Artes visuales

- Germaine Gómez Haro | [email protected] - Saturday, 15 Aug 2020 22:19 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Juan Soriano: siempre presente

 

El 18 de agosto se conmemora el centenario del natalicio de Juan Soriano (Guadalajara, 1920-CDMX, 2006), pintor, escultor, dibujante, grabador, diseñador de vestuario y escenografía para teatro, uno de los artistas más queridos y celebrados de nuestro México moderno y contemporáneo. Juan fue un ser humano muy especial –digamos, excepcional– que desde niño tuvo el don de cautivar a toda la gente de su entorno con esa mezcla de bonhomía, inteligencia y rebeldía que constituyó la esencia de su personalidad, y que conservó a lo largo de sus ochenta y seis años vividos intensamente. Octavio Paz, su amigo del alma, lo llamó “el niño de mil años”, definición perfecta que Elena Poniatowska retomó para titular su libro Juan Soriano, niño de mil años (Plaza & Janés) en el que esboza la vida del artista a partir de entrevistas realizadas a lo largo de cuarenta y cinco años de amistad. Su centenario es una gran ocasión para leer este libro y revisitar su larga y prolífica obra plástica que conforma un capítulo fundamental en la historia del arte mexicano de nuestro tiempo.

Como bien lo percibió Paz, Soriano comenzó a acumular sabiduría desde los nueve años, cuando Chucho Reyes Ferreira se percató de su precocidad y lo invitó a frecuentar su casa en Guadalajara, que para el niño inquieto y curioso fue como la cueva de Alí Babá, repleta de suntuosos tesoros. Fue ahí donde Juan se empapó del arte popular y colonial que el pintor-anticuario coleccionaba, lo cual se ve reflejado en sus obras más tempranas, y donde él solito educó su mirada en los libros de pintura universal que podía consultar a su antojo. Pero el conservadurismo tapatío lo asfixiaba y la ciudad “olía a zapatos”, decía con su habitual ironía; su migración a Ciudad de México a los quince años era inminente. Su paso por las academias de arte fue fugaz e intrascendente, pues su espíritu rebelde siempre rechazó los métodos establecidos; su sabiduría innata y genio carismático lo llevaron a frecuentar a los personajes más notables del medio artístico y literario de la época, donde encontró su verdadera escuela y fuente inagotable de inspiración. En las legendarias tertulias del Café París alternaba con los escritores del grupo Contemporáneos y con los detractores de la Escuela Mexicana de Pintura, a quienes se sintió afín; ahí conoció a la élite del exilio español que tanto contribuyó en el desarrollo cultural de nuestro de país y que inundó de poesía y filosofía su pintura. Uno de ellos fue el escritor Diego de Mesa, su pareja sentimental de varios años que dejó una huella profunda en su vida y en su obra.

La pintura y la escultura de Juan Soriano a lo largo de más de siete décadas se pueden ver como la metáfora plástica de su larga y prolífica vida, y el espejo de su búsqueda de libertad sin concesiones. Ahí se vislumbran sus amores y desamores, sus deseos y sufrimientos, sus ires y venires a Grecia, Italia, Francia y España, las culturas mediterráneas que incorporó a su imaginario mexicano para ampliar los horizontes de su creación. “Siento que la obra que he hecho está ligada con lo que he vivido; con mi vida cotidiana, con la gente con quien tuve la suerte de vivir y no con la historia del arte”, expresó al final de sus días. El centenario de su nacimiento es ocasión para homenajearlo a través de su legado artístico. Lamentablemente, varias exposiciones fueron canceladas por la pandemia. El Museo Soumaya presentará de manera virtual las diecisiete obras de su colección y, en cuanto se reabran sus puertas, vale la pena visitar el Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano que alberga la espléndida colección de pintura y escultura, el archivo personal y la biblioteca que el artista y su inseparable cómplice y compañero de más de tres décadas, Marek Keller, generosamente donaron al pueblo de México, magna obra que el querido Juan no alcanzó a ver concretada.

El entrañable niño travieso, provocador y seductor, envuelto en un halo de elegancia y exquisitez, permanece siempre presente en su obra y en su legado. Y a decir de Elena Poniatowska: “viva su vida eterna”.

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