Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 13 Sep 2020 07:54 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

Superar la realidad

 

Desde su título “Felicidad: capitalismo contra marxismo”, el debate del siglo (sic) entre Slavoj Žižek y Jordan Peterson sonó a propaganda anticomunista [https://www.youtube.com/watch?v=Vhh-4H6pzqY], porque hay varias teorías anticapitalistas y no todas quieren pertenecer al marxismo, que a su vez se multiplica en diversas corrientes, escuelas, tendencias, grupos e individuos (por cierto, uno de ellos, antes que conceder primacía a la idea o a la materia en la abstracción del materialismo histórico, apuesta por conocer el desenvolvimiento dialéctico de las ideas y la materia en la historia concreta).

Un ejemplo. La revolución de las asambleas (de los soviets) triunfa en octubre (noviembre) de 1917; por sus objetivos y alcances, el proceso encabezado por los bolcheviques sólo es equiparable a la revolución de 1789. Y si algo caracteriza a estos dos vuelcos sociales es la erupción de ideas contrarias a las concepciones dominantes del orden (divino), de los señores (supremos) y de los destinos (irrevocables). Para desquiciamiento del esquematismo mecanicista propio del Diamat (materialismo dialéctico), las ideas movieron a los pueblos e hicieron rodar cabezas y linajes. Sí, claro, no fueron ni el Espíritu Santo ni el Verbo encarnado quienes parieron esas ideas, sino los mismísimos ángeles (je, no es cierto); fueron las sociedades (rusa y francesa) las que hicieron la historia, con su pensamiento y acción, como se sabía con plena certeza en Occidente por lo menos desde Giambattista Vico.

Muchos filósofos han estudiado cómo y por qué hacen la historia las sociedades humanas, pero quien sobresale es Karl Marx, aunque no únicamente él ni con méritos exclusivos. Con ver una sola cara del prisma de la historia humana –la cara filosófica de Europa–, se advierte que sin el profe Hegel no hay Karl que valga, que sin Descartes anda vete de Kant, que sin Kant nanay del profe Hegel y sin el profe cero Karl. Karl Marx, quien para los revolucionarios rusos no fue un perfecto desconocido sino algo peor, una Guía Roji imperfectamente deletreada a la que beatificaron como portadora de La Neta. Bueno, hay que decirlo, abundaron razones para que los dirigentes rusos apostaran por Marx como por el signo de la cruz, no por obedecer a un pontífice sino acatando una realidad, la realidad rusa, que según Marx –de humanos es regarla– no ofrecía las condiciones óptimas para el arranque de la revolución mundial. Y es que el pensamiento revolucionario no funciona como guía doctrinal, menos aún si se le conoce a medias (pero el fracaso del autollamado socialismo real es otra historia).

Marx sobresale por sus respuestas a cómo y por qué hace historia la humanidad. ¿Por qué? Por humanizarse, es decir para crecer y liberarse, para resolver la amenaza de barbarie que desde la esclavitud hasta el “libre empleo” contiene la explotación del hombre por el hombre. En cuanto al cómo de esta explotación, Marx lo descifró en una obra monumental que todos citamos (y desconocemos). Desenmascarar el capitalismo y conocer su lógica de no retorno, lo indujo, en parte, a una concepción teleológica de la historia (ver Google). Aparte, él, al igual que sus adversarios políticos y filosóficos, sólo podía enarbolar comunismos propagandísticos y/o teorías obligadamente post y anticapitalistas. Así, al calor de las refriegas políticas del momento, y desde la soberbia altura de sus hallazgos económicos, sociales y filosóficos en torno al capital, Marx caracterizó a sus adversarios presentes y pretéritos como utópicos y primitivos (o miserables, huy). Después los marxistas, principalmente de la Unión Soviética o prosoviéticos, casi borraron del mapa el caudal de propuestas divergentes, ajenas o contrarias a la que Marx vislumbró para las sociedades humanas. Empero, en el pajar de la teoría marxista (aunque no nada más ahí) hay agujas para seguir urdiendo, en la práctica, la superación dialéctica del capitalismo.

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