La visita inesperada*

- Javier Bustillos Zamorano - Saturday, 15 Aug 2020 22:02 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

El Papa y los doscientos veinticuatro cardenales de la Iglesia católica están por terminar la Jornada Mundial de Oración, por la nueva peste que azota a la humanidad. El ambiente es de luto en la Basílica de San Pedro, no obstante las muchas cámaras de televisión que transmiten internacionalmente el evento. El Sumo Pontífice conduce el rezo final.

Papa: Señor, si tú quieres puedes sanarme; si tú quieres puedes perdonarme; si tú quieres puedes ayudarme.

Coro de cardenales: ¡Señor, ten compasión de nosotros!

Papa: Señor, somos pecadores, ten piedad de nosotros.

Coro: ¡Señor, ten piedad de nosotros!

Papa: Señor, perdona nuestros pecados.

Coro: ¡Señor, perdona nuestros…! (se oye un estruendo que estremece el recinto; se va la luz y en la penumbra nadie se mueve. Luego de unos segundos se oye una voz que retumba en la cúpula y en las paredes del sitio).

Voz: ¡Deja ya de estar rezando y dándote golpes en el pecho!

Papa: (Pálido, tembloroso, a punto del desmayo) ¡Dios!

Cardenales: ¡¿Dios?! ¡¿Estás aquí?! ¡¿Dios?!

Voz: Lo que quiero que hagas es que salgas al mundo a disfrutar de la vida. Quiero que goces, que cantes, que te diviertas y que disfrutes de todo lo que he hecho para ti. ¡Deja ya de ir a esos templos lúgubres, obscuros y fríos que tú mismo construiste y dices que son mi casa! Mi casa está en las montañas, en los bosques, los ríos, los lagos, las playas. Ahí es en donde vivo y ahí expreso mi amor por ti.

Papa: (Se arrodilla) ¡Perdona a tu pueblo, señor!

Voz: Deja ya de culparme de tu vida miserable; yo nunca te dije que había algo mal en ti o que eras un pecador, o que tu sexualidad fuera algo malo.

Coro: ¡Padre nuestro que estás en los cielos!

Voz: El sexo es un regalo que te he dado y con el que puedes expresar tu amor, tu éxtasis, tu alegría. Así que no me culpes a mí por todo lo que te han hecho creer. Deja ya de estar leyendo supuestas escrituras sagradas que nada tienen que ver conmigo. Si no puedes leerme en un amanecer, en un paisaje, en la mirada de tus amigos, en los ojos de tu hijito… ¡No me encontrarás en ningún libro! Confía en mí y deja de pedirme. ¿Me vas a decir a mí como hacer mi trabajo?

Papa: ¡Perdónanos, señor!

Voz: Deja de tenerme tanto miedo. Yo no te juzgo, ni te critico, ni me enojo, ni me molesto, ni castigo. Yo soy puro amor. Deja de pedirme perdón, no hay nada que perdonar. Si yo te hice, yo te llené de pasiones, de limitaciones, de placeres, de sentimientos, de necesidades, de incoherencias, de libre albedrío… ¿cómo puedo culparte si respondes a algo que yo puse en ti? ¿Cómo puedo castigarte por ser como eres, si yo soy quien te hizo? ¿Crees que yo podría crear un lugar para quemar a todos mis hijos que se porten mal, por el resto de la eternidad? ¿Qué clase de dios puede hacer eso?

Coro: ¡Santificado sea tu nombre!

Voz: Olvídate de cualquier tipo de mandamientos, de cualquier tipo de leyes; esas son artimañas para manipularte, para controlarte, que sólo crean culpa en ti. Respeta a tus semejantes y no hagas lo que no quieras para ti. Lo único que te pido es que pongas atención en tu vida, que tu estado de alerta sea tu guía.

Coro: ¡Venga a nosotros tu reino!

Voz: Amado mío, esta vida no es una prueba, ni un escalón, ni un paso en el camino, ni un ensayo, ni un preludio hacia el paraíso. Esta vida es lo único que hay aquí y ahora y lo único que necesitas.

Papa: ¡Ten piedad de nosotros! (llora)

Voz: Te he hecho absolutamente libre, no hay premios ni castigos, no hay pecados ni virtudes, nadie lleva un marcador, nadie lleva un registro.

Coro: ¡Hágase tu voluntad, aquí en la tierra como en el cielo!

Voz: Eres absolutamente libre para crear en tu vida un cielo o un infierno. No te podría decir si hay algo después de esta vida, pero te puedo dar un consejo. Vive como si no lo hubiera. Como si esta fuera tu única oportunidad de disfrutar, de amar, de existir. Así, si no hay nada, pues habrás disfrutado de la oportunidad que te di. Y si lo hay, ten por seguro que no te voy a preguntar si te portaste bien o mal, te voy a preguntar: ¿te gustó? ¿Te divertiste? ¿Qué fue lo que más disfrutaste? ¿Qué aprendiste?

Coro: ¡Danos hoy nuestro pan de cada día!

Voz: Deja de creer en mí; creer es suponer, adivinar, imaginar. Yo no quiero que creas en mí, quiero que me sientas en ti. Quiero que me sientas en ti cuando besas a tu amada, cuando arropas a tu hijita, cuando acaricias a tu perro, cuando te bañas en el mar, cuando bailas como un loco.

Papa: Alabado seas…

Voz: Deja de alabarme. ¿Qué clase de Dios ególatra crees que soy?

Coro: ¡Perdona nuestras ofensas!

Voz: Me aburre que me alaben, me harta que me agradezcan. ¿Te sientes agradecido? Demuéstralo cuidando de ti, de tu salud, de tus relaciones, del mundo. ¿Te sientes mirado, sobrecogido? ¡Expresa tu alegría! Esa es la forma de alabarme. Deja de complicarte las cosas y de repetir como un loro lo que te han enseñado acerca de mí. Lo único seguro es que estás aquí, que estás vivo, que este mundo está lleno de maravillas. ¿Para qué necesitas más milagros? ¿Para qué tantas explicaciones?

El Papa se desvanece, varios cardenales van en su auxilio; suena una alarma, aparecen soldados de la Guardia Suiza Pontificia; llaman a gritos a los médicos.

Voz: No me busques afuera, no me encontrarás. Búscame adentro; ahí estoy, latiendo en ti…

 

*Basado en el texto “El concepto de dios”, del libro Conversaciones con mi Guía, de Anand Dílvar, que, según se dice, recoge la idea de dios del filósofo Baruch Spinoza.

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