La otra escena
- Miguel Ángel Quemain - Sunday, 06 Sep 2020 07:43



Silvia Peláez, permanencia y fugacidad del teatro virtual
Hace un fin de semana reabrió la actividad teatral ante la insistencia de una comunidad artística que no podía continuar ni en espera ni haciendo de la virtualidad la única salida. Los argumentos de la autoridad para mantener cerrados los teatros tenían como punta de lanza los aerosoles que arrojan las enjundias actorales a un público que, sentado por debajo de un metro de altura, recibe inerme aunque esté separado, separadísimo, en un butaquerío que muchas compañías (hasta las tlapalerías lo han hecho) han preparado con las distancias inevitables que llaman sanas y que hacen incosteables muchas iniciativas saludables.
Los argumentos para mantener cerrado son tan pobres como los que exhiben para abrir (ante los muertos que no cesan, por lo menos en CDMX y el Estado de México): “Es muy importante para la actividad económica de un sector muy relevante de la población que es la cultura.” Una buena parte de la comunidad teatral, sobre todo los grandes maestros, no tienen tiempo para detener su imaginación y los artistas del negocio escénico, su inversión; pero como sea, los argumentos son tan variados como sintomáticos: desde “hay que aprender a vivir con esto”, hasta “de algo nos vamos a morir”, pasando por “hemos tomado las medidas necesarias para sobrevivir espiritualmente, porque de esto no se vive, se sobrevive”.
En una próxima entrega exploraremos los múltiples regresos y sus alcances. Pero no puedo suspender la necesidad de reflexionar sobre la pantalla, que ha sido uno de los ejercicios de entendimiento de la virtualidad por unos pocos. Seguro no será fácil el recuento, pero van de un extremo a otro del país, desde los extraordinarios treintones de La Rendija, esa mirada bífida de Oscar Urrutia y Raquel Araujo con una poesía que se desprende de este ejercicio teatral tan exquisito con el que celebran tres décadas.
Sería injusto no puntualizar sobre la imaginación de Murmurante en Mérida, de Hilda Valencia en Hermosillo, del poder y la imaginación de Boris Schoemann, de la beligerancia creativa en lo virtual y no virtual de El Milagro, abanderadas por esos dos grandes del teatro que son David Olguín y Gabriel Pascal, así como varias iniciativas de teatristas muy jóvenes, a quienes no les arredra la pantalla y que en unos cuantos meses han sentado precedentes muy interesantes. Es preciso decir que todo esto también sobrevive por los equipos de comunicación, sin cuya intermediación sería muy difícil seguirles el paso (Enrique Saavedra es un ejemplo de ese compromiso que enlaza medios y comunidad teatral).
El miércoles pasado, como parte de un conjunto de reflexiones que organiza el dramaturgo y editor Jaime Chabaud (que boga por una nueva normalidad teatral en Morelos, donde la Secretaría de Cultura también es de Turismo y viceversa), la escritora Silvia Peláez, dramaturga y académica, ofreció una conferencia magistral para hacer una de las primeras reflexiones de largo aliento sobre el fenómeno teatral que se ha presentado en la distancia y en pantallas.
Se trata de una escena virtual cuya reflexión Peláez titula Estrategias de adaptación dramatúrgica y forma parte de una serie de conferencias de un organismo llamado Centro de Capacitación en Artes Escénicas, donde la mayoría de las intervenciones tienen que ver con el teatro prepandemia, que seguro regresará, pero la ponencia de Silvia Peláez trae mucho de lo que está por venir.
Generosamente, la escritora comparte conmigo un par de días antes de su conferencia magistral algunas de las ideas rectoras que, a mi vez, expondré aquí. En espera de una publicación que acoja la largueza de su texto, pongo estas líneas a consideración de los lectores preocupados por la escena pandémica y escénica mexicana. En una entrega próxima desplegaré gran parte de esas ideas, pero no puedo prescindir de este contexto que apuesta por la dramaturgia como el eje de las transformaciones escénicas y, a su vez, coloca la adaptación como un concepto expansivo y proliferante, no como mero apéndice de una obra primera.