de la cuarentena, la cosa se pone ardua.
Mi amiga no sabe muy bien qué hacer con su cuenta. Es una persona cortés y le angustiaba la idea de tener que contestar cada tweet. Otra amiga la ha instruido en los modales del Twitter. Ya veremos a dónde llega con esto. La verdad, no la veo muy entusiasmada.
Eso de que uno “no existe” no es una exageración. Me lo dijo una persona bien intencionada. “Tú no existes”, exclamó cuando nos conocimos. Gentilmente, procedió a crear mi página de Wikipedia. Está muy bien, pero no logro interesarme por el asunto, por más que me esfuerzo.
Las páginas de Wikipedia que frecuento no son las de mis contemporáneos. Me he asomado a páginas de Wikipedia tan exageradas en su comercialismo, que sólo falta el neón anunciando al “mejor escritor de su generación” hasta arriba. Las de Shakespeare y Cervantes son más discretas.
Nadie sabe quién es el mejor escritor de estos años. El tiempo, mucho más tiempo que la reserva de años que se le conceden a una vida humana, lo dirá. Quién será el mejor no me inspira curiosidad. El mundo es muy grande, el mejor es una categoría inútil. A mí me interesa algo mucho más humilde: retomar una novela que comencé en 2017 y que interrumpí porque mi padre se rompió la cadera.
Ahora, por la pandemia, como mi amiga X, he tenido que ceder terreno a las formas que gobiernan con mano de hierro nuestras relaciones, nuestro tiempo libre y la forma en la que trabajamos. Paso más tiempo frente a la computadora que se ha ido apoderando de mis días. Es inevitable y, espero, también reversible. No quiero vivir en esta silla donde escribo, ni comunicarme por internet. No quiero perder el tiempo leyendo propaganda y mentiras. Más bien anhelo darle la espalda a todo esto.
He visto amigos por Zoom, lo cual me deja siempre insatisfecha: alegre por haberlos escuchado y visto, triste porque son conversaciones virtuales. Así, presentaciones de libros, conferencias, cursos, todo virtual. “Virtual”, es decir, sustituto, sucedáneo. Se agradece que exista, pero no puede sustituir la vida “presencial”, la única: la presencial.
Compruebo, con pasmo, cómo a pesar de mis esfuerzos el sistema se ha adueñado de mi atención. Ahora, cuando me paseo por mi estudio, me asomo con frecuencia innecesaria al periódico, a los tt de Twitter, divididos en tres: calumnias de los dos lados del extremo político, cultura pop y deportes (una sola categoría) y, por último, videos escalofriantes de sucesos criminales, accidentes, temblores, etcétera. Me faltan los lords y ladies que infestan el país, pero ésos me los salto.
Como no tengo FB, ni Instagram y el acceso a dichas plataformas está más vedado para quienes no hemos abierto cuentas, no pierdo el tiempo por ahí. Pero, ¿qué tal Amazon, Pinterest (es como coleccionar estampitas), eBay y Etsy? No soy tan ingenua como para ignorar hasta qué punto estos lugares están diseñados para dejar sin un peso al visitante y estoy más o menos consciente de cómo hacen para balancear tan seductoramente el anzuelo frente a mis narices.
He picado, sí, y la cosa no adquiere visos de realidad hasta que el señor de DHL llega a mi casa con dos metros de popelina verde perico que no sé cuándo pedí. Mi vida laboral y social, como la de muchos, podría ocurrir toda en piyama y los días excepcionales con camiseta.
No hay que salir si no somos trabajadores esenciales. Por caridad, o nos lleva Pifas. Pero no estaría mal que examináramos, ahora que estamos encerrados y sobre todo mentalmente, los límites de nuestra jaula. Para escapar, en cuanto se pueda, con el espíritu lo más completo posible.