De autopsicografías y bibliotecas (im)posibles
Lo primero que llama la atención de Biblioteca mínima es la portada: un Fernando Pessoa con su sombrero característico, sosteniendo un libro cuya portada es un sombrero encima de un libro, cuya portada es un sombrero encima de un libro, cuya portada es un sombrero… y así, infinitamente, como si fueran matriushkas rusas. Que Pessoa esté en la portada no es de ninguna manera un hecho anodino; sabiendo que este es un libro que ganó el Premio Bellas Artes de Minificción Edmundo Valadés, la portada puede ser el primer guiño para advertir al lector de qué tipo de ficción se tratará: jugar con los nombres, personalidades, las mentiras que parecen verdades, y cuyo contenido es un juego de matriushkas que se puede prolongar hasta que nosotros, o el escritor, lo decidamos.
Según la contraportada, Biblioteca mínima es un “extraño libro de ficción”, “un libro de libros”, “una broma libresca”, “un libro de relatos sobre novelas o una novela sin relato”, o bien, todas y ninguna. Así, como bien lo índica el título, este pequeño volumen constituye una biblioteca mínima, ¿falsa? ¿real?; todo dependerá de cómo interpretamos la verdad, pues hay verdades que parecen mentiras y mentiras que bien podrían ser reales. Biblioteca mínima es una biblioteca sobre aquellos libros que habría querido leer el autor, o bien, aquellos que habría deseado leer y que aún no se escriben, es decir, una verdadera mina de oro para aquellos escritores en busca de tramas o de inspiración.
El juego de Arteaga reside en concebir una biblioteca compuesta por libros de editoriales –éstas sí– absolutamente reales. El autor no se limita a editoriales hispanas, lo que amplía su abanico de libros; encontramos a Acantilado, Alfaguara, Planeta y Debolsillo, así como a Era y Fondo de Cultura Económica, pero también Brown University Press, Gallimard y Folio, es decir, las principales editoriales de distintos países. El diseño de este volumen consiste en poner la portada del libro imaginado, acompañada por su contraportada, la cual a veces funge como reseña, resumen, o un extracto o fragmento del libro en cuestión.
Para mis lecturas, mi padre siempre me recomendaba alternar entre un autor contemporáneo y uno clásico, así como variar entre países, uno hispano, europeo, eslavo, etcétera, y leer “de todo un poco”: poesía, ensayo, cuentos, novelas, y así fui componiendo mi propia biblioteca. Esta anécdota viene al caso porque en la biblioteca de Arteaga también encontramos ese “de todo un poco”, desde novelistas, cronistas, ensayistas, poetas, hasta amanuenses y, por supuesto, diversas nacionalidades. Biblioteca mínima cuenta con escritores que escriben su primera novela, autores ya consagrados, o aun aquellos calificados como bestsellers. Las tramas de los libros también varían, desde la novela en la que la escritora que aparece en la portada resulta ser asesinada, y un escritor y antigua pareja de la escritora se encarga de recopilar documentos reveladores de la investigación que resultan en el libro publicado; hasta una novela que el director de cine Michael Haneke (director de La cinta blanca) hubiera llevado al cine.
Arteaga juega con personajes tanto reales (el supuesto libro de Acantilado lo habría traducido Selma Ancira, conocida por sus traducciones del ruso al español), como ficticios: por ejemplo, John Bernard Sick, protagonista que ya aparecía en otra novela que Arteaga escribió a cuatro manos con Alfonso Nava. Libros que crean personajes ficticios que se vuelven inmensamente reales, pues ¿quién negaría que, para muchos, Horacio Oliveira se volvió, en cierta forma, real?
Pero no desatendamos a Pessoa en la portada (el escritor portugués fue un entusiasta de los heterónimos), pues con esa clave entenderemos plenamente el juego de Arteaga. Podríamos sugerir que todos y ninguno de los autores aquí presentes son heterónimos suyos; sin embargo, existe uno que lo es sin lugar a dudas, su nombre es Juan Cerbero y, en el libro que habría escrito, Los escritores imaginarios, nos revela la esencia de Biblioteca mínima: su contraportada apunta que “cada uno de esos escritores pareciera un apéndice de la biografía del mismo Juan Cerbero”, es decir, del propio Arteaga. Partiendo de la idea de que una biblioteca es una suerte de autobiografía de quien la posee, todos los escritores creados por Arteaga son un apéndice de él mismo, o bien “la ruta o la bifurcación que en algún momento pudo tomar su destino”.
Los escritores imaginarios es la matriushka dentro de la más grande que es Biblioteca mínima, y una de sus frases devela el propósito de Cerbero-Arteaga: “hallar en la memoria de la escritura una manera de experimentar lo que en la realidad resulta imposible”. Esto nos remite, inevitablemente, al epígrafe de Flaubert al inicio del volumen: “Cada tarde, terminada su tarea, volvía a su buhardilla y buscaba en los libros un medio de justificar sus sueños.” Así, quizá todos seamos “una república habitada por ciudadanos múltiples e incongruentes” como sentencia R. L. Stevenson citado por Cerbero-Arteaga, y los libros en nuestros estantes, apéndices de nosotros mismos cuando la realidad no es suficiente.